Solución de emergencia en Canovelles
Ciudadanos marroquís auxilian a los sintecho tras la muerte de Amine en la Ciutadella
Conmovidos por el fallecimiento en la calle de dos compatriotas, han adaptado temporalmente una sala de fiestas hasta que pase el frío
Los coordinadores de la iniciativa llevan muchos años en España y se han propuesto ayudar en Canovelles a jóvenes con los que comparten raíces
La "ola de solidaridad", como la definen, ha llevado a empresarios a contratarlos o a peluqueros a cortarles gratis el cabello
Guillem Sánchez
Redactor
Periodista de sucesos. Antes trabajé como redactor de sociedad en la Agència Catalana de Notícies (ACN).
Profesor asociado en la Facultat de Comunicació i Relacions Internacionals Blanquerna.
Libros Publicados: 'El Estafador' (Editorial Península) y 'Crónica del Caso Maristas' (Ediciones B).
Después de la muerte de Amine Faqhi, cuyo cuerpo sigue a la espera de la identificación oficial tras ser confundido con su hermano Mohcine y de la repatriación a Marruecos, los amigos con los que vivía en el Parc de la Ciutadella siguieron en el mismo lugar en el que el joven había muerto de frío el 11 de enero. El jueves 14 de enero, tres coches acudieron a recogerlos.
Dos de los jóvenes subieron al coche de Bakali. “Les preguntamos si querían comer algo y respondieron que solo querían descansar. Puse la calefacción y, en cuanto entraron en calor, se quedaron dormidos”. Llegaron así al polígono industrial de Canovelles (Vallès Oriental), donde les aguardaba una sala de fiestas, ahora cerrada, convertida en un techo de emergencia.
El desafío
Bakali, Moulay, Noujoud, Rhimou o Jamila son españoles nacidos en Marruecos, o marroquís que llevan muchos años en España. Afirman que, conmovidos por la muerte de dos compatriotas sin hogar durante la ola de frío, decidieron usar un grupo de WhatsApp que se llama ‘El desafío’ y las conexiones de una asociación –que prefieren mantener al margen– para buscar una solución inmediata. Rhimou, dueña de una sala de fiestas vacía por el coronavirus, puso a su disposición el espacio. Comenzaron a coordinarse para generar “una ola solidaria”. Y el jueves por la tarde acudieron a la Ciutadella a buscar a los compañeros de Amine.
Dos de ellos tenían heridas causadas por el frío en una mano y un pie: “sabañones”. Lo primero que hicieron fue comprar en la farmacia el tratamiento que no estaban siguiendo y que puede acarrear riesgo de amputación. Lo segundo fue darles de cenar y distribuirlos por el suelo en colchonetas, bajo el chorro de aire caliente propulsado por un climatizador.
Desde entonces han recibido a 21 hombres –casi todos jóvenes extutelados de origen marroquí– que dormían en la calle. El número 22 llegó el martes al mediodía. Tenía 24 años, explicaba haber sufrido una caída desde un balcón que lo dejó en coma varias semanas en el hospital de Vall d'Hebron el pasado mes de octubre. Tras despertar y verse de nuevo a la intemperie, acarreando las graves secuelas de la caída, aseguraba haber tratado de suicidarse en dos ocasiones. Rhimou anotó sus datos en una libreta de anillas y le prometió que todo se arreglaría. Después sirvieron la comida: 'harira', la sopa marroquí más famosa.
No solo por y para marroquís
Moulay, Bakali o Noujoud subrayan que no son profesionales del tercer sector. Trabajan representando a artistas marroquís, organizando eventos o en una sucursal financiera. “Esta es una solución temporal porque cuando acaben las restricciones la sala debe volver a acoger celebraciones. Pero la ola de solidaridad, debe continuar”, piden. “Es solo un techo hasta que pase el frío”, explican. Se presentan como “coordinadores” de las ayudas que llegan. “Nos traen comida, colchonetas, ropa…”, detallan. “Cada ciudadano aporta lo que pueda”. Este martes se acercó un peluquero de Terrassa y les cortó el pelo. Otros que tienen negocios se han prestado a darles un empleo. "Cinco de los jóvenes han sido colocados: en una carnicería, en una panadería y en la construcción".
Cada noche uno de los coordinadores se queda a dormir en la sala de fiestas. Tienen reglas severas. No pueden fumar ni beber ni consumir drogas –algunos de ellos sufren graves adicciones– en el interior. Deben hacerse cargo de recoger sus cosas, colaborar en el mantenimiento higiénico del espacio y ayudar a prepara desayuno y cena. La puerta se cierra cada noche a las 22.00 horas, coincidiendo con el toque de queda. Si alguien da problemas, se queda fuera. “Hasta ahora nadie ha dado ninguno”. "Aquí comen, duermen protegidos del frío, se duchan, se les da ropa nueva y se intenta ayudarles en lo que necesitan. El joven que ha intentado suicidarse necesita 100 euros para una traducción jurada del documento que acredita que no tiene antecedentes penales en Marruecos. Seguro que pronto aparece alguien en el grupo de WhatsApp que quiere aportar esa cantidad", dice Bakali.
Este lugar no es solo para árabes sino para cualquier sintecho, añade Bakali. Y asegura que, aunque se sirva comida árabe y se hable árabe, no tiene nada que ver con la religión. “Esto es una sala de fiestas, no un oratorio”. El teléfono para contactar con ellos es el 632 14 53 26.
La iniciativa ha metido en un brete al Ayuntamiento de Canovelles que por un lado aplaude el gesto pero por el otro evidencia que la nave no tiene licencia para alojar a personas y que el espacio no permite cumplir con las restricciones sanitarias para contener la tercera ola de la pandemia. Emili Cordero, alcalde del municipio, explica que este miércoles una patrulla de los Mossos y de la policía local ha inspeccionado la sala de fiestas y que ha contactado con la Generalitat para que los servicios sociales tomen las riendas.
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