TÚ Y YO SOMOS TRES

La infancia no debe ser una mierda

Ferran Monegal

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No soy psicoanalista ni pretendo jugar a serlo, pero creo que Xavier Sardà ha regresado, 30 años después, a <em>Juego de niños </em>(TVE-1)  por  una razón estrictamente sanitaria. Hasta quirúrgica, diría yo. Sardà cuenta en su autobiografía (Ediciones B) que su infancia fue una «mierda». Textualmente. En el primer capítulo, de una intensidad triste y desgarradora, relata su llegada a la humilde y paupérrima casa de sus falsos abuelos, tras la muerte de su madre. Son recuerdos de una habitación oscura y sórdida que solo se llenaba con los gritos de los cerdos que mataban en un sótano que había debajo de ella. Y de un minúsculo lavabo que siempre olía mal. Y de una falsa abuela, que lo único que ha quedado de ella en su cerebro es que se tiraba pedos.

¡Ah! Yo creo que Sardà, sinceramente, ahora que ha vencido en tantas cosas y puede mirar atrás desde una indiscutible elevación, ha querido regresar al plató como aquellos cirujanos buenos que se van al Congo a curar a niños pobres, y a sus padres también, y a sus abuelos. Porque este programa, aunque lleve la palabra «niños» en su título, es una terapia para todos. En esta materia todos somos congoleños, mayores y pequeños. Es una forma, transmutada en concurso y juego, de enseñarnos que la infancia no tiene edad. Que la infancia es un patrimonio transversal, alegre, sugestivo, enriquecedor, y que nunca nadie la debería transformar en una «mierda».

Los niños que han salido ya no escuchan los gritos de los cerdos degollados en el sótano. Son niños que hablan de E.T., por ejemplo, y definen a esa criatura cinematográfica como «Un mono que no se ha bañado ningún día del mundo y que tiene una bombilla en el dedo». Y los otros niños, los gallifantes mayores, recobran –recobramos– esa maravillosa niñez que perdimos en el trayecto. Berto RomeroMiguel Ángel Muñoz, como invitados del primer capítulo, y sobre todo Jose Corbacho, Juan Carlos Ortega, y el propio Sardà, son tan niños, en ese plató, como los otros. Solo se diferencian por la inexorable sentencia biológica: arrugas, falta de pelo y les han crecido mucho los huesos. Fuera de eso, les iguala la inocencia. En esta magia, se nota el delicado tratamiento, naïf incluso a veces,  dispensado por la productora Visiona TV, y su alma Ferran Cera. No esperen de este programa audiencias astronómicas. No hay «mierda».