'Barcelona sona' (3)

'Indios de Barcelona', de Mano Negra: guerras apaches en el corazón del Raval

El grupo parisino liderado por Manu Chao condensó el mito 'genetiano' del Barrio Chino sórdido y combativo en dos minutos y 40 segundos de trepidante pasodoble punk

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Mano Negra, en Tokyo en 1990

Mano Negra, en Tokyo en 1990 / Masao Nakagami

Rafael Tapounet

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Antes de alcanzar el éxito mundial con el álbum ‘Clandestino’ (1998) y convertirse, probablemente a su pesar, en un cliché del mestizaje solidario, mochilero y antiglobalizador (“¡¡¡apátridaaaaa!!!”, como gritaba Joaquín Reyes en una afilada parodia), José Manuel Tomás Arturo Chao Ortega (París, 1961) lideró uno de los grupos más excitantes e influyentes de finales de los 80 y principios de los 90. En Mano Negra, Manu Chao pudo llevar al extremo el concepto de fusión de estilos que ya había empezado a practicar en su anterior grupo, Hot Pants (donde el rocanrol primigenio y el pub rock se mezclaban con la rumba de Los Chunguitos), y el resultado fue un cóctel atómico de rock, punk, ska, hip-hop, reggae, raï y ritmos latinos al que llamaron ‘patchanka’, combinación de ‘patchwork’ y pachanga (con una ka para que sonara más radical y amenazante).

‘Patchanka’ fue también el título del primer elepé de Mano Negra, de 1987, y en él se incluía ‘Indios de Barcelona’, una suerte de pasodoble punk atiborrado de anfetaminas guiado por la frenética trompeta de Tonio del Borño (en realidad, Antoine Chao, hermano de Manu) y la batería de Santi Casariego (primo de los anteriores) en el que la banda francesa servía un retrato crudo y apasionado de la vida en el Raval preolímpico; un lugar en el que, decían, “perderás la vida o se convertirá en tu hogar”.

La Barcelona portuaria y arrabalera no se había convertido todavía en el hogar de Manu Chao (eso ocurriría más adelante), pero el músico y su camarilla ya llevaban tiempo dejándose caer por la capital catalana atraídos por aquel espurio mito del Barrio Chino que su compatriota Jean Genet había acuñado unas cuantas décadas atrás: ‘Indios de Barcelona’ comparte con el ‘Diario del ladrón’ genetiano esa visión exaltada de un territorio apache en el que la cotidianidad es sinónimo de mugre, hurtos, trapicheos, prostitución, drogas y juego ilegal.

Ofensiva gentrificadora

“Bebe vino, fuma hierba, dale al jaco / busca la fortuna, vende tabaco / despliega tus sucios trucos sin ninguna vergüenza / pagarás por ellos con sangre y dolor / […] Los cheroquis están subiendo por la calle Sant Pau / los mescaleros van de powhow / va a haber guerra en las calles / Gringo, más te vale darte el piro / ¡Los indios de Barcelona son más indios que los de Arizona!”. Escupida, más que cantada, en una mezcla imposible de inglés y castellano, la canción de Mano Negra es un himno en tanto que afirmación de una identidad rebelde y combativa. En aquellos días, conviene recordarlo, el Ayuntamiento de Barcelona empezaba a diseñar las intervenciones urbanísticas que pocos años después, al amparo del Plan Especial de Reforma Interior (PERI), iban a traducirse en expropiaciones masivas y controvertidas operaciones inmobiliarias en el Raval sur, un intento de gentrificación a gran escala que acabó naufragando entre la recesión económica y la obstinada resistencia de los vecinos. “Barrio Chino never fails to rock”.

Y luego está el videoclip.

Rodado en 1988 con un presupuesto ínfimo y tácticas de guerrilla, el vídeo de ‘Indios de Barcelona’ empieza lejos del puerto, en el Park Güell; allí, una banda de tunantes encabezada por los hermanos Chao se dedica a robarles las carteras a los pocos turistas que se aventuran por los viaductos gaudinianos (eran otros tiempos). De ahí, salto al Bar California de la calle Escudellers, donde la pandilla ‘manonegra’ se reparte el botín (en pesetas y dólares), trasiega quintos de Estrella Dorada, canta en ‘playback’ y bromea con los carismáticos camareros de un local que hasta muy poco antes había sido parada noctámbula obligatoria de los marines de la Sexta Flota (nota: la Armada estadounidense dejó de emplear el puerto de Barcelona como escala fija después de que un club privado de los marines situado en el bar Iruña de la plaza Duc de Medinaceli sufriera el 26 de diciembre de 1987 un ataque con granadas que causó un muerto y cinco heridos. Los gringos, vaya, se habían dado el piro. Comprensiblemente).

Mano Negra se desintegró en 1994 tras un apocalíptico viaje en tren por Colombia. Incapaz de encontrar un nuevo rumbo para su vida y su carrera, Manu Chao anduvo perdido durante tres años, hasta que en verano de 1997 empezó a dar forma a su primer elepé en solitario. El éxito de ‘Clandestino’ le pilló por sorpresa. Cuando el músico errante decidió establecer, al fin, una base permanente en algún lugar para poder atender sus crecientes compromisos y guardar las pertenencias que tenía desperdigadas por el mundo, eligió Barcelona. Aquí sigue al cabo de 25 años, convertido en un esquivo ‘genius loci’ de la comunidad bohemia de la capital catalana, apareciendo y desapareciendo a su antojo, mientras bares como el California cierran sus puertas y los turistas derrotan a los indios y se adueñan de Ciutat Vella.

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