MISIÓN ARRIESGADA EN TAILANDIA
En la escuela de los niños perdidos de Mae Sai
Los psicólogos dan armas contra la ansiedad a los compañeros de los chicos de la cueva
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Adrián Foncillas (enviado especial) / Mae Sai
Un póster sobre la pared lateral del edificio de oficinas sugiere que a esta escuela acudían algunos de los niños atrapados en la cueva. En la composición destaca la foto del momento en que fueron descubiertos por los buzos británicos, las frases impresionadas de aquel diálogo (¿Cuánto tiempo lleváis aquí? ¿Cuántos sois?...) y un leyenda entrecomillada firmada por un tal profesor Franky: “Nunca sabes cuándo vas a necesitar tu inglés”.
Son días extraños en la coqueta escuela Prasitsart de Mae Sai. Los psicólogos dan armas a los alumnos contra la ansiedad y les aconseja que no pregunten a sus compañeros por su experiencia en la cueva para no alimentar su trauma. El rescate exitoso del domingo disipó cualquier duda aquí de que su regreso es inminente y ya les preparan clases particulares para compensar su ausencia.
Factor humano
Entre los uniformes escolares abundan las fisonomías occidentales con cámaras y libretas. Las autoridades han alejado al millar de periodistas de la cueva, desaconsejado hablar a los familiares y acordonado el hospital, así que sólo aquí se puede buscar ese factor humano que aliña cualquier drama. Las peticiones han sido tantas que el colegio ha organizado dos ruedas de prensa diarias con alumnos para que puedan estudiar el resto de la jornada. Hoy le ha tocado a Waranchit, de 14 años y con cara de querer estar a miles de kilómetros. Espera a sus compañeros para jugar a fútbol y desvela que había estado varias veces en la cueva, que había llegado incluso más lejos y que no la pisará más.
Schlomi Aroush no parece tailandés ni periodista. El joven israelí y su padre subieron al camión tras escuchar que se necesitaban voluntarios para el rescate. Condujeron 12 horas desde la provincia de Udon Thoni en la que regentan un restaurante de kebabs. Participó en la cadena humana que los primeros días acercaba los materiales a la boca de la cueva y hoy está para lo que se le pida. “Los tailandeses nunca fallan a la hora de ayudar y no queríamos quedarnos atrás. Los dos lloramos cuando el buzo tailandés murió, dio su vida por el prójimo”, señala.
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