LUNA DE AGOSTO

Gigolós y ‘sugar babies’

El ‘sugardating’ es un clásico del verano, pero también una tipología de parejas con amplia diferencia de edad, vocación de permanencia y tantos motivos para consolidarse como número de personas viven ese tipo de relación 

Giorgio Armani, Lauren Hutton y Richard Gere, protagonistas de 'American Gigolo', en un acto promocional de la Royal Academy of Arts de Londres, en octubre de 2003.

Giorgio Armani, Lauren Hutton y Richard Gere, protagonistas de 'American Gigolo', en un acto promocional de la Royal Academy of Arts de Londres, en octubre de 2003. / RICHARD LEWIS / AP

Jorge Fauró

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Probablemente sin proponérselo, Richard Gere y el director Paul Schrader construyeron en 1980 una de las fantasías más asentadas en el imaginario de la masculinidad de la Generación X y posteriores, la del hombre joven y apuesto que vive de mantener relaciones con mujeres mayores, adineradas, atractivas y sexualmente dispuestas a descubrir cada rincón corporal donde se oculte un nervio de placer inesperado.

La película se llamaba American gigolo y, aunque en realidad era un thriller, los boomers se olvidaban de la identidad del asesino nada más salir del cine —lo mismo daba si era el mayordomo o el ayuda de cámara— para idealizarse a sí mismos vestidos de Armani, al volante de un Mercedes Benz SL, jugueteando con la cocaína, entonces socialmente aceptada, y escuchando a todo trapo canciones de Blondie al encuentro de mujeres dispuestas a resolverles el presente y acaso también el futuro. Para parecerse a Richard Gere, el perfil de trenka y pantalón acampanado de aquella España renacida invitaba a renovar algo más que el fondo de armario. Es el fin del invierno, / iré cerca del mar. / Vestiré como un dandy, / daré largos paseos, / pensaré en los detalles / de mi próximo plan (Oscuro affaire, Radio Futura, 1984).

El sugardating, como se ha bautizado al tipo de relaciones a las que separa una amplia franja de edad, es un clásico del verano, de costa y de grandes ciudades, aunque con vocación de permanencia en el tiempo, dicen, y con tantas razones para consolidarse —incluido el amor de toda la vida— como elevado es el número de personas en el mundo catalogadas en esta tipología. La mayor o menor frecuencia con que se cambia de pareja y el interés económico que pueda haber de por medio viene a ser lo que diferencia las relaciones convencionales entre adultos de distinta edad del ánimo crematístico de los gigolós (ellos) o de las denominadas sugar babies (ellas) que acompañan a los sugar daddies, en ambos casos hermanos gemelos de la prostitución de alto copete.

Gigoló viene del francés gigolette, mujer que se contrataba como pareja de baile en los salones a los que acudía la clase alta francesa de principios del siglo XX. El inglés lo adoptó como neologismo hacia la década de 1920 y lo fue asentando en su actual acepción, sobre todo a través del cine —Gigolo (1926), de Cecil B. DeMille, o Just a gigolo (1930), de Jack Conway­—. Por su parte, los términos sugar babies o sugar daddies enraízan en una etimología literalmente más edulcorada. Una modelo californiana, Alma de Bretterville, conoció a los 22 años a un hombre de 46, potentado de la industria azucarera de San Francisco. Entre la diferencia de edad y la actividad del marido, Alma se dirigía a él como sugar daddy. Ella falleció con 87 años en 1968; él en 1924, con 67. Entre el noviazgo y el matrimonio, la relación duró 16. Alma volvió a casarse, esta vez con un ranchero, en 1939. Se divorció en 1943 al enterarse de que él le era infiel con su propia sobrina. En contra del concepto actual de las sugar babies, no se le conocieron nuevas parejas, se dedicó a la filantropía y a financiar museos por todo Estados Unidos. A partir de 1961, en que falleció uno de sus hijos, vivió prácticamente recluida hasta su muerte.

El portal My sugar daddy asegura que "el sugardating se ha convertido en un modo de relación basado en el intercambio de experiencias entre hombres maduros, con una buena situación económica y mujeres jóvenes, atraídas por la experiencia vital de estos hombres y su estilo de vida". Llámalo X. La plataforma tiene 7 millones de usuarios en todo el mundo, 182.000 de ellos en España, según datos de este año. De ellos, un 28% son sugar daddies (hombres), con un promedio de edad de 44 años, y un 72% son sugar babies (mujeres), con un promedio de 23. Las ciudades españolas con mayor porcentaje de usuarios son Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Lugo, Sevilla y Las Palmas de Gran Canaria.

Conocí a un gigoló. Se llamaba Ángel. En realidad conocí a varios, pero Ángel era el mejor de entre los de su gremio. Pasó de playboy a gigoló sin pegar palo al agua, ni siquiera en el tránsito, que se supone que es esa edad en que uno es demasiado joven para vivir de una señora mayor y demasiado mayor para no aparecer ante una veinteañera como un jeta con arrugas y esa aspereza en la garganta acostumbrada al Ducados. Ángel había sido militar adscrito al cuerpo de paracaidistas. Noblote, con cara de hampón guapo y andares de Tony Manero, elegante como pocos, en verano salía a la calle con su traje blanco, su camisa negra y el sombrero Panamá.

Vivía un poco de aquello y un poco de lo otro, y a fuerza de no hacer mucho y de que el tiempo pasaba sin años de cotización, pasados los 40 se echó una novia 20 años mayor, comerciante con negocio en propiedad, poco agraciada con el don de la simpatía, algo agria, pero tan apegada a aquel hombre que un día fue dandy, que le lucía por la calle tan pronto tenía ocasión.

Lejos de avergonzarse, dado su pasado juvenil de vividor playero, Ángel se dejaba pasear por aquella mujer que decían que le quería. A veces, un poco pasados de vinos, se les veía discutir. Fue la única persona que logró meterle en cintura. Un día dejamos de ver al Paraca y nos enteramos de que había muerto. A ella continuamos encontrándola de higos a peras, apostada en el mostrador de su negocio, agria como siempre, triste como nunca. Nada más lejos de Lauren Hutton en la escena final de American Gigolo, cuando le dice a Richard Gere que le ama y él responde: "Dios mío, Michelle. Me ha llevado tanto tiempo llegar hasta ti". Pero ese tipo de finales solo ocurren en las películas.