Lluvias

La noche en la que el agua se llevó a los "niños perdidos" en Terrassa: 62 años de la riada mortal en el Vallès

Ayuntamiento y una entidad local trabajan para saber si parte de los menores arrastrados por el agua en 1962 fueron robados

Terrassa empieza a buscar a los niños desaparecidos en la Riuada del Vallès del 1962: "Nos debemos a la verdad"

Así quedó la calle Gutemberg de Terrassa.

Así quedó la calle Gutemberg de Terrassa. / Jaume Altamira

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Una de las heridas abiertas desde hace más tiempo en Terrassa es el rastro de dolor y desolación que dejó la riada de 1962. Se calcula que unas 300 personas murieron o desaparecieron con la bajada del agua, que va afectar a varios municipios del Vallès Occidental con nocturnidad y por sorpresa. Desde hace 20 años, la Asociación Niños Desaparecidos de la Riada de 1962 investiga por su cuenta si parte de los niños de los que nunca más se supo nada fueron en realidad robados para venderlos a familias de todas partes 'Europa, un esfuerzo por el que el Ayuntamiento ha decidido sumar fuerzas para intentar cerrar el duelo. Además, en septiembre, cuando se cumplan 62 años de la tragedia, se prevé un acto de recuerdo en el pleno municipal.

25 de septiembre de 1962. La lluvia caía desde media tarde de manera intensa en Terrassa, y con la llegada de la noche la oscuridad se apoderó de la ciudad, con un corte de luz que afectó sobre todo al entorno de la riera de las Arenas. Antonio Martínez y José Hernández trabajaban en la empresa AEG, y al salir de su turno quedaron golpeados por el fuerte ruido del agua y la negrura que les rodeaba.

Ambos eran naturales de Almería, y habían venido a Catalunya a buscar trabajo y futuro, como otras muchas familias del sur del Estado a mediados del siglo XX. Ambos se habían instalado alrededor de la riera de las Arenas, pero José había podido comprar un piso en los bloques de Sant Llorenç, algo más alejados de su curso. "Al llegar a la altura de la riera sólo se sentía agua y no se veía nada", relata Susana Escalera, limpia de José y secretaria de la Asociación Niños Desaparecidos de la Riada de 1962.

El corazón se les heló cuando llegaron a casa de Antonio. No había nada. Pese a un primer intento por encontrar a alguien, las condiciones lo hacían imposible. Él siguió buscando, pero José fue a casa y le dijo a su mujer que preparase café, que con el amanecer tenían que bajar a la riera a ayudar.

Los primeros rayos de sol ofrecieron por primera vez la imagen del desastre. Casas completamente derruidas, barro por todas partes y desesperación de muchos vecinos que no encontraban a sus familiares. El paso de las horas y las labores de rescate permitieron encontrar a algunas de las personas atrapadas entre los escombros, pero también muchos cuerpos para los que ya no se podía hacer nada.

La mujer de Antonio, Manuela, logró sobrevivir a la fuerza del agua. Sin embargo, sus dos hijos no corrieron la misma suerte. Ángel, de 6 años, apareció muerto corriendo allá. De Antonio, de tan sólo 3, nunca supieron nada.

"Mis padres supieron al cabo de unos días que en Matadepera había un albergue, y al llegar vieron a un amigo de Antonio, pero él mismo les dijo que allí no estaba", explica Ana Martínez , hija de Antonio y Manuela y presidenta de la asociación. "Fue el peor día de su vida", añade. La desesperación le hizo seguir buscando: "Miraba a la riera si encontraba su pijameta, y en los parques confundía a los niños con el suyo", relata.

Su padre decidió que no buscarían más: "Se estaban volviendo locos", explica Ana. Más tarde, la familia se rehizo, y tuvieron otras tres hijas, todas niñas, entre ellas Ana. "Mi padre nunca ha querido hablar de esa noche", relata, una herida que permanece abierta a la familia desde hace 62 años.

¿Desaparecidos o robados?

La tragedia destruyó familias enteras, en gran parte por no haberse despedido de los seres queridos que desaparecieron riera abajo. Este hecho generó siempre un punto de desconfianza, porque muchas familias sospechaban que sus hijos podían estar vivos.

Hace unos 20 años, parte de estas familias decidieron buscar respuestas a su inquietud a través de los archivos públicos. "Encontramos un conjunto de cartas, y vimos que algo ocurría, había donde se pedían niños en adopción y otros que buscaban a familiares perdidos", explica Ana Martínez.

Entre las misivas que se conservan en el archivo comarcal las hay de Córdoba, donde el párroco de la Veracruz, Isidoro Castaño, se dirigía al alcalde de la época, Josep Clapés, para trasladarle que un matrimonio sin hijos de la parroquia, Antonio García y Josefa Pintor, se ofrecían para adoptar específicamente "una niña de unos tres años". En otra, un matrimonio también sin hijos, en este caso de Aragón, también reclamaba al alcalde una niña: "Enterado de que en las recientes inundaciones ha quedado orfaneta una niña de unos seis meses, le escribo con el fin de sol solicitar si me hacía el honor de conceder a la mencionada niña para criarla entre nosotros y adoptarla como hija, vista la desgracia que le afecta", redactaba el hombre, Florentín Perera.

Estas evidencias no hicieron más que acentuar las sospechas de que quizás algunos de los niños desaparecidos en realidad habían sido robados para entregarles, seguramente previo pago, a familias de todo el continente. "Nosotros no somos historiadoras, le dedicamos horas de nuestra vida personal, con días libres y vacaciones, formándonos y estudiando los expedientes judiciales, artículos periodísticos y de investigadores para encontrar pequeños hilos, pero también hablando con testigos, que desgraciadamente cada golpe son menos", relata Susana Escalera.

Impulso institucional

El colectivo de familiares acabó constituyendo en asociación, un estatus que le abría la puerta a acceder a información guardada en otros archivos o espacios reservados a entidades. En marzo de este año, además, el Ayuntamiento anunció un nuevo impulso en busca de la verdad en torno a estos niños desaparecidos, con la apertura de un proceso para intentar encontrar pistas al respecto.

La clave, aseguran desde la asociación, sería encontrar a alguno de los niños que puedan sospechar que fueron robados, niños que hoy rondarían los 70 años la mayoría de ellos. Otra opción sería encontrar a alguien que certificara la acción de los gobiernos de la época, ya fuera el del Estado como el municipal, para traficar con los menores afectados por la tragedia.

"¿Por qué no se ha hecho durante todos estos años?", se pregunta Patrícia Reche, concejala de Rieres de Terrassa, que comparte el dolor de las familias, así como la incomprensión por el tiempo que ha pasado desde la desgracia. "Hemos perdido a mucha gente por el camino, muchos testigos que ya no están, es un trauma, pero podríamos haber cogido muchos testigos", añade.

El apoyo del consistorio es, según Reche, un acto que va más allá del deber moral que como institución le corresponde al Ayuntamiento de la ciudad, en tanto que corresponsable de la falta de información en la época. "Es tarde, pero nunca lo es demasiado para tratar un tema tan delicado y emocional, realizar un acto de homenaje y pedir perdón", apunta.