A causa de una fuga

Una fuente intermitente amarga el verano en el Raval a los perros: “Sin agua, se ahogan”

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Un perro bebe de una palangana junto a la fuente que solo funciona unas horas durante tres días en el Raval, en Barcelona.

Un perro bebe de una palangana junto a la fuente que solo funciona unas horas durante tres días en el Raval, en Barcelona. / JORDI COTRINA

Jordi Ribalaygue

Jordi Ribalaygue

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El agua ha dejado de manar todos los días para que los perros calmen la sed en el Raval, en el centro de Barcelona. Un grupo de vecinas y sus animales se arrinconan en la sombra que mengua mientras avanza la mañana en el pipicán de los jardines de Sant Pau del Camp, antes de que el sol se imponga sobre la única área de perros del barrio. “En poco rato, ya no podremos estar con este calor”, avisa Rose, acompañada de su mascota, Happy. “La fuente solo funciona los lunes, los miércoles y los viernes, pero no va los martes, ni los jueves, ni los sábados ni los domingos -enumera-. Está muy mal que, en pleno verano, no se tenga en cuenta a los perros. Ellos también tienen que beber. Sin sombra ni agua, se ahogan”. 

El grifo no fluye a todas horas en los días en que se abre la corriente: únicamente lo hace de nueve de la mañana a la una del mediodía. Que esté seco el resto de la jornada es un fastidio para Anna. Por horario, le iría mejor bajar por la tarde para que su perra, Troia, se sacie. “Igualmente venimos al atardecer, cuando se llena, aunque no hay agua”, lamenta. 

La vecina explica que la falta de agua supone un mal trago para su mascota: “Lo pasa mal y para de jugar. Yo necesito venir y ella también, pero hace unos días, en vez de jugar, se quedó en el suelo, estirada”. “Es la antítesis de un refugio climático, sin sombra por ningún lado”, describe Jordi, otro habitual de la zona. “Si encima se rescinde el agua para los perros, acaban extenuados y puede llevar a un colapso por golpe de calor”, alerta. 

Anna muestra el correo que el Ayuntamiento le ha enviado tras quejarse por las intermitencias que asfixian al surtidor desde la primavera pasada. La respuesta revela que “una fuga” es la responsable de que la fuente chorree solo unas pocas horas a la semana. “Podría entender que no funcionase si hiciera poco que se hubiese producido, pero llevamos dos meses y medio así. ¿Por qué no se arregla?”, pregunta Anna. 

Sin una alternativa cerca

Escarlata se presenta con Asia en el pipicán antes de que corten el agua. Cuando el suministro se interrumpe, la vecina se desplaza a menudo con su mascota al Poble-sec, a otra área de perros colindante al parque de Bomberos. “Pero no me queda cerca de casa”, reconoce.

Las otras dos zonas de recreo para canes en el distrito de Ciutat Vella quedan apartadas para los habitantes del Raval: una está en el paseo Picasso, pegada al parque de la Ciutadella, y la otra en la Barceloneta. A Rosa no le da tiempo traer a Leila por la mañana al jardín. “Cuanto más temprano pudiéramos venir, mejor, pero el parque no abre hasta las nueve. Y como no hay agua con frecuencia, mi hermano la acaba llevando al parque de detrás del Macba, aunque allí no hay pipicán”, aclara.  

Un grupo de palomas rodea la fuente del Raval en la que los dueños de los perros toman agua cuando no funciona el otro surtidor.

Un grupo de palomas rodea la fuente del Raval en la que los dueños de los perros toman agua cuando no funciona el otro surtidor. / JORDI COTRINA

Cuando del surtidor no cae gota, una palangana sirve de abrevadero. Se suele rellenar con una fuente al uso del jardín. “Pero está repleta de palomas”, señala Rose. “Es un foco de infección. Hemos pedido que, si se tiene que cortar por la sequía, mejor que lo hagan con la fuente de las palomas en vez de la de los perros”, opone Escarlata. También es cierto que acampan grupos de indigentes, tanto en el parque como en torno al Paral·lel, resguardados del sol mientras brilla, acostados al raso cuando ya ha anochecido. Las fuentes les sirven para sobrellevar las altas temperaturas, también para asearse. “A veces dejamos garrafas llenas, pero las cogen y se duchan con ellas”, asegura Escarlata. 

Cristina ha renunciado a seguir yendo a los jardines con Thyon, a quien adoptó tras pasar ocho años en la calle con un muchacho sin techo con el que la chica trabó amistad. Al problema con el surtidor y la carencia de sombra, añade la incomodidad de topar con los restos del consumo de droga que menudea desde hace mucho en el parque. “Ahora siempre llevo encima agua para mí y para él, también un plato. Es como ir de excursión y como si llevara a un bebé… En Montjuïc y otros sitios también están las fuentes cerradas”, destaca.

Anna alude a algún que otro altercado en el jardín, incluso con armas blancas. También le irrita que, últimamente, se hayan impuesto multas por dejar sueltos a los perros fuera del pipicán, “cuando sería una forma de reconquistar este espacio”, opina. 

“Es incongruente que se exija una ley de bienestar animal y, en la práctica, no nos preocupemos de dar unos mínimos a nuestros animales, mucho más con las condiciones que vive la mayoría de las personas” en el Raval, remarca Jordi. “La pobreza energética hace que la mayoría de esas personas y familias no tengan acceso a un sistema de refrigeración óptimo en sus casas y han de salir a la calle con sus mascotas para poder soportar las altas temperaturas a las que se llega en los pisos que habitan, a menudo compartidos”, recuerda.

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