Cine histórico

FOTOS INÉDITAS | Cuando en el cine Comedia daban láudano a los espectadores

Apenas hay buenas fotos de los 216 cines que ha tenido Barcelona y el Comedia será la excepción a la regla gracias a uno de sus proyeccionistas, Víctor Baldoví

"Quedamos en el Comedia", Barcelona pierde otra brújula ciudadana

Carles Cols

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Son escasas, a veces casi inexistentes, las fotografías de todos y cada unos de los 216 cines que en un momento u otro ha habido en Barcelona. Incluso los más celebrados, como aquellos a los que la familia Balañá proporcionó palaciegos vestíbulos y plateas que, valga la redundancia, eran de cine, fueron realmente poco retratados, y siempre más por fuera que por dentro. Es esto algo bien curioso, lugares que han sido concebidos para la exhibición y, sin embargo, han sido a la par tan recatados y reservados a la hora de mostrar su vida íntima. Hay una excepción. El Comedia, que levantó por última vez la persiana el pasado 14 de enero, será, qué gran suerte, un caso aparte gracias a Víctor Baldoví.

Fue durante más de un cuarto de siglo empleado del Comedia, y que puede decirse que exploró todos y cada uno de los rincones de ese decimonónico edificio esquinero del Eixample, desde sus tejados, donde un grupo de leones con más porte que Clarence, el felino bizco de la Metro Goldwyn Mayer, otean el horizonte, hasta los túneles del subsuelo, que si hubiera que huir como un Harry Lime en ‘El tercer hombre’, son una puerta a las alcantarillas de la ciudad.

El número 13 del paseo de Gràcia, eso hay que tenerlo presente antes de adentrarse en el álbum de fotos de Baldoví, es, según se mire, un yacimiento arqueológico de la historia de esta ciudad. Del edificio que antes de 1887 se levantaba ahí, el palacio de Llorenç Oliver, puede que no quede más que alguna cimentación en el subsuelo. Era una obra de Rafael Guastavino que formó parte del primer Eixample, un edificio efímero, visto lo que sobrevivió. Lo compró un empresario del ferrocarril, Frederic Marcet, pero no para trasladar allí de inmediato su domicilio sino para hacer lo que podría calificarse de un ‘Núñez y Navarro avant la lettre’, demolerlo y edificar una esquina.

El Palau Marcet, una obra de Tiberi Sabter.

El Palau Marcet, una obra de Tiberi Sabter. / YP-ARXIU-LABAN

Del Palau Marcet, obra de Tiberi Sabater (arquitecto del 60 del paseo de Gràcia, esa finca dedicada a Juan Sebastián Elcano, y también del Casino Mercantil de la calle de Avinyó), es perfectamente visible hoy, solo con algunas modificaciones, el que era su aspecto desde la calle. Allí vivió la familia Marcet, pero su fachada más noble, la de la esquina, por donde después entraron decenas de miles de espectadores, era ciega. Había puertas, sí, pero siempre cerradas. Al Palau Marcet se accedía a través de un jardín situado en la Gran Via. La cuestión es que la distribución interior de la mansión hizo que el salón comedor de los Marcet estuviera justo donde después se colocaron las taquillas y las máquinas de palomitas. No era por ahí la manera más noble de recibir visitas.

Aclarado este punto, lo indudable es que la silueta del Palau Marcet ha sido desde finales del siglo XIX más o menos la misma. El interior, todo lo contrario, nada tiene que ver. Es ahí donde Baldoví, cámara en mano, se lo ha pasado en grande.

El edificio se lo compraron los Padró a los Marcet con la intención de convertirlo en 1935 en un  teatro, pero un año más tarde comenzó la guerra y pospusieron sus planes, hasta 1941, que es cuando nació el Comedia, primero como teatro, con una gran platea de dos pisos de palcos, en total, 1.246 butacas, una barbaridad. Es por ese pasado que las máscaras en honor a Talía y Melpóneme, musas de la comedia y la tragedia, respectivamente, aparecen como relieves en los lugares más insospechados, camino de los lavabos, por ejemplo, o tras falsos techos y paredes.

El Comedia, en su estreno como sala de cine.

aARXIU L'ABANS

Cuando el Palau Marcet dejó de ser una finca residencial y renació como teatro, la práctica totalidad de su interior fue demolido, pero cuando en los 60 pasó a ser un cine y, más adelante, un multisalas, las reformas se hicieron a menudo igual que un pastelero elabora un milhojas. Es por eso que Baldoví se ha llevado formidables sorpresas. ¿Una? El manual de instrucciones que, tecleado a máquina, encontró junto a un anciano botiquín médico, por si a algún espectador se sentía indispuestos durante una representación. En caso de fuerte dolor estomacal se le administraban cinco gotas de láudano, vamos, la musa de autores como Lord Byron, el verdadero opio del pueblo, y no la religión, como decía Marx. No hay que descartar que las indisposiciones fueran habituales.

Merece la pena, más que leer este texto, prestar atención a las fotografías de Baldoví, proyeccionista del Comedia, también el empleado que nos vendía las entradas, incluso el encargado de que todo estuviera en su sitio antes de cada pase y, por encima de todo eso, un cinéfilo con lo que eso comporta, es decir, con algo semejante a una mirada de director de fotografía, alguien capaz de estudiar durante días a qué hora de la tarde y bajo qué condiciones meteorológicas la luz del sol se reflejaba en las ventanas de la torre a otro lado de la plaza, la de la antigua sede del Banco Rural y Mediterráneo, para que cruzara justo a través de la letra C de las puertas acristaladas del Comedia.

The end.