Antigua Roma

Viaje a la Pompeya desaparecida en 10 objetos, del brazalete de una esclava a un casco de gladiador

Un ameno ensayo del arqueólogo Rubén Montoya construye un fresco de la vida y la muerte en la ciudad romana sepultada por el Vesubio en el año 79 a través de un centenar de piezas recuperadas en las excavaciones

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Moldes de los cuerpos de cuatro víctimas de la erupción del Vesubio, posiblemente una familia.

Moldes de los cuerpos de cuatro víctimas de la erupción del Vesubio, posiblemente una familia. / MARIOLA RIERA

Anna Abella

Anna Abella

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Un hombre con cien monedas de plata y bronce, dos chicas jóvenes y una mujer con pendientes y una bolsa. En el interior, cucharas, un espejo y una estatuilla en ámbar, las únicas pertenencias que llevaba encima mientras el pequeño grupo intentaba huir al alba de una Pompeya apocalíptica, casi enterrada tras 24 horas de lluvia de millones de toneladas de cenizas, lapilli y material volcánico escupido por el Vesubio en la devastadora erupción del año 79. Antes de llegar al final de una calle, sucumbieron bajo una nueva oleada piroclástica.

En 1863, se hallaron sus restos y el arqueólogo Giuseppe Fiorelli decidió introducir yeso en la oquedad en la que los habían encontrado y los calcos de los cuerpos de las cuatro víctimas horrorizaron al mundo: renacieron cual estatuas revelando la agonía de los últimos instantes antes de morir, el sufrimiento en sus rostros, las extremidades retorcidas por el dolor y hasta el detalle de los pliegues de los mantos con que intentaron evitar sin éxito la asfixia. Cosas como las que aquella mujer llevaba encima, o como un pan quemado aún en el interior de un horno, un orinal o el relieve erótico de un burdel son las que alimentan las más de 600 amenas páginas de ‘Pompeya. Una ciudad romana en 100 objetos’ (Crítica). 

Su autor, el doctor en Arqueología Romana por la Universidad de Leicester Rubén Montoya, contextualiza los hallazgos, sepultados bajo las cenizas del volcán y muchos hoy en los museos napolitanos, y a través de ellos construye el fresco de la vida y la muerte de sus habitantes, de quienes se han rescatado más de un millar de cuerpos de fallecidos aquel día, los últimos este mismo lunes, un hombre y una mujer, atrapados en una habitación junto a un pequeño tesoro de joyas y monedas que ella cargaba en su huida. Destacamos 10 de los objetos que habitaron aquella ciudad viva cuya patrona era la popular Venus Pompeyana, representada con pesados ropajes, al contrario de las habituales Venus de cuerpos apenas cubiertos. 

Anillo de Carlos III con Sileno.

Anillo de Carlos III con Sileno. / Real Museo de Portici

El 'rey arqueólogo'

El 'rey arqueólogo'

Tras años investigando entre las ruinas de Pompeya, Montoya inicia el recorrido de breves y divulgativos capítulos con una pieza simbólica: el anillo con la cabeza de Sileno que siempre llevaba Carlos III, monarca napolitano durante 25 años y conocido como 'el rey arqueólogo' por haber impulsado y financiado las excavaciones que sacarían Pompeya y la vecina Herculano a la luz. Lo halló él mismo entre los restos y lo entregó al museo que él mismo había creado antes de marchar tras heredar el trono de España, como "símbolo del respeto por un patrimonio que no le pertenecía".

Pan carbonizado hallado en el horno de una panadería de Pompeya.

Pan carbonizado hallado en el horno de una panadería de Pompeya. / Antiquarium di Borcoreale

Un pan, carbonizado, en el horno

Un pan, carbonizado, en el horno

Había al menos 33 <strong>panaderías</strong> en Pompeya. Cuando los arqueólogos descubrieron en 1846 la de Modesto abrieron la puerta metálica de uno de sus hornos. En su interior, 81 panes redondos carbonizados, abandonados en plena cocción, prueba de cómo la erupción sorprendió a los panaderos, por lo general esclavos, porque se trataba de un trabajo laborioso en el que apenas descansaban y que implicaba moler el grano con tracción animal y piedras de molino para obtener la harina, hacer la masa y honearla y venderla. Si algún particular llevaba su propia masa a hornear, le ponía un sello distintivo para identificarlo.

Relieve erótico hallado en un bar.

Relieve erótico hallado en un bar. / CRÍTICA

Camino del burdel

Camino del burdel

Aunque no estaba bien vista, la prostitución era legal y sus huellas están, literalmente, por todo Pompeya: en el pavimento de algunas calles hay falos que conducen a algunos lupanares, que podían ser simples habitaciones en casas particulares o traseras de tiendas, o bares (en uno lucía el relieve con la escena de prostitución que acompaña estas líneas) a las que también se podía llegar siguiendo indicaciones como la que una prostituta dejó en la Puerta Marina, sobre un banco de piedra: "Si alguien se sienta aquí, que lea esto primero de todo: si alguien quiere follar, que busque a Attice: cuesta cuatro sestercios". Solo se ha encontrado un edificio destinado exclusivamente a burdel, cerca de las Termas Estabianas, lo que induce a pensar que los clientes aprovechaban la visita a los baños para usar los servicios de prostitutas, y también de prostitutos, mayoritariamente esclavos, pero también mujeres libres necesitadas de dinero. Pinturas del dios Príapo y escenas eróticas decoraban las paredes de las habitaciones, pero también grafitos donde algunos clientes presumían de sus hazañas sexuales -"Aquí me follé a muchas mujeres"-, daban su opinión -"Sineros, follas bien"- o con el verbo ‘pedicare’, utilizado en relaciones entre hombres, expresaban su deseo -"Quiero follarme un culo"-. Los objetos relacionados con el disfrute del sexo se guardaron durante décadas ocultos al público en el llamado Gabinete Secreto del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.  

Rubén Montoya, en la Casa del Frutteto de Pompeya.

Rubén Montoya, en la Casa del Frutteto de Pompeya. / Crítica

Instrumental médico hallado en la Casa del Cirujano.

Instrumental médico hallado en la Casa del Cirujano. / CRÍTICA

El maletín del médico

El maletín del médico

En la llamada Casa del Cirujano se guardaba todo un equipo de instrumental médico: fórceps, cuchillas a modo de bisturí, catéteres, dilatadores anales, pinzas quirúrgicas y espátulas. No parecía haber ningún espacio destinado a consulta médica, lo que indicaba que su dueño debía trabajar de forma ambulante, visitando a los pacientes en casa. En otra zona sí se descubrió un ambulatorio, con habitaciones en dos niveles e instrumental como copas de sangrado y morteros para mezclar sustancias, como si además hubiera sido una tienda de remedios farmacéuticos elaborados por los propios doctores. 

Brazalete de una esclava con la inscripción de su dueño.

Brazalete de una esclava con la inscripción de su dueño. / CRÍTICA

El brazalete de la esclava

El brazalete de la esclava

En las afueras de Pompeya se hallaron los cuerpos de dos mujeres, dos jóvenes y una niña que se habían refugiado sin éxito en un mesón. Una de las mujeres, de unos 30 años, que llevaba monedas y lucía, entre otras joyas, un brazalete de oro en forma de serpiente enroscada. En su interior se lee "Del señor para su esclava". Explica Montoya que puede interpretarse como el regalo de un ‘dominus’ a su esclava pero también como que ella era prostituta. La pieza lleva al arqueólogo a hablar sobre lo "invisibles" y omnipresentes que eran los esclavos, "un motor fundamental de la economía romana". Otros cuerpos revelan historias más crueles: el de un esclavo encadenado en una estancia semisubterránea, dejado sin posibilidad de huir, y otro libre, pero aún con pesadas cadenas en sus tobillos.

Grafitos de anuncios electorales en Pompeya.

Grafitos de anuncios electorales en Pompeya. / EP

En busca del voto

En busca del voto

"Votad a Trebio, hombre bueno, como edil". Así se ‘vendía’ un candidato en uno de los anuncios electorales, los ’programmata’, que en forma de grafitos ‘empapelaban’ las paredes de las fachadas de los edificios. Se conservan muchos, como un centenar repartido por la ciudad que desvela a un insistente Cneo Helvio Sabino, o el que mostraba el apoyo sin pudor a un nieto: "Tedia Segunda, su abuela, pide y solicita que votéis a Lucio Popidio Segundo como edil". No había partidos, las elecciones se celebraban cada año y en ellas podían votar solo los hombres libres (unos 4.000). Los anuncios antiguos se cubrían con cal blanca sobre la que se reescribían los nuevos. 

Fragmento de pintura en el bar de Salvio.

Fragmento de pintura en el bar de Salvio. / EP

Tiendas de comida rápida

Tiendas de comida rápida

Una pintura del Bar de Salvio, en una transitada y céntrica esquina, muestra cuatro escenas, una de una pareja besándose, otra de hombres bebiendo y dos jugando a los dados. Eran las actividades habituales en estos establecimientos donde se socializaba, muy populares en Pompeya, aunque en el resto del imperio no tenían buena reputación y se asociaban a lugares donde "esclavos, ladrones y otras malas compañías compartían un espacio abarrotado y se emborrachaban", cita Montoya a Juvenal en sus ‘Saturae’. Además de tabernas, había locales donde se podía comer o comprar comida rápida, los ‘thermopolia’, con un mostrador de obra, una habitación con un camastro para que el dueño descansara y otras habitaciones, algunas presumiblemente para ofrecer servicios sexuales.  

Casco de gladiador en bronce.

Casco de gladiador en bronce. / CRÍTICA

Un prometedor gladiador

Un prometedor gladiador

Un casco de gladiador en bronce con un aplique que representa a Hércules abre la puerta a los espectáculos en el anfiteatro (construido en piedra en el 70 a.C.), "auténticos fenómenos de masas". Unas pinturas de un visitante dan fe de una prometedora promesa de la arena, Marco Atilio, que se estrena como gladiador frente a Hilario, quien pierde a pesar de que lleva 14 combates a sus espaldas, y que también gana al experimentado Félix. Los dos derrotados, pese a la imaginería popular del pulgar hacia abajo, son perdonados y no acaban muertos. "Era más rentable mantener en forma a perdedores con experiencia que entrenar desde cero a nuevas promesas", señala Montoya.

Acceso a agua corriente en el jardín de la Casa de la Fuente Pequeña.

Acceso a agua corriente en el jardín de la Casa de la Fuente Pequeña. / CRÍTICA

De fuentes, letrinas y orinales

De fuentes, letrinas y orinales

Orinales, una bañera (muy pocos las podían disfrutar en sus casas), al menos 262 letrinas y un sistema de desagües y conductos subterráneos similares a alcantarillas para las aguas residuales. El agua llegaba por un acueducto a ocho poblaciones de la zona, aunque las tuberías luego eran de plomo (hoy se saben nocivas para la salud). Había pozos, fuentes, termas y letrinas de uso público, pues no todos podían permitirse pagar una tasa a cambio de tener acceso exclusivo al agua corriente en su mansión, como el propietario de la Casa de la Fuente Pequeña, que la usó para "crear un ambiente idílico y recogido en su jardín trasero" (foto). Ejemplo a retomar hoy, muchas casas aprovechaban el agua de lluvia almacenándola en pozos y estanques subterráneos.   

Escultura de la diosa egipcia Isis.

Escultura de la diosa egipcia Isis. / CRÍTICA

El jovencito mecenas de Isis

El jovencito mecenas de Isis

A diferencia de en Roma, donde había reticencias a todo lo que oliera a la tierra de los faraones, en Pompeya era muy popular y eran muchos los devotos del culto a la diosa egipcia Isis, que una escultura muestra ricamente vestida y enjoyada, con un ‘sistrum’, antiguo instrumento musical. Su templo se halló conservado en perfecto estado, con bellas pinturas, estatuas e inscripciones. Lo sorprendente es que el edificio, que había quedado en ruinas en el gran terremoto del año 62/63, se había reconstruido gracias a un benefactor de solo seis años, Numerio Popidio Celsino. Una inscripción revela cómo, gracias al capital privado de su padre financió las obras y, "debido a su generosidad", fue admitido en el colegio de los decuriones sin pagar ninguna cuota.  

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