De niñas en el bosque

La cultura popular está plagada de novelas, películas y canciones que romantizan, erotizan y normalizan las relaciones sexuales entre adultos y menores de edad.

La cultura popular está plagada de novelas, películas y canciones que romantizan, erotizan y normalizan las relaciones sexuales entre adultos y menores de edad. / Pablo Blázquez/Save the Children

Carmela del Moral, responsable de Políticas de Infancia de Save the Children

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Hace unos días las redes y las conversaciones fueron protagonizadas por un alcalde que, en las verbenas de su pueblo y amparado por el “espíritu festivo”, recitaba la letra de una canción que relata, en tono desenfadado, un abuso sexual a una niña que pasea por el bosque. El hecho en sí es deplorable, pues de un cargo público se espera, como mínimo, que no haga apología de la pedofilia. Pero, más allá de pedir responsabilidades políticas (necesarias), tenemos que enmarcar este hecho en el contexto de la creciente sexualización de la infancia y la adolescencia y, especialmente de niñas y chicas adolescentes.  

Esta sexualización no es nueva. La cultura popular está plagada de novelas, películas y canciones que romantizan, erotizan y normalizan las relaciones sexuales entre adultos y menores de edad. De manera más o menos grave estos productos conforman un imaginario en el que, en algunas ocasiones, las relaciones entre un adulto y una menor de edad, son aceptables, deseables e incluso “provocadas”, por la niña o adolescente. Esta sexualización toma también otras formas sociales, que de cuando en cuando entran en el debate: bikinis para niñas de 5 años con relleno; disfraces “sexis” de halloween o carnaval; determinadas campañas de publicidad… El entorno digital perpetúa y multiplica el impacto de estas imágenes y mensajes, consumidos de forma directa y sin filtrar por usuarios y usuarias de todas las edades. 

La pornografía contribuye a esta sexualización de manera más preocupante: videos en los que el reclamo son actrices que parecen menores de edad; que normalizan las relaciones de abuso sexual intrafamiliar y el incesto; o que glamurizan y hacen deseable la violencia, y erotizan el dolor de las mujeres. De nuevo, consumidos tanto por personas adultas como por adolescentes y niños y niñas cada vez más jóvenes.  

Todos estos productos y realidades se enmarcan, de forma más o menos precisa, en la ficción, en la cultura y en el “arte”. Por ello, cualquier acusación de apología de la pedofilia puede ser contrarrestada en el marco de la libertad de expresión. Pero, recordemos, un determinado marco mental y cultural puede llegar a normalizar o promover determinadas actitudes.  

Según los últimos datos del Ministerio del Interior, en 2023 hubo 9.185 denuncias por violencia sexual que tenían a una persona menor de edad como víctima, de las cuales el 79,76% eran niñas o adolescentes. El Centro Nacional de Menores Desaparecidos y Explotados (NCMEC) denuncia que, en todo el mundo, se interceptaron 36,2 millones de imágenes de abuso sexual infantil en 2023. En España, en ese mismo año se identificaron 104.748 imágenes, frente a las 77,727 detectadas en 2022. El reciente informe de Save the Children Derechos Sin Conexión señala que 174.812 adolescentes han recibido videos o fotos de carácter sexual de desconocidos. 

No hablamos de ficción: la violencia sexual es una realidad que daña profunda y gravemente a la infancia y adolescencia. Y como sociedad tenemos que hacer frente a esta lacra en bloque: las relaciones sexo afectivas entre adultos y niños, niñas y adolescentes nunca son justificables, y son delito. Normalizarlas, banalizarlas y romantizarlas supone alimentar una cultura que contribuye al silencio y secretismo que rodea por definición esta violencia, y a la indefensión y dolor de las víctimas. Necesitamos frenar actitudes y comentarios que blanqueen estas violencias; dejar de normalizar chistes, canciones y actitudes que sexualizan a niñas, niños y adolescentes. Y dotar de herramientas a la infancia y adolescencia para que identifique la violencia y pueda pedir ayuda. 

Está en nuestra mano que la mayor preocupación de las niñas, en un bosque, sean los osos.