Crítica de 'El concurso de piano': fracturas familiares y musicales

El director belga Dominique Deruddere despuntó a finales de los 80 con sus dos primeros largos, ‘Crazy love’ y ‘Espera la primavera, Bandini’, ambos basados en novelas de escritores al filo, Charles Bukowski y John Fante, respectivamente. El cineasta fue perdiendo gas y espaciando sus trabajos, solo media docena de filmes desde entonces. ‘El concurso de piano’ es el último de ellos y tiene poco que ver con los que cimentaron su efímero prestigio.

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 La película se centra en una joven pianista y alterna dos tiempos. En el presente, ingresa con los otros 11 finalistas de un prestigioso concurso de piano en un lugar llamado La Capilla, donde debe prepararse a la vez que aislarse del exterior: portátiles y móviles están prohibidos. En el pasado, el de su infancia, se nos explica la raíz de los traumas del presente, con una madre posesiva y obsesionada en que sea una pianista famosa, y un padre que destroza con un hacha el piano que la madre le ha comprado.

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 ‘El concurso de piano’ es un filme acomodado sobre un comportamiento complejo. El director utiliza un tono demasiado académico para un relato que demanda algo más de visceralidad que la de los hachazos del progenitor. La música, exquisita, clásica, no siempre compensa el deambular emocional de la protagonista y de quienes la rodean.