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Javier de las Muelas: "La línea del alcohol bien controlada provoca las relaciones"

Así hace tres cócteles clásicos Javier de las Muelas

El crédito con el que Javier de las Muelas abrió Nick Havanna

Javier de las Muelas

Javier de las Muelas / Jordi Poch

Anna R. Alòs

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De joven ayudaba en el bar de su barrio, en Sant Andreu del Palomar, y ofrecía sillas a la gente mayor que hacía cola en la Comisaría, así le compraban una revista. Estudió unos años en la Facultad de Medicina, asistió de oyente a la de Arquitectura, se relacionó con compañeros que vivieron al límite de vicos diversos pero él siempre se mantuvo al margen. Ganar dinero para su independencia era su obsesión. Gimlet fue su primer local. Después llegaron Nickhavanna, Casa Fernández, Speakeasy y lo que él llama su Vaticano, Dry Martini, donde actualmente se exponen los retratos de los que construyeron la Barcelona de los 80 y 90 y que firma la fotógrafa María Espeus. La cultura suma al otro lado de las barras de este restaurador y coctelero con proyección internacional que le hubiera gustado ser cantante.

¿Es un animal social?

No me gusta la actividad social, no soy un buen relaciones públicas y no me gusta asistir a eventos. Llegué a la hostelería para curarme de la timidez, fue mi terapia.

Curioso para quien desde sus locales lleva más de cuarenta años tomándole el pulso a Barcelona. ¿Ha cambiado mucho la ciudad?

Respecto de los años 80 y 90 muchísimo, se ha perdido ilusión, el estar más próximos, y yo veía a la gente más guapa que ahora. Las personas subiendo cuestas en bicicleta, sudadas, muy guapas no me parecen.

En aquellos años que usted menciona la transformación fue completa

Estaba todo por hacer, nos apoyábamos, eso falta y el sistema lo propicia, individualiza a la gente. Es difícil sostener relaciones de grupo, no hay muchos movimientos culturales o sociales en los que agruparse.

O sea, las personas se relacionan menos.

Ahora las relaciones son muy efímeras. La soledad es ahora un mal social que acelera el envejecimiento, la sociedad atenta contra los llamados mayores, no hay espíritu de lealtad y todo sucede muy rápido.

La mayoría de citas siguen dándose en el bar, incluso las que surgen del universo virtual.

Confío en que siga siendo así, que las personas se puedan mirar a los ojos y tocarse, que la cercanía sea real. La vida en la calle, la vida mediterránea es digna de envidia. Pero al día siguiente de una cita, falta ese poso que logra que una relación se asiente.

Alrededor de dos copas, ¿qué puede suceder?

Mucