BBK Live

Grace Jones no necesita estar sobria para ser una diosa

En la segunda jornada del festival bilbaíno, la cantante de origen jamaicano salió tarde al escenario y perdió el hilo de la música en algún momento, pero nada que no se pudiera arreglar a base de carisma

Grace Jones durante su actuación en BBK Live

Grace Jones durante su actuación en BBK Live / LUIS TEJIDO / EFE

Jacobo de Arce

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¿Se puede salir con algunas copas de más a un escenario y bordar un concierto en el que pierdes el compás cada dos por tres, te trastabillas y entras mal a las canciones? Si eres Grace Jones, sí se puede, porque su carisma y su saber hacer pueden con todo, incluso con algunas (pocas) facultades aparentemente mermadas.

La que fuera reina del Studio 54 en el tránsito entre los 70 y los 80 salió al escenario principal del BBK Live casi 40 minutos tarde sobre la hora prevista, una alteración capaz de echar abajo el trabajo de todo un año programando actuaciones y horarios y torcer el resto de la noche de un festival. Nada de eso pasó, y lo que la modelo, actriz y cantante hizo compensó cualquier sudor en la frente que pudiera haber provocado.

Cuando arrancó su show con Nightclubbing quedó claro cuál era su propósito: convertir el escenario principal de Kobetamendi en una gran discoteca de las de antes: sofisticada, hedonista y libertina. Jones tiene 76 años, pero serán frecuentes durante el show sus posturas casi gimnásticas, sus contoneos explícitos, sus frases sexys y las llamadas al público a disfrutar y ser feliz.

Con el funk de The Key empezó la fiesta, y ya apenas paró. No estaba Jones en su mejor momento, quien sabe si le habría sentado mal la cena o si no estaba acostumbrana a la denominación de origen del vino, pero daba igual, porque ella aguantaba el tipo ataviada con una elegante máscara plateada en forma de calavera y un vestido con capa que volaba con el viento. 

En varias ocasiones se equivocó y dejó que fuera su corista la que llevara la voz principal, pero el show no desmerecía, apoyado en una banda clásica (guitarra-bajo-batería-percusiones) afinadísima y con una mujer al frente que no debemos olvidar que también fue actriz. Su dominio escénico, a pesar de lo que parecía claramente una embriaguez, era impresionante. 

Se cambió varias veces de outfit (cayó algún Gaultier, su diseñador fetiche), recorrió el escenario de lado a lado y en algún momento le dijo al público, entre gestos y posturas procaces, que quería hacer el amor y que estaba ‘cachonda’, así, en castellano. Con su edad ningún cuerpo es lo que fue con 25, pero su poderío (y su forma física) se mantenía incólume. Ella lo sabe, y lo utiliza: le encantó pasearse a lomos de un encargado de seguridad para rozarse con un público entre atónito y entregado. 

Iban cayendo canciones emblemáticas: con My Jamaican Guy se acercaba al reggae que tanto le gustó en su dia, y con él evocaba sus orígenes jamaicanos. En Libertango se equivocó con la entrada, empezando a cantar antes de tiempo, pero tenía todo hecho: esa composición de Piazzolla llevada al dub es una maravilla como para enmarcar, y con poner su voz a ratos era suficiente. Y con Williams Blood el público bailó más que con ninguna mientras ella acompañaba con la pandereta. Pero Grace tenia sed: "necesito mi vino bautismal", le dijo a alguien en al backstage, y enseguida apareció una copa. Se la bebió y un espectador de las primeras filas le pidió que se la tirase como recuerdo. Cuando la copa acabó en el suelo, no le quedó otra que decir que aquello daba buena suerte, porque era como un brindis griego.

Un tema casi de misa como el clásico Amazing Grace lo hizo prácticamente ininteligible. Mejor salió cuando tocaron Love is the Drug, que presentó como un rock'n'roll para gente con ganas de fiesta. Era como estar en los primeros ochenta más sofisticados, en el medio camino exacto entre Studio 54 y la Factory o sus sucedáneos. Dejó Slave to Rythm para rematar la faena, y la cantó mientras bailaba, durante casi diez minutos, el hula hop. El excurso infantil para una noche que había quedado de repente muy adulta. Es increíble que uno pueda estar en el estado que estaba ella y que, a pesar de todo, el concierto funcionase.

Aspecto del Bilbao BBK Live este jueves en su primera jornada

Aspecto del Bilbao BBK Live este jueves en su primera jornada / LUIS TEJIDO / EFE

Pequeños que en realidad son grandes

En una jornada que empezaba fresca y con el recinto surcado por senderos de paja que tapaban algunos de los barrizales provocados por la lluvia constante de la mañana, Melenas calentaban el escenario grande con su personal vesión navarra del krautrock y el pop intergaláctico inspirado por Stereolab. Si Bang es un ya un microhimno del indie nacional, versionar ese gélido hit del pop industrial de los 90 que es Eisbaer, de los suizos Grauzone, con un estribillo que dice “las osas polares no lloran / no voy a llorar” es un juego bastante ocurrente con la propia vulnerabilidad. 

No parecía fácil traerse al norte nublado el calor y los sonidos de Maria José Llergo, la artista que ha conseguido llevar más lejos el acercamiento del flamenco a la electrónica. Su directo alterna lo íntimo y lo grandioso. Arrancó con Ultrabelleza, y hay que decir que acercó la tarde que caía sobre el escenario San Miguel a este concepto, porque su show fue esencialmente bonito, con su voz perfecta en todos los registros y la emoción sincera que desprendían sus palabras. Cuando canta Visión y reflejo el vello se eriza: primero su voz a pelo, que parece que le canta solo a uno; después, ese giro hacia una electrónica opresiva a lo Massive Attack en la que esa voz se distorsiona. En Tencontrao se reflejan a la perfección las fases del enamoramiento: a una primera intimista, en la que uno se sorprende del hallazgo, la sigue una eufórica, cuando las bases y la batería se disparan y hay que bailar para celebrar el encuentro.

Llergo es además sinónimo de empoderamiento de la mujer gitana, y en su directo esas canciones más reivindicativas no faltan. En Superpoder, una electrónica poderosa subraya su mensaje: "Juntas estamos cambiando lo feo de este mundo malo", le espeta al público con júbilo. Y con Lucha, que deja casi para el final, llama a pelear a niñas y chicas. Luego explica su tesis sobre 'malahe', una palabra andaluza que dice que le gusta mucho: “Cuando hago lo que me apetece y me siento libre me llaman 'malahe'. Si os llaman malahe es que estáis haciendo algo bueno”, dice enfundada en un vestido negro y con una capa de tul que le da un aire de superheroína.

El de Khruangbin, siguientes en el programa cuando todavía no había caído la noche, es un caso curioso. Los texanos, básicamente un duo chico-chica de guitarra y bajo al que aquí acompañaba una batería, arrancaron haciendo una especie de exhibición guitarrera que tenía algo de cortinilla de televisión de los setenta, sin mucho más encanto. Pero a medida que el concierto avanzaba fueron capaces de convertirlo en una fiesta de las de recordar. Primero se acercaron a la rumba con Pelota (estribillo) y un tema instrumental que suena a cine quinqui de los 70, y cuando ya tenían a todo el público en el bolsillo se pasaron a la música disco y al funk para que la fiesta fuera ya imparable, con todo envuelto en esa psicodelia que tiene bastante de viaje alucinógeno. Es sorprendente lo mucho que se puede hacer con tan poco.

Diseño vs. actitud

Los festivales plantean a veces divertidas dicotomías, como tener a la misma hora pero en diferentes escenarios dos propuestas que parecen incompatibles, como dos trenes destinados a estrellarse el uno contra el otro. Este viernes sucedió en la hora del atardecer.

En el escenario San Miguel actuaban Parcels, con su pop tan resultón en su factura como inane en su trascendencia. Nadie les recordará dentro de 10 años, igual que casi nadie recuerda hoy a grupos como Cut Copy Midnight Juggernauts, que también tuvieron su momento de gloria. Pero en esta tarde de julio, el público gozaba viéndoles interpretar temas sin personalidad pero que funcionan como IknowhowIfeel o Closetowhy, con el grado perfecto de ritmo y emoción, mientras ponían caritas a una cámara que no les soltó durante todo el concierto. 

En el Beefeater, mientras tanto, se desarrollaba la revolución garrula de Albert Pla, que proyectaba dibujos de pornografía de alto octanaje mientras le iba dando una vuelta a rumbas y canciones de verbena. El momento en el que se le ve en unos vídeos adorando los logotipos de varias marcas de lujo mientras entona El lado más salvaje de la vida, versión del tema original de Lou Reed, es una carga de profundidad en forma de gag, con el artista vestido de romano y sus gogós de... ¿futbolistas de la Roja?