Música

El disco de la semana: David Gilmour, un resplandor con ecos de Pink Floyd en ‘Luck and strange’

El músico británico diserta sobre la fugacidad de los días en su notable nuevo álbum en solitario, el primero en nueve años, en el que cuenta con textos de su esposa, la escritora Polly Samson, y recupera registros póstumos de su viejo compañero de banda Rick Wright

El músico británico David Gilmour.

El músico británico David Gilmour. / Anton Corbijn

Jordi Bianciotto

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David Gilmour

‘Luck and strange’

Sony Music

Rock

Puntuación: ****

Enterrada ya de una vez por todas la esperanza de una última alianza entre David Gilmour y Roger Waters (después de que, el año pasado, el primero diera la razón a su esposa, la escritora Polly Samson, cuando, en la red X, se quedó a gusto llamando su excompañero “antisemita, apologeta de Putin, ladrón, hipócrita, evasor de impuestos, cantante de ‘playback’, misógino y megalómano enfermo de envidia”), queda pese a todo un margen para obras disfrutables y hasta pacificadoras, como este ‘Luck and strange’, un álbum portador de buenas ideas aun en el marco de cierto resplandor crepuscular. Tal vez el fin se acerque, pero no será esta tarde. 

Con esa alusión literal a la fortuna y a la rareza, el quinto álbum en solitario de Gilmour (tercero tras la que, todo lo apunta, fue la escena final de Pink Floyd, la reunión en el festival Live 8 de 2005) diserta sobre la vida y su fugacidad, y lo hace con un lenguaje musical muy distintivo, suavemente refrescado por el productor Charles Andrew, reconocido por sus labores con el grupo indie-art-rock Alt-J.

La apertura con la breve ‘Black cat’ y la pieza titular, introspectiva y ‘bluesy’, nos sitúa en una envolvente estela Floyd madura sin giros llamativos, si bien es válida para situar el contexto del álbum, anclado en las cavilaciones generacionales de Gilmour (los años del ‘baby boom’ pos-Segunda Guerra Mundial fueron “un buen momento para nacer / calles alegres y leche gratis para todos”). Y porque desliza una pista emotiva, ese registro póstumo del viejo compañero Rick Wright al órgano Hammond y al piano eléctrico. 

Magisterio guitarrístico

Las canciones van mutando favorablemente poco a poco, con ese ‘Piper’s call’ de ritmo pesado y guiño a los pactos de Fausto con el diablo, y sobre todo en el tramo central del ‘track list’. En ‘A single spark’, con su finísimo solo de guitarra sobre un fondo orquestal, y en el vaivén acompasado, con mayor grosor eléctrico, de ‘Dark and velvet nights’, composición que despide inquietantes fogonazos con vistas al último umbral: “¿Cómo nos iremos? / ¿Cogeré tu mano, o tú te quedarás cogiendo la mía?”. Textos casi todos ellos escritos por Samson, cómplice lírica desde hace más de 30 años (ya se involucró en el último álbum de Pink Floyd, ‘The division bell’, en 1994). Entre estas piezas, la adaptación de ‘Between two points’, de The Montgolfier Brothers, en la voz de Romany Samson, hija de la pareja, de 22 años, transmite una suerte de intriga balsámica. 

Mientras Waters se enfurece y se atasca en la política mundana (como vimos en los sermones de su última gira, ‘This is a drill’), Gilmour alza la mirada al misterio del mundo, agarrándose a los destellos de vivacidad sin ocultar el presagio del fundido a negro. “El tiempo es una marea que desobedece / que me desobedece a mí”, susurra en ‘Scattered’, acompañado de un piano ‘avantgarde’ y reservando otro exquisito solo de guitarra para el ‘crescendo’ final. Pero ‘Luck and strange’, un álbum en el que se citan artesanos del calibre de Steve Gadd, Guy Pratt o Roger Eno (así como Anton Corbijn en el diseño de portada), es más celebrativo que elegíaco, y realza la vida, esa chispa incomprensible (‘A single spark’) que se produce “entre dos eternidades”.