'Barcelona sona' (1)

'Qué bonita es Barcelona': Una estrella de la canción en la fosa común

El primer gran himno a las bondades de la ciudad se hizo popular en la voz de Jorge Sepúlveda, un pulcro bolerista bajo cuya apariencia de artista afecto al régimen latía un corazón republicano marcado por la tragedia

Con esta entrega se inicia una serie dedicada a algunas de las canciones más destacadas sobre la capital catalana

Jorge Sepúlveda, en los años 60

Jorge Sepúlveda, en los años 60 / L-EMV

Rafael Tapounet

Rafael Tapounet

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En la fosa común número 7 del cementerio de Palma de Mallorca se hallan los restos del más popular cantante español de boleros de los años 40 y 50. Se llamaba Luis Sancho Monleón y había nacido en València en 1917. Cuando estalló la guerra civil, se alistó como voluntario para defender la República; durante la contienda, alcanzó el grado de sargento, sufrió una herida que le dejó inutilizados tres dedos de la mano izquierda y sobrevivió a un fusilamiento (le sucedió como a Miguel Gila: las balas del pelotón no le llegaron a alcanzar y él se hizo el muerto entre los cuerpos sin vida de sus compañeros ejecutados). Acabada la guerra, pasó un tiempo recluido en el campo de concentración de Albatera, trabajó fugazmente como contable y empezó una exitosa carrera como cantante con el nombre artístico de Jorge Sepúlveda.

Con su voz melodiosa y algo engolada, su porte atildado y sus exquisitas maneras, Jorge Sepúlveda había alcanzado ya el estatus de ídolo de la radio y las salas de fiestas cuando en 1948 la orquesta barcelonesa de baile Los Clippers, en la que militaban el vocalista Juan Torres y el pianista Damià Cots (que poco después guiaría los primeros pasos de un joven prodigio llamado Tete Montoliu), grabó la composición de Manuel Moreno Gosalbo ‘Qué bonita es Barcelona’, un foxtrot cuya letra parecía retomar los esfuerzos en pro del fomento del turismo que años atrás había llevado a cabo la Societat d’Atracció de Forasters (entidad municipal de sicalíptico nombre que en 1912 financió el rodaje de un cortometraje titulado ‘Perla del Mediterráneo’ con el propósito de promocionar la ciudad en los mercados internacionales).

“Qué bonita es Barcelona / perla del Mediterráneo / qué bonito es el color de su cielo tan azul / en invierno y en verano...”. La animada pieza de Los Clippers sonó con insistencia en la radio de la época y llamó la atención de Jorge Sepúlveda, que para entonces ya había dedicado canciones de exaltado homenaje a Santander, a Madrid, a La Coruña y a Palma de Mallorca y que andaba deseoso de abrir su repertorio a otros ritmos más allá del bolero, el chotis y el pasodoble. El cantante valenciano grabó su propia versión de la composición de Manuel Moreno, rebajando el ‘tempo’ y la estridencia, insuflándole algo más de swing e incrustándola para siempre en la memoria sentimental de varias generaciones.

“Rodeada de montañas / centinelas de su paz / es la flor que se engalana / con la fe de Montserrat. / Qué bonita es Barcelona / qué grandeza hay en su llano / donde juntos puso Dios el trabajo y el amor / desde el mar al Tibidabo”. Con versos como esos, impregnados de revisionismo histórico y vibración religiosa, Jorge Sepúlveda reforzaba su imagen de artista afecto al régimen, pero, escondido debajo del esmoquin, el bigote y el esculpidísimo pelo, el corazón republicano de Luis Sancho Monleón seguía latiendo con fuerza. La mano derecha se encargaba de la gesticulación; la izquierda, herida en la guerra, agarraba el micrófono.

Jazz, soul, habanera...

En los años 60, con la llegada del pop anglosajón y las baladas italianas, la carrera de Jorge Sepúlveda inició un rápido declive. ‘Qué bonita es Barcelona’, sin embargo, se resistía a caer en el olvido. El ‘crooner’ estadounidense Andy Russell (cuyo nombre real era Andrés Rábago Pérez) grabó en 1962 una exuberante versión de la canción con la ‘big band’ del trompetista cubano Chico O’Farrill; menos enjundia pero más garbo tenía la lectura en clave de bubblegum-soul que hicieron en 1969 Los Cinco Musicales. Una década después, la canción ya formaba parte del repertorio de revival camp de la Topolino Radio Orquesta, y en 1982 Jaume Sisa la incluyó, con un coro infantil y en formato de habanera, en ese disco extraño y visionario que se llamó ‘Barcelona postal’.

Para entonces, Luis Sancho Monleón llevaba unos años colaborando con la Asociación de Militares Republicanos, que, entre otras actividades, se dedicaba a prestar ayuda a las familias de quienes cayeron combatiendo al fascismo. El 23 de junio de 1983, el cantante falleció de una enfermedad pulmonar en Palma de Mallorca, donde residía desde los años 60. Fue inhumado en el cementerio de la ciudad, pero ninguna lápida recuerda allí su nombre, ni el real ni el artístico, porque él mismo pidió que sus restos fueran depositados en la fosa común a modo de homenaje silencioso a los compañeros de armas que habían sido sepultados de forma anónima. Fue su manera de recordarnos que en aquella terrible posguerra que lo vio triunfar como artista ni el cielo era tan azul ni las ciudades, tan bonitas.

Suscríbete para seguir leyendo