Tiempo libre

¿Tienes 170 minutos al día para ti? Si no, eres pobre de tiempo

Las largas horas que dedicamos al trabajo y al hogar y la hiperconectividad hacen que aumente la percepción de falta de tiempo

El tiempo es un concepto ambiguo.

El tiempo es un concepto ambiguo. / Freepik

Ágatha de Santos

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La pobreza no sólo se mide en divisas. También en minutos. Vivimos en una sociedad en la que, cada vez más, el tiempo es un recurso vivido como escaso y hay un sentimiento creciente por parte de la población de falta de tiempo para hacer todo lo que necesita.

Aunque la pobreza de tiempo es aún un tema obviado en los análisis y en las políticas de salud pública, en la última década, ha aumentado el interés social por este concepto, que desde la sociología del tiempo se explica como la falta de tiempo propio debido a la cantidad desproporcionada de tiempo dedicado al trabajo remunerado y no remunerado.

Hay estudios que advierten de que esta pobreza de tiempo incrementa también la material, y que tiene impacto negativo en la salud física y en el bienestar de las personas, reduce las oportunidades de disfrutar de actividades de ocio y dificulta la participación en la vida política y social. Por ello, desde distintos ámbitos se aboga por diseñar políticas y herramientas que garanticen una redistribución del tiempo más justa de forma que el individuo pueda disfrutar de la vida. O dicho de otro modo, que tenga tiempo para sí mismo.

La pobreza de tiempo es, según José Durán, profesor de Sociología de la Universidad de Vigo (UVigo), un concepto ambiguo por su doble dimensión objetiva y subjetiva. La primera se refiere a la medida de tiempo, objetiva y equitativa. Es decir, todos disponemos de la misma cantidad de tiempo: 60 minutos cada hora, 24 horas al día, siete días a la semana, 365 días al año. No pasa lo mismo, matiza, con la percepción subjetiva que tiene cada individuo del tiempo, tanto de su disposición como del control que tiene sobre su uso. Esta disposición y uso del tiempo están fuertemente condicionados por variables como el sexo, responsabilidades de cuidados, clase social, origen, edad y posición en el mercado laboral, entre otros, que, a su vez, están estrechamente vinculadas con un modelo económico, el capitalista, en el que lo que prima es la productividad.

Según Durán, otra razón subjetiva que explica la percepción de pobreza de tiempo responde a las expectativas que la persona tiene puestas en qué invierte su tiempo. “La pobreza de tiempo tiene que ver con qué aspectos de la vida valoramos más o menos. Si preguntásemos a la generación que ahora tiene 70 u 80 años si durante su periodo laboral tuvo pobreza de tiempo probablemente contestaría que no, porque su vida la concebía para trabajar. Hoy, el trabajo se considera algo instrumental, hasta tal punto que la gente joven valora el trabajo en relación al tiempo que le deja para otras actividades de la vida y acepta salarios más bajos a cambio de tiempo”, explica.

Según Durán, objetivamente tenemos más tiempo, pero subjetivamente somos más pobres que hace un siglo. “Si nos comparamos con un trabajador de principios del XX trabajamos menos. Otra cosa es la calidad del tiempo, porque no es lo mismo trabajar ocho horas según un guion previsto que estar esas mismas ocho horas o incluso menos y llegar luego a casa y tener que atender correos. Hoy, el tiempo de trabajo y el tiempo de vida están muy imbricados”, explica.

Existen marcadas desigualdades de género en la pobreza de tiempo, con más mujeres que hombres considerados pobres en tiempo. Los estudios que hay sobre este aspecto atribuyen esta brecha a las condiciones precarias de muchos trabajos que desarrollan las mujeres y a la gran cantidad de tiempo que ellas dedican al trabajo doméstico y al cuidado de la familia, una combinación que puede generar desigualdades de género en la salud y limitaciones para que las mujeres puedan participar en otras esferas.

“Hoy tenemos más tiempo que antes; otra cosa es su calidad”

José Durán

— Sociólogo de la UVigo

Según el sociólogo vigués, la raíz del problema está en que cuando, a finales de la década de los setenta y los primeros años de los ochenta del pasado siglo, millones de mujeres de todo el mundo occidental se incorporaron al trabajo remunerado, lo hicieron sin abandonar muchas de las responsabilidades que tenían en casa relacionadas con la gestión del hogar. Además, esta incorporación de las mujeres al mercado laboral muchas veces se hizo en condiciones laborales más precarias y no se correspondió, o al menos no en la misma medida, con la incorporación de los hombres al trabajo no remunerado, por lo que ellas vieron multiplicado su trabajo, remunerado y no remunerado, y les restó tiempo de ocio, lo que las convirtió en pobres de tiempo.

“Las mujeres tienen más presencia en trabajos de menor valor añadido y más precarios, por lo que tienen más pobreza de tiempo, de tiempo objetivo. A esto hay que añadir que la gestión del hogar y los cuidados de la familia aún siguen recayendo mayoritariamente en ellas”, comenta.

Aunque reconoce que los estudios evidencian un mayor reparto de las tareas entre el hombre y la mujer, también constatan que esa igualdad en el reparto de las tareas está acompañada de una desigualdad en la gestión de las tareas. “¿Quién se ocupa de que el niño o la niña tenga el material escolar ahora que empieza el curso? ¿Quién se ocupa de que tenga el uniforme si es un colegio con uniforme? ¿Quién se ocupa de que haya comida en casa? Pues eso lo hacen todavía más las mujeres que los hombres”, argumenta el sociólogo. 

170 minutos diarios para ti, la cifra clave

Según José Durán, vivimos en una sociedad que nos obliga a estar constantemente conectados, por lo que es difícil distinguir el tiempo objetivo del subjetivo. “Estamos continuamente en la multitarea, por lo que nuestra percepción es que tenemos menos tiempo”, señala.

Esta pobreza de tiempo afecta de forma especial a las mujeres y a las personas en situación de vulnerabilidad, según un estudio de la Agencia de Salud Pública de Barcelona publicado en la revista “Journal of Epidemiology & Community Health” que analiza, por primera vez, las diferencias de género en el fenómeno de la pobreza del tiempo, así como los factores que la determinan y su impacto en la salud. La falta de tiempo es uno de los motivos más comunes para no hacer actividad física en el tiempo libre o llevar una dieta saludable, aspectos esenciales para prevenir muchos trastornos crónicos. También se ha relacionado con la mala calidad del sueño en las mujeres, ya que su sueño suele ser perturbado con mayor frecuencia por los hijos que el de los hombres.

Según Margarita Vega Rapun, del University College London y autora del estudio “The multidimensionality of poverty: time poverty in Spain”, la pobreza de tiempo “es un indicador que permite dar una medida más completa sobre la pobreza, que normalmente sólo recoge la de ingresos”.

De acuerdo con este estudio, las personas que tienen menos de 170 minutos diarios para ellas mismas son pobres de tiempo. Para calcular esta pobreza, se tuvo en cuenta no sólo las horas dedicadas al trabajo remunerado, sino también al que no lo está, que incluye las tareas de limpieza y cuidado de los hijos y que aún recaen sobre las mujeres. Los resultados evidenciaron que la pobreza de tiempo es mucho más severa en las mujeres.

Según Durán, esto se debe, en gran medida, a que la estructura burocrática de la empresa no ha cambiado tras la incorporación de la mujer. “

Las mujeres, que antes se ocupaban de la gestión del hogar, se han incorporado al trabajo, pero las empresas no han cambiado sus estructuras ni la organización del trabajo para que sus trabajadores y trabajadoras puedan compaginar vida laboral y familiar, y las tareas domésticas, al final, siguen recayendo en las mujeres, por lo que terminan teniendo menos tiempo objetivo que los hombres”, dice.

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