Crítica de 'Fast Charlie': artesanía criminal

Un sicario empleado por una organización criminal, el tipo de matón que dispara primero y pregunta después -o nunca-, se ve atrapado en el centro de una conspiración que lo obliga a emprender una sangrienta matanza impulsada por la sed de venganza, y a reconsiderar el tipo de vida que ha llevado a lo largo de las décadas. ¿Suena familiar? Por supuesto que sí. Sobre el papel, ‘Fast Charlie’ es poco más que el mero ensamblaje de una colección de piezas narrativas del todo familiares y previsibles. Y, sin embargo, gracias a la energía y el afecto que el director Phillip Noyce le insufla, y al carisma que Pierce Brosnan exuda en la piel de su protagonista, resulta mucho más sustanciosa y entretenida de lo que por definición tendría derecho a ser.

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Confirmado a lo largo de los años como un diestro artesano del cine de acción criminal, aquí Noyce dota el relato de una actitud que evoca las maneras de la literatura de Elmore Leonard -su modelo oficial, eso sí, es la novela ‘Gun Monkeys’, de Victor Gischler-, basada en diálogos afilados, varios giros argumentales distractores y un tono oscuramente cómico que cobra especial relieve en las escenas de asesinatos, a cuál más creativa; el humor, en cualquier caso, se ve atemperado por el aire crepuscular del que envuelve el conjunto, y que la presencia en el reparto del ya fallecido James Caan se encarga de enfatizar. Lo que proporciona a ‘Fast Charlie’ su motor dramático, eso sí, es el romance otoñal que su personaje titular experimenta en medio del caos, lo suficientemente creíble y macabramente tierno como para mantenernos atentos incluso durante aquellos pasajes de la película en los que ningún personaje pierde la vida de forma grotesca.