Salud

El hombre de la córnea de 137 años

Hace cinco décadas, al ovetense Gustavo Fernández le trasplantaron el tejido de una donante de 87 años que continúa en activo: "Fue un antes y un después"

El hombre de la córnea de 137 años

DAVID CABO / VÍDEO: LUCÍA SALAZAR

Lorena Landázuri

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Con 14 años, Gustavo Fernández empezó a ver la vida a través de los ojos de una mujer de 87. En su caso, un trasplante de córnea fue lo que le permitió contar con esta hazaña en su biografía. Una gesta que ahora tiene 137 años, fruto de sumar los 87 años de la donante y los 50 que han pasado desde una operación a la que se sometió siendo un adolescente y que le cambió la vida para siempre. "Fue un antes y un después. He podido hacer una vida absolutamente normal, sin privarme de nada", cuenta este ovetense al que un diagnóstico erróneo le llevó a pasar por el quirófano. Lo que en un principio parecía una conjuntivitis acabó siendo una queratitis herpética que dañó la córnea de su ojo izquierdo. "Con cinco años, me pusieron la vacuna de la varicela. Tras esto, me dio un herpes que afectó a la queratina de la córnea y empecé a perder visión. El susto fue mayúsculo", indica Fernández.

El tiempo apremiaba y sus padres decidieron consultar a un especialista cuyo dictamen fue conjuntivitis. Sin embargo, la afección no remitía. Fue entonces cuando recurrieron a las manos de los doctores Luis y Álvaro Fernández-Vega Diego, de quienes Gustavo Fernández habla con agradecimiento y admiración. "Fuimos a la clínica que tenían en su momento en la calle Uría y, nada más verme, el doctor Luis Fernández-Vega, un médico vocacional y sabio, dijo que lo mío no era una conjuntivitis sino una queratitis herpética". Con este diagnóstico, la única solución viable a medio plazo era el trasplante.

Empezó entonces un largo camino hasta pasar por quirófano. Años que Fernández recuerda con su ojo izquierdo cubierto por un parche y con un tratamiento a base de gotas y pomadas que no mejoraba su situación. De nuevo, la intervención de los Fernández-Vega fue determinante. "Gracias a ellos, conseguimos traer de América un fármaco experimental para ver si mejoraba, pero después de cuatro años la córnea iba a peor", señala el paciente.

"Todo fue obra de oftalmólogos sabios y con manos prodigiosas: Luis Fernández-Vega y Joaquín Barraquer"

A estas alturas, Fernández cuenta cómo poco a poco, la vida que con dificultad veía a través de su ojo izquierdo iba fundiéndose a negro. Hasta que en 1974, tras pasar por las manos de eminencias de la oftalmología como el doctor Ramón Castroviejo, célebre figura de la clínica Mayo de Nueva York, o el doctor Bartolozzi, quienes coincidían en que el trasplante era la única opción, Gustavo Fernández entró en quirófano para ser operado por el doctor Joaquín Barraquer en Barcelona, previa recomendación de los Fernández-Vega. Un minucioso trabajo realizado con aguja y seda. "La córnea me la donó una mujer de 87 años que acababa de fallecer. Lo demás fue obra del doctor Barraquer y sus manos prodigiosas. Es lo que hay que tener para operar un ojo", añade Fernández.

Tres meses en la ciudad condal fueron necesarios para completar un postoperatorio en el que el momento crucial era que el trasplante no fuera rechazado. Aunque no hizo falta tanto tiempo para que el paciente experimentara por primera vez en 10 años lo que era ver el mundo con nitidez. "A los dos días de operarme me destaparon el ojo y pude ver. Fue muy emocionante", relata este ovetense a quien su renovada córnea le ha permitido ser farmacéutico en Gijón durante 30 años, disfrutar de Los Alpes como buen aficionado a la montaña o ver a los "Rolling Stones" en concierto. Una larga lista de memorias en las que no han faltado las pertinentes revisiones en el Instituto Fernández-Vega.

"En estos 50 años que llevo trasplantado no he tenido el más mínimo problema. He podido hacer montañismo, que es lo que me gusta, disfrutar de baños en el mar, hacer todo tipo de esfuerzos", recalca Gustavo Fernández, recién llegado de sus vacaciones en Italia, al tiempo que advierte que el año que viene su longeva córnea deberá pasar de nuevo por quirófano para una puesta a punto. "Estas células tienen 137 años y no sé si en el mundo habrá otro tejido orgánico funcional con los mismos o más años que mi córnea", ríe Fernández, al recordar lo que para él es una anécdota que no falta en sus reuniones con amigos y que le ha cambiado la vida: "Gracias a ese trasplante he podido vivir y disfrutar. Eso es lo más importante".