Criminal

Una vida perdida entre rejas: Moreno Líndez, el último 'Vaquilla' o cómo sucumbir al destino

El atracador, que ha pasado casi toda su vida privado de libertad, habría acabado su deuda con la sociedad en 2039, tras saldar una condena de 48 años y tres meses

José María Moreno Líndez, en la foto distribuida por la Guardia Civil tras su fuga, en 1991. Tenía 18 años.

José María Moreno Líndez, en la foto distribuida por la Guardia Civil tras su fuga, en 1991. Tenía 18 años. / L-EMV

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No nació en una cuna alta ni la vida se le presentaba fácil. Es un hecho incontestable. Pero también lo es que eligió mal. Se juntó con quien no debía, resolvió que la calle le gustaba más que la escuela y no acertó a salir por el camino más recto y menos fácil del agujero que le había tocado en suertes. Era, además, la España de los 80. Bueno, las Españas: una, la de más arriba, asomando la nariz al mundo mientras se sacudía la caspa de 40 años de yugo franquista, y la otra, la de abajo, sobreviviendo y cogiendo trozos de ese 'pastel' recién inaugurado a golpe de atraco a lomos de coche robado y golpeteo en el brazo para asomar la vena hambrienta de heroína.

Con ese telón quinqui de fondo, José María Moreno Líndez, recuperado para el 'clic' y las redes -antes, en sus tiempos, habría sido para las portadas y los telediarios- tras enzarzarse en un atraco semifallido con huida fracasada y visita al hospital gracias al tiro que recibió de la Policía Local en plena persecución por el centro de Valencia, como muchos otros críos nacidos en barrios y pueblos con el futuro justo para no cruzar la línea, acabó haciendo casi lo que, por condición social y económica, se esperaba de él. Equivocarse de camino; más fácil dejarse llevar que enfrentar la corriente.

La Policía Local desarma de un tiro a un presunto atracador en Valencia.

La Policía Local desarma de un tiro a un presunto atracador en Valencia. / L-EMV

Del reformatorio a la cárcel de mayores

Así, a los 16, la edad a la que los chavales acaban la ESO y miran al futuro con los ojos comiéndose el mundo, Moreno Líndez ya estaba probando el sabor acre de la cárcel. Pasó prácticamente del reformatorio, de ese centro de menores de Godella, la Colonia San Vicente Ferrer, que tantos futuros difíciles ha intentado revertir, a la prisión de adultos. Lo metieron preso por un atraco a una joyería, el robo de un coche y atacar a un policía.

En ese momento, los menores de entre 16 y 18 años iban a la cárcel, la misma que la de adultos. Aún habría que esperar seis años para que el primer Código Penal de la democracia española, que no llegó hasta 1995 -¡20 años después de la muerte del dictador!-, pusiese remedio a esa anomalía.

A Moreno Líndez, la acusación de haber participado en el triple crimen de los pozos de Picassent le pilló recién ingresado en la cárcel Modelo, el hoy moderno Ciudad Administrativa Nou d'Octubre, sede de cuatro conselleries. Era mayo de 1989. Había cumplido los 16, la mayoría de edad penal, unos meses antes, en octubre, así que cuando lo detuvieron por el atraco a la joyería, ya no volvió a Godella. Fue derechito a la cárcel de los mayores. Con su cara de rasgos infantiles en la que el bigote no era más que una sombra y sus intensos ojos azules.

Los crímenes de los pozos: ¿Actor? ¿Espectador?

La Guardia Civil le consideró igual de culpable que a su 'jefe', Indalecio Muñoz, seis años mayor que él, y que a la novia del primero, Pilar García. Las víctimas, un delincuente de 41 años, Francisco Laborda Ferrando; un 'compañero de fatigas' de solo 15 años, José Antonio Llorente López, miembro de la banda juvenil de Moreno e Indalecio; y la madre del chaval, Josefa López Hidalgo, también de 41 años.

A la madre y al hijo, que fueron arrojados con vida a un pozo tras darles una paliza y luego quemados porque, según Indalecio, el chaval se había quedado parte de un botín, los mataron el 15 de mayo de 1989. A Laborda, Indalecio y su novia lo echaron a otro pozo tras engañarle para que se asomara a ver unas armas inexistentes, le dieron muerte entre el 28 de marzo y el 1 de abril de ese año. El día 21, tras la confesión de Pilar a un guardia civil, extrajeron los cuerpos de los pozos.

Fueron juzgados tres años y medio después, el 15 de septiembre de 1993, cuando toda la Guardia Civil y la Policía Nacional andaban aún a vueltas con otro triple crimen, el de las niñas de Alcàsser, y su principal asesino, Antonio Anglés, fugado a Irlanda como polizón cinco meses antes, en abril.

Indalecio se negó a abrir la boca ante el tribunal. Fue condenado a 91 años por los tres asesinatos. Moreno Líndez, que se declaró inocente -no participó en el de Laborda y en los otros miró más que actuó, pero, de nuevo, las malas decisiones y las peores compañías-, fue castigado con 48 años de cárcel. Pilar, que afrontaba 73 años, se libró porque para el juicio ya había desaparecido: se había fugado meses antes cuando dos agentes la dejaron sola dentro del coche, en el patio de la entonces Audiencia Provincial, hoy sede del TSJCV. Nadie entendió aquello.

En el bando de los 'malotes'

Moreno Líndez no volvió a ver el sol sin rejas de por medio durante años. En la cárcel volvió a elegir el bando de los 'malotes'. Se metió en broncas; 'estrenó' Picassent con una fuga con sábanas y una percha a modo de garfio en mayo de 1991, dejando en paños menores al Ministerio del Interior, que había abierto las puertas de la cárcel ese enero con fastos y pregones de que era la más segura de España; protagonizó riñas con otros internos; se dijo que se había visto envuelto en algún apuñalamiento y que no andaba lejos cuando se montaban motines...

José María Moreno Líndez y su compinche, Indalecio Muñoz (dcha), durante el juicio por los crímenes de los pozos de Picassent, en spetiembre de 1993.

José María Moreno Líndez y su compinche, Indalecio Muñoz (dcha), durante el juicio por los crímenes de los pozos de Picassent, en spetiembre de 1993. / L-EMV

Así que siguió acumulando condenas y perdiendo redención de días. La vida del preso duro. Alcanzó la cima del delincuente patibulario el 11 de agosto de 2004. Ese día, intentó secuestrar a un funcionario de Prisiones cuando salía de la consulta médica de Preventivos colocándole en el cuello un bolígrafo con una cuchilla en la punta. Un pincho carcelario, vamos. El secuestro no triunfó, pero dos presos acabaron heridos y él, una vez más, en el fondo de un 'chabolo' (celda) de aislamiento.

Moreno Líndez, que se ha pasado la mitad de su tiempo en prisión calificado como preso de primer grado, reservado solo a los más peligrosos y conflictivos, fue desterrado de Picassent a raíz de ese incidente. Durante casi 20 años ha ido cambiando de penal y no empezó a tener permisos hasta 2022. Se portó bien por primera vez en mucho tiempo, así que siguió con ellos en 2023.

Otro mal paso

Pero, en diciembre de ese año, cuando estaba ya en tercer grado -solo tenía que ir a prisión a dormir- y dependiendo del Centro de Inserción Social (CIS) de Huelva, el paso previo a la libertad condicional y la única manera de ir volviendo poco a poco a una sociedad a la que seguramente ya ni reconocía, tuvo la brillante idea de no regresar al centro. Pésima idea.

En ese momento, y con la refundición de las condenas y las reducciones que le correspondían, había rebajado en tres años el final de su deuda con la sociedad. De 2042 a 2039. Es más, eso no significa que tuviese que seguir yendo a dormir a la cárcel hasta ese 2039, sino que la última cuarta parte de su tiempo de condena habría podido vivir en libertad condicional. Ni siquiera vigilada, ya que eso no existía en sus tiempos de delincuente.

Pero no. Al quebrantamiento de condena por no haber regresado al CIS de Huelva se le suma ahora el atraco protagonizado en la tarde del pasado 26 de julio en el centro de Valencia. Primero, encañonó a una mujer en el garaje de su casa, en la calle Espinosa. Le quitó sus efectos personales bajo la amenaza de una pistola que resultó ser de fogueo. Cuando trató, además, de robarle el coche y obligarla a subirse de rehén en el asiento del copiloto, la mujer se negó en redondo. Sus gritos le hicieron huir.

La última fechoría: el fin de la libertad

Al salir a la calle, se topó con dos policías locales y volvió a tirar de pistola. Les apuntó con ella para abrirse paso y salió corriendo hacia Guillem de Castro. Intentó refugiarse en un estudio de tatuajes, pero le salió rana y cuando regresó a la calle porque vio pararse un taxi ante él, no pudo cogerlo porque dentro venían los policías. Y otros dos más que llegaban corriendo desde la avenida del Oeste. Volvió a tomar una mala decisión: les apuntó con su arma. La respuesta fue inmediata. Abrieron fuego, pero, por suerte, solo le alcanzaron en la mano izquierda.

Huyó de nuevo a la carrera hacia Guillem de Castro y se metió en la calle Sant Pere Pascual, dejando tras de sí un reguero de sangre. Al verse acorralado, se apuntó a la sien, aunque no habría podido matarse porque su pistola no disparaba munición real. Acabó dejándola en el suelo y cediendo a la detención. Un breve paso por el Hospital General de Valencia y cinco días después volvía a la cárcel de Picassent. Moreno Líndez había vuelto a equivocarse al elegir camino.