Teatro

'Poncia': el Lorca que no pudo ser

En el Teatre Goya se representa una reescritura de 'La casa de Bernarda Alba' en la que Lolita Flores se pone en la piel de la sagaz criada

Un momento de 'Poncia'

Un momento de 'Poncia' / Javier Naval

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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Comencemos por el final: tras los aplausos Lolita Flores confiesa al público que su madre, la Faraona, se quedó con la espinita clavada por no haber podido encarnar el papel de la Poncia, la lúcida criada de Bernarda Alba, una Sancho descontenta para una Quijote autoritaria y siniestra. No podría haber encontrado la actriz mejor ocasión para saldar la deuda familiar. Luis Luque ha planteado un 'spin-off 'del texto de Lorca que expande los diálogos y reflexiones de un personaje que no tiene nada de secundario. Fantasmagoría en forma de monólogo que flota entre el trágico desenlace y un ejercicio de emulación de la poesía del original, con préstamos de Yerma y otros escritos.

Entre sombras, soliloquios y conversaciones con los muertos, Poncia abre las ventanas para ventilar el drama desde una perspectiva del siglo XXI, un intento de iluminar la España negra. Partiendo del dolor por la muerte de Adela, se va explicando cada personaje con su contexto, un ajuste de cuentas que respira casi como un ensayo literario crujido por la emoción. El homenaje a Lorca va de cara, hilo disruptivo de buenismo que el autor no pudo o quiso tejer cuando escribió la pieza, recordemos, pocos meses antes de su asesinato.

Quizá por eso la obra cojea más cuando elucubra una Poncia empoderada, dispuesta a cuestionar el marco opresivo de su clase inferior. Los puntos de fuga de su infancia y juventud se abren como una llamada al goce, pura anacronía del deseo lorquiano expresado desde una actualidad revisionista. En esta intención actúa la luminosa composición musical de Luis Miguel Cobo, estilización que nos arrastra fuera de la frontera de la tragedia rural. También rema en este rumbo el delicado espacio escénico de Mónica Boromello que, mediante un juego de cortinas, reconstruye ambientes domésticos con gran precisión.

También en la dirección, Luis Luque ha sacado buen partido de los elementos dispuestos para domar un montaje con un pie en el pasado, pero con el cuerpo en el presente. La piedra angular, claro, es Lolita. La hemos visto hacer de Fedra, incluso en la piel de la Colometa de Rodoreda, pero es en el rol de la Poncia donde se ha visto vibrar con más fuerza ese componente telúrico tan del clan Flores, un quejío bien templado que reclama libertad, recio y serpenteante. Seguramente, su mejor papel, esencia de un Lorca que no pudo ser.