EN EL 'TELETODO'
Diego Buñuel: "Para conectar con la gente, nada mejor que una sonrisa"
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Con 34 años, al reportero Diego Buñuel no parece pesarle el apellido, sino que lleva una carrera fulgurante que pasa por unos estudios y unas primeras prácticas en Estados Unidos; un bautizo de guerra con las tropas francesas y de la OTAN en los Balcanes y varios años de trabajo con la agencia de televisión Capa para los canales públicos franceses. Ahora, dispone de su propia productora, Explorer Productions, en el distrito 15 de París, desde donde hablamos con él con motivo de la tercera temporada de la serie No le digas a mi madre, que emite los viernes National Geographic.
¿Qué piensa cuando se le compara con Michael Moore?
Me gusta mucho. Pero él es algo más pedagógico y utiliza el humor en clave política. Yo no quiero ser como un profesor, sino mostrar el mundo en el que vivimos y que cada uno se haga su propia opinión. No estoy aquí para explicar lo que uno debe pensar. Mis historias se tienen que entender por sí solas.
¿No tiene miedo de convertirlas en un simple espectáculo?
Al revés. Creo que lo más importante es el espectáculo. El problema del periodismo de reportaje es que es aburrido. Se perdió la humanidad y la excitación que proviene de esas historias. Los periodistas vuelven con monográficos¿ Quiero reformar, de manera muy humilde, el periodismo internacional para regresar al formato infoteiment, información y entretenimiento combinado. Vivimos en un mundo en el que la información sale de todas partes, pero la calidad es muy pobre, porque siempre es la misma. Mi serie, No le digas a mi madre, busca historias que generalmente no se ven en la tele. Por ejemplo, en los reportajes sobre África siempre aparece gente vestida con colores, niños pequeños que saltan delante de la cámara o locos con machetes que matan. La realidad africana es completamente diferente y mucho más compleja que eso.
¿Cree que su propuesta es válida para conflictos como el de Afganistán?
Fui reportero de guerra durante ocho años. Me mandaron 15 veces a Irak, 10 veces a Afganistán... He estado en Gaza, en Colombia¿ Y cuando me mandaban a Afganistán, querían historias sobre los talibanes, el burka o el opio. Pero eso es solamente el 1% de la realidad de esos países. Yo tengo como regla no hacer entrevistas a políticos, generales o presidentes, porque no sirve de nada. Durante años he visto que la actuación de oenegés o la ONU no servía de nada.
Pero también es arriesgado ir más allá de ciertas zonas con una cámara de televisión, ¿incluso en la periferia de París?
¡Para mí es más complicada la banlieu de París que Afganistán! Es algo que practico desde hace años y ya dispongo de una comprensión del riesgo. Ir con mi moto a casa es más peligroso, porque no controlo nada. En cambio, cuando voy a Afganistán, sé con quién voy a hablar y cuándo, dispongo de un intérprete (un fixer) que me prepara el terreno, la seguridad...
¿En qué lugar se siente más cómodo?
La gente es simpática en todas partes. Cuando tenía 13 años, le preguntaba a mi tío en Nueva York cómo se lo montaba como playboy. Y me respondía que muy sencillo: lo único que había que hacer era sonreír y decir "hola". Esta frase se me quedó grabada y la verdad es que para conectar con la gente lo más fácil es una sonrisa y decir "hola" a alguien. La sonrisa es universal.
¿Llegó a conocer a su abuelo, el director de cine Luis Buñuel?
Sí, y fue importante para mí. Yo era pequeño y en su casa de México siempre había gente de cine, actores, escritores, pintores... Era un mundo muy interesante, pero de ficción. Todo lo que hacían era ficción, una creación de su mente. Y en nuestra casa de París también había escenas parecidas, con reporteros del New York Times o The Washington Post hablando de Vietnam y contando historias increíbles. Aunque en este caso era realidad y no ficción. Eso creo que me impulsó a hacer más realidad que ficción.
¿Y ve algún punto en común con las películas de su abuelo?
Mi abuelo utilizaba el humor para criticar a la burguesía o la religión en películas surrealistas. Yo creo que utilizo el humor para criticar la guerra, la pobreza y la violencia, con documentales hiperrealistas. Además, él era un director de cine cuyo arte es mundialmente reconocido y con un impacto mucho mayor que el mío.
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