Maragall expresa su "malestar profundo" con los carteles y señala al exdirector de comunicación de ERC

JORDI OTIX / VÍDEO: EL PERIÓDICO

Después de años de combatir el bulo, Pasqual Maragall dejó de ser el ‘Maragall borracho’ que rezaban las pintadas en los muros. Los socialistas siempre acusaron a los nacionalistas de CiU, especialmente al aparato de Convergència, de asumir y promover un chisme que pronto se convirtió en una lacerante campaña de desprestigio. El escarnio adquirió dimensiones ingobernables. El aspecto un tanto desaliñado y la dicción confusa del entonces alcalde no ayudaban a disiparlo. Solo el gran éxito de Barcelona 92 empezó a desmentir la falsedad. Tuvieron que pasar años para que la solidez intelectual, heterodoxia, instinto, imaginación, valentía y obstinación del político socialista se impusieran. Con la enfermedad, ya incapacitado como rival político, su aura no dejó de engrandecerse. El apellido del nieto del poeta pasó a ser un codiciado objeto de deseo, incluso para quienes no habían dudado en vilipendiarlo cuando era una amenaza.