La lluvia empapa la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de París

París arriesgó. París pareció perder, pero acabó por ganar. La apuesta por el río Sena como escenario de la inauguración olímpica era seductora, valiente y audaz, una entusiasta enmienda a la tradición olímpica con potencial para marcar una ciaboga en la historia de los Juegos Olímpicos. Acaso el mayor temor tenía que ver con la seguridad, pero no fueron las amenazas externas las que marcaron la larga y decepcionante ceremonia, sino su propio diseño, lento y a ratos con un hilo argumental difícil de seguir, y también (o sobre todo) la insistente lluvia que nadie pareció prever y que deslució todo lo bello que hubo. Que lo hubo, claro, pero el balance no puede ser en ningún modo positivo, por mucho que el final fuera espectacular e inalcanzable en lo estético para cualquier ciudad distinta a París. Difícilmente Los Ángeles, en 2028, sugiera sacar la ceremonia del estadio.