Viaje al 'Corredor del fuet' (3)

La vida del empleado de matadero: “No hay nada más duro que esto, es el infierno”

El ghanés Maxwell Wiredu destripa cada día cientos de cerdos en una de las compañías de la zona

MULTIMEDIA: El 'corredor del fuet': Viaje a la Catalunya que necesita pero a la vez rechaza la inmigración

Viaje al 'corredor del fuet' | Adaptarse, entenderse o quererse: ¿qué es la integración?

El ‘mena’ que planta cara a Orriols: “Quiere dividir el pueblo pero no lo consentiremos”

Ripoll, el laboratorio de la convivencia rota: "deben darnos miedo"

Olot, bienvenido a trabajar pero no a alquilar

Maxwell Wiredu y Nicholas Koffi en la habitación donde viven en Vic (Osona).

Maxwell Wiredu y Nicholas Koffi en la habitación donde viven en Vic (Osona). / zowy voeten

Elisenda Colell

Elisenda Colell

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Sale de casa de madrugada, cuando aún amanece. Se enfunda en un mono de trabajo, se coloca un peto fosforito, se abrocha el casco al cuello y, aún somnoliento, emprende un camino de 25 minutos en bicicleta hacia el polígono industrial de Vic, donde está el matadero en el que trabaja. Después de destripar centenares de cerdos, el ghanés Maxwell Wiredu abre las puertas de su casa a EL PERIÓDICO. “Quiero que la gente vea cómo vivimos los inmigrantes aquí”, explica desde la minúscula habitación que comparte en una de las zonas más deprimidas de Osona.

Un grupo de empleados entra a trabajar a las cuatro de la madrugada en matadero Le Porc Gourmet .

Un grupo de empleados entra a trabajar a las cuatro de la madrugada en matadero Le Porc Gourmet . / zowy voeten

Wiredu es uno más de los cientos de empleados que, a diario, trabajan en los recintos cárnicos de la zona. “No tenemos dinero, nos movemos con lo que podemos”, explica. Los que tienen más suerte se desplazan en furgonetas abarrotadas cuyos bajos rozan el suelo. Otros van en patinete. Y, así, empieza una jornada de ocho horas destripando cerdos.

Cerdos hacinados en un camión de transporte animal esperando a entrar en el matadero Olot Meats.

Cerdos hacinados en un camión de transporte animal esperando a entrar en el matadero Olot Meats. / zowy voeten

Wiredu nació en Ghana en la década de los 70 y forma parte del grupo étnico ashant, que entre otras cosas se reconoce por la lengua twi. Tras años de frustraciones en su país, deseaba probar suerte en Europa. “Aquí hay más derechos, todo es más fácil y pensaba que podía ayudar a mi familia”. No quería arriesgar la vida en el mar. “Pagué 5.000 euros al padre de una chica que vivía aquí para casarme con ella. Así pude venir en avión y con visado”, explica. Admite que nunca volvió a ver a la mujer, de la que ya está divorciado. Empezó a trabajar en los mataderos hace nueve años y desde entonces no ha parado.

Falsos autónomos

“Antes hacíamos 10, 11 y 12 horas. Ahora solo hacemos ocho. Pero gano poco, 1.200 euros al mes”, explica el hombre, uno de los falsos autónomos que terminó con contrato indefinido tras múltiples denuncias e inspecciones. Ahora es oficial de primera. 20.160 euros brutos al año, según convenio. “El trabajo de destripar es muy duro porque te peleas con una máquina que tira para arriba y tú tienes que ir para abajo, hay que tener mucha fuerza. Y así todo el día. Tendríamos que ser cuatro en la cinta y solo somos dos”, apunta.

Dos mujeres entran a trabajar en Le Porc Gourmet, una empresa cárnica de Osona a las cuatro de la madrugada.

Dos mujeres entran a trabajar en Le Porc Gourmet, una empresa cárnica de Osona a las cuatro de la madrugada. / zowy voeten

El secretario general de la Federación de Empresarios de Carnes e Industrias Cárnicas, Ignasi Pons, se desmarca del modelo de los falsos autónomos. “Tenerlos en el régimen general es más costoso, pero nosotros queremos que la gente esté cómoda, si no están bien es un problema. Si hay que contratarles se les contrata, se les forma. Lo que no queremos es la rotación y que en un año se vayan”, explica.

Alquiler imposible

En estos nueve años en Vic, Wiredu nunca ha logrado alquilar una vivienda. La misma realidad que se vive en La Garrotxa. “Es muy difícil, te dicen que no quieren vender nada a inmigrantes”. Siempre ha vivido en habitaciones realquiladas. “Es lo único que hay para nosotros”, asume. La estancia es minúscula. Duerme delante de un congelador, donde coloca el cepillo y la pasta de dientes. Tiene una bombona de butano a sus pies y un ventilador. En los huecos hay maletas y bolsas con ropa. “Pero lo peor es que no te puedes empadronar”. El dueño del piso no le autoriza a que conste oficialmente en el domicilio y ha optado por pagar 350 euros a las mafias del padrón para estar inscrito.

Maxwell Wiredu y Nicholas Koffi, junto a otros vecinos del barrio, ayudan a un compatriota a remolcar su coche sin batería.

Maxwell Wiredu y Nicholas Koffi, junto a otros vecinos del barrio, ayudan a un compatriota a remolcar su coche sin batería. / zowy voeten

Vive con cuatro personas más. Una de ellas es Nicholas Koffi, compatriota. Él llegó a Catalunya en 2010 para trabajar en la vendimia del Penedès. “Dormí tres meses en la calle en Vilafranca porque no podía pagar el piso”. Tiene un dedo agarrotado, imposible de mover. “En la tripería me dolía mucho y le dije al encargado que no podía seguir. Él me dijo que, si me lo apretaba, podía continuar. Pero yo no podía aguantar más y me fui”, dice. En el CAP le dieron la baja. No pasó por la mutua, una práctica habitual, confirman los sanitarios. Asegura que esta última le llama a diario para volver al trabajo. “Hace tres años, un compañero nigeriano se cortó el muslo con un cuchillo: le dijeron que, o trabajaba, o se iba a la calle”.

Un camión, en el polígono industrial cárnico de Vic, el pasado 9 de julio a las seis de la madrugada.

Un camión, en el polígono industrial cárnico de Vic, el pasado 9 de julio a las seis de la madrugada. / zowy voeten

Tras una década en Catalunya, ninguno de ellos habla catalán. “No tengo tiempo para estudiar. Lo que necesito es dinero para enviar a la familia, para la luz, el agua, el alquiler… Y luego a ver si puedo comer”, explica Wiredu. “Trabajamos sin parar”, añade. Estos empleados piden que no se conozca el nombre de la empresa donde trabajan para evitar represalias. “La vida de los africanos en Europa es muy difícil. Es que no sabemos cuáles son nuestros derechos”. Koffi ha trabajado en agricultura, limpieza de hoteles, cocina de restaurantes y construcción. “Nada es tan duro como el matadero. Es como el infierno”. 

Suscríbete para seguir leyendo