Guerra en Europa

Ataques de Ucrania en suelo ruso: el dilema de la OTAN

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Guerra de Ucrania: España se especializa en ayuda militar de retaguardia

Un lanzacochetes del sistema HIMARS norteamericano, en el frente de Ucrania en agosto de 2022.

Un lanzacochetes del sistema HIMARS norteamericano, en el frente de Ucrania en agosto de 2022. / U.S. AIR FORCE - ZUMA PRESS

Juan José Fernández

Juan José Fernández

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Tras un cataclismo nacional, un jefe de Estado formado entre uniformes ha subido al poder cabalgando el descontento social y el orgullo herido de la patria. El líder integra y alimenta el bucle melancólico, y agonísticamente reclama para su país un derecho a ser que considera mancillado. Por esa ofensa, le señala a su parroquia un enemigo interior y otro exterior como causas de su dolor. Promoviendo una vuelta a la esencia y una huida de la degeneración foránea, quiere devolver a su tierra las míticas fronteras de tiempos imperiales. En un momento dado, creyendo parte de su salvífica misión incorporar territorios anejos y sus pobladores de la misma etnia que los habitan, lanzará a su ejército en pos de ese destino. No se habla aquí del excabo Adolf Hitler y los Sudetes, sino del ex oficial del KGB Vladimir Putin y Ucrania.

De tal modo la historia se reproduce, que, unas semanas antes de este 80º aniversario del desembarco de Normandía, el comisario europeo Josep Borrell andaba preguntándose en voz alta, para que le oiga la UE: “¿En qué momento mental estamos? ¿Estamos en un momento Chamberlain o estamos en un momento Churchill?”

Esta pregunta, que formuló a mediados de mayo en la presentación de un libro suyo en Madrid, tiene parte de su respuesta en la campiña de Kiselyovo. En esa zona, al norte de la ciudad rusa de Belgorod, cohetes lanzados por ucranianos han destruido un puesto de mando y dos lanzadores de misiles de defensa antiaérea S-300 de diseño soviético. En la madrugada del 4 de junio tuvo lugar el primer ataque ucraniano sobre suelo ruso con armas donadas por Occidente y permiso de sus propietarios. Entre las advertencias de Putin por lo que considera una escalada, se abre paso en la OTAN el más caliente de sus dilemas.

El factor Belgorod

La camarera Natalia, ucraniana de mediana edad que ha encontrado trabajo en un hotel de cinco estrellas de la vieja Castilla La Nueva, llora abundantemente cuando ve en la web de este diario al ex discjockey televisivo ucraniano Denis Khrystoff reconvertido en rescatador de babuskas (abuelitas) entre las ruinas del Donbás. No puede reprimir las lágrimas cuando en el videorreportaje aparecen las renegridas ruinas de Avdiivka, última conquista importante de Rusia en las proximidades de Jarkov. “¿Cuándo parará? Están todos locos”, se lamenta ante este diario con las manos agarrando el mandil.

Natalia llora en el día 830 de la invasión rusa, en una fase de la guerra marcada por el cansancio a ambos lados del frente. Llora porque tiene un hijo de 26 años movilizado precisamente en el área de Jarkov, tan cerca de Rusia. La ciudad rusa de Belgorod queda a una hora y cuarto de coche. Fue en otro tiempo lugar de visita frecuente para los ucranianos del noreste; ahora es uno de los principales emplazamientos de almacenes militares de los que se surte la actual ofensiva rusa.

No es casual que los primeros ataques ucranianos a suelo ruso con visto bueno occidental golpeen a 80 kilómetros de la frontera en ese área norte, con misiles lanzados por el sistema norteamericano HIMARS. Tampoco lo es que, por el sur, misiles de crucero Neptune y drones enviados por Kiev busquen objetivos en Crimea o en la provincia rusa de Krasnodar. Ucrania trata de paralizar las bases logísticas con cuyo material la martiriza Rusia.

Pronto Kiev tendrá los primeros 30 cazas F-16 que le han prometido sus amigos occidentales, que pueden enlazar bien con el sistema Global Eye del avión espía ASC890 que le va a entregar Suecia. Es posible que Rusia deba retrasar hacia el este sus pertrechos, porque sus actuales emplazamientos quedan al alcance de los Himars, los F-16 y la creciente cantidad de drones kamikaze y misiles de crucero capaces de hallar los objetivos que les señala una inteligencia muy apoyada por Gran Bretaña y Estados Unidos.

Rusia lo considera una escalada. Lo ha dicho Putin en su más reciente y airada advertencia a los “pequeños y muy poblados” países europeos. “Los sistemas occidentales tienen capacidades muy superiores a las de los rusos -explica a EL PERIÓDICO un alto oficial de la Armada-, y si Ucrania los recibe en cantidad suficiente, su empleo contra objetivos de alto valor en territorio ruso introduce un elemento de desequilibrio que, desde el punto de vista de Moscú, es escalada”.

