Dieta

Cuando ponerse a régimen era una “cosa de hombres”

El primer ‘best-seller’ sobre dietas milagro data del siglo XIX y estaba dirigido a un público masculino, ya que el canon de belleza de las mujeres permitía que tuvieran más peso

Cuadro de “Las tres Gracias” de Rubens.

Cuadro de “Las tres Gracias” de Rubens. / MUSEO DEL PRADO

Adriana Quesada

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Hay que remontarse a 1670 para localizar la primera campaña ‘anti obesidad’ de Europa. Fue el momento en el que un pequeño grupo de expertos en medicina empezaron a advertir de los peligros que podía tener para la salud el hecho de ganar peso. Sin embargo, su mensaje no caló, ya que la sociedad tenía un pensamiento muy distinto al que tenemos hoy en día.

Obras de arte como “Las tres Gracias” de Rubens nos muestran el tipo de cuerpos que eran considerados bonitos o atractivos en el pasado: mujeres entradas en carnes que, por medio de su físico, mostraban que tenían acceso a comida. Es decir, cierto grado de gordura se relacionaba con aspectos positivos y la delgadez era vista como el físico que tenía la gente pobre y que sufría de enfermedades.

Por estos motivos, las primeras campañas de dietas fueron ignoradas por la sociedad. Sin embargo, en el siglo XVIII en Gran Bretaña comenzaron a ver la obesidad como un problema médico. Esto coincidió con un momento en el que era habitual el consumo conspicuo, es decir, la compra de bienes o servicios con el propósito de mostrar la riqueza. Esto era algo que también ocurría en los restaurantes, sitios en los que la gente pudiente pedía todo lo del menú aunque fuera imposible que se lo comieran.

Cada vez hay más hombres preocupados por su aspecto, pero históricamente han sido las mujeres las que se relacionan más con el autocuidado y la estética. Sin embargo, la dieta no empezó así, sino que era vista como una cosa de hombres. Los mensajes sobre los peligros de comer demasiado eran dirigidos hacia ellos, asegurando que ese comportamiento “no era de caballeros”.

En aquel momento la dieta no era una cuestión meramente estética, sino que era vista como una forma de hacer que los hombres llevaran a cabo de forma correcta su papel en la sociedad. Los historiadores Keith Waiden y T. J. Jackson Lears también sugieren que algunas personas empezaron a usar la dieta como una forma de manejar el estrés en una sociedad cada vez más industrializada.

En el siglo XIX la sociedad veía cada vez más similitudes entre los hombres y las mujeres, que empezaban a tener un poco más de autonomía. Sin embargo, esto no se vio como un logro sino que algunos decidieron que los hombres se estaban volviendo demasiado femeninos aceptando trabajos que conllevaban un estilo de vida sedentario, mientras que las mujeres se volvían masculinas participando en políticas. Esta situación propició la publicación del primer best-seller de dietas de la historia: “Letter on corpulence” (que traducido sería “Carta sobre la corpulencia”), de William Banting en 1863.

Esta guía sugería que el régimen estaba asociado con la masculinidad. En el libro se promovía una dieta que consistía en carne roja, fruta y alcohol con cuatro pequeñas comidas al día, además de promover deportes fuera de casa. Además de esto, el autor creía en la autorregulación llegando a asegurar que el sobrepeso era un problema personal signo de pereza y un carácter poco varonil. Para las mujeres las cosas aún no se habían vuelto tan estrictas, ya que los cuerpos más redondos y con curvas seguían el canon de belleza establecido.

En esta época ya podemos localizar a algunos personajes históricos que fueron víctimas de la obsesión que empezaba a emerger por las dietas. El poeta Lord Byron vivía bajo estos regímenes a base de gaseosa, galletas y vinagre llegando a perder 30 kilos. Sin embargo, a pesar de ese supuesto autocuidado que llevaba a cabo, terminó muriendo a temprana edad con 36 años.

En el siglo XIX hacer dieta se asociaba con tener una buena salud, pero empezó a volverse realmente importante para la sociedad en el XX. Es en este momento cuando la cultura empieza a aceptar los cuerpos delgados como un símbolo de belleza y a rechazar aquellos que tenían sobrepeso.

Es en este siglo cuando surge la conocida como “dieta de Horace Fletcher”, que consistía en masticar la comida un mínimo de cien veces y escupirla antes de tragarla. Esto hacía que, supuestamente, los nutrientes de la comida fueran absorbidos por el cuerpo sin la parte negativa, que era ganar calorías. Esto no tenía ninguna base científica y lo que había detrás de la gente que se prestaba a practicar esta dieta era, en muchos casos, un trastorno alimenticio.

Pastillas

Fue en este siglo cuando las dietas empezaron a centrarse más en la mujer, obligada a seguir unos cánones de belleza, mientras que los hombres podían estar más despreocupados del tema. Después de la Segunda Guerra Mundial comenzaron a venderse las pastillas de dieta y aparecieron estos anuncios que muchos estamos acostumbrados a ver donde aparecen fotos de un cuerpo antes y después de someterse a un supuesto tratamiento que le ha ayudado a adelgazar de forma natural.

Las pastillas de dieta eran muchas veces laxantes y tenían efectos secundarios peligrosos para las que los consumían de forma habitual. Algunas también eran drogas a base de extracto de tiroides, cuyo efecto era aumentar el ritmo del cuerpo para que este quemara energía. Las consecuencias de ingerir estas sustancias eran múltiples, entre ellas problemas cardiovasculares y, por supuesto, la muerte.

En este contexto también nació la dieta Gayelord Houser, en un momento donde las mujeres querían emular ser estrellas de Hollywood sin miedo a las consecuencias. Esta dieta no se basaba en ningún estudio científico y consistía en el consumo excesivo de vitamina B. Fue en este momento cuando empezó a emerger la necesidad de contar las calorías de cada comida.

Estar a régimen o seguir una dieta sigue siendo algo habitual en nuestro día a día y, en cierta medida, esto se ha convertido en una industria. Según el informe “Dietas milagro y sociedad española”, de la Academia Española de Nutrición y Dietética y la Fundación Mapfre, los españoles gastan alrededor de 2.000 millones de euros al año en dietas milagro que, según este mismo estudio, en la mayoría de los casos no funcionan y son peligrosas para la salud de quienes se someten a ellas.