Y corrobora esa opinión un compañero de armas, si bien de tierra y de similar alta graduación: en Moscú el permiso occidental “podría ser visto como que aquellos países que donan su material no solo para que Ucrania defienda su territorio sino para atacar suelo ruso, están, aunque sea ligeramente, subiendo la intensidad de su apoyo, o sea, escalando el conflicto”.

Si Jarkov cae…

“Hoy, las armas son el camino a la paz”. En un encuentro en Madrid, repetía esta paradoja un alto cargo de la OTAN al comienzo del mes pasado. En mayo había en los estados mayores de los ejércitos de la Alianza Atlántica una extendida preocupación por la marcha de la guerra en Ucrania. El retraso provocado por los conservadores de Washington en la entrega de ayuda militar estadounidense había colocado a Ucrania contra las cuerdas ante una ofensiva rusa en la que las tropas de Putin han aumentado la velocidad de su avance: en 2023, en el frente del Donbás ganaban una media de 50 metros al día; ahora, son 100, cuentan los analistas militares de la OTAN a la cúpula política de la organización.

Estos asesores han visto cercana la posibilidad -más que preocupante, inquietante para ellos- de que los mandantarios de países OTAN se sienten en Washington el 9 de julio con Jarkov, segunda ciudad de Ucrania, caída en manos del Kremlin. “Si Jarkov cae… cualquier apoyo occidental a la supervivencia de Ucrania estaría llegando ya tarde”, explica a EL PERIÓDICO uno de los militares consultados.

Pero antes de la cumbre de la OTAN está en el calendario otra cumbre, a la que Ucrania ha llamado ya a 80 países -no estará China- en un hotel de Bürgenstock, junto al lago Lucerna. Con el campo de batalla algo más parado estos días de junio, el pulso de Kiev con Moscú se centra en torno a este evento.

La cita en Suiza podría ser la llave para otras negociaciones que lleven a un alto el fuego, pero el Kremlin y su red de diplomáticos se esfuerza estos días en Iberoamérica, África y Asia en desacreditar el encuentro sobre tres argumentos: que el gobierno de Volodimir Zelenski es ilegítimo, pues ya superó su plazo de vigencia; que, por tanto, no tiene posibilidad legal de negociación; y que el ejército ucraniano se niega al intercambio de prisioneros. Desde Kiev se niega ese último extremo, y se contesta a los otros dos que la prórroga de Zelenski en el poder está prevista por la ley marcial ucraniana.

Contra la cumbre rompe un oleaje argumentativo ruso, según el cual la paz llegaría si el mundo aceptase como rusos los territorios ya conquistados en el Donbás y los alrededores de Crimea. De ahí que las embajadas ucranianas estén recordando que esta no es una guerra por un pedazo de territorio, sino por la existencia de un Estado con fronteras reconocidas por el Derecho Internacional.

Ataúdes en París

Entre tanto, Rusia ha atenúa su sistemático bombardeo -10.000 disparos de cañón y bombas de gran potencia al día, contra 1.000 de Ucrania- sobre unas tropas ucranianas que tienen racionada la munición de 122 mm, de origen soviético. Aunque están cambiando algunas cosas en el frente de cara a un verano que será crítico para el desenlace de la guerra.

Se espera para final de este mes la apertura de una línea centroeuropea de suministro de entre 50.000 y 100.000 proyectiles al mes, según fuentes oficiales polacas. Entre tanto, Ucrania palía sus carencias de drones con encargos al complejo industrial Ukroboronprom y la firma UKRJET: 20.000 drones en un primer lote por 69 millones de euros, a un coste medio que no supera los 3.500 euros.

El arsenal ucraniano de drones abarca desde simples tubos explosivos con una hélice en la cola hasta ‘castores’ UJ26, que buscan objetivos a 1.000 kilómetros.

Estos días mientras el presidente Zelenski recorría Europa cerrando acuerdos de defensa, como el pacto con España, ha rebrotado como por ensalmo en las redes sociales la narrativa rusa. En Francia, por ejemplo, unos espontáneos colocaron cinco ataúdes en París, cerca de la torre Eiffel, envueltos en banderas galas y con el cartel “soldado francés en Ucrania”. La policía identificó a los autores de la performance: son búlgaros.

En países de América Latina, área mucho más permeable a la propaganda rusa, se hizo viral la pasada semana un vídeo montado en Cuba, en el que sus autores muestran cuántos segundos tarda un misil balístico intercontinental Sarmat ruso en alcanzar “las capitales de los países que suministran armas a Ucrania”: París en 200 segundos, Londres en 202, Berlín en 106, Washington en 995...

A España no la cita esa propaganda. “Las donaciones españolas no suponen un verdadro problema para Rusia”, considera el oficial de la Armada. “España no tiene mucho problema con el uso de armas en territorio ruso -explica otro alto oficial de Tierra, directo observador de la guerra y pieza del engranaje de decisión del Ministerio de Defensa- porque apenas hemos dado artillería”. Los sistemas antiaéreos Hawk, de las más sofisticadas donaciones españolas, “sería raro que se usasen sobre Rusia: son antiguos, vulnerables y no se pueden acercar mucho al frente...”

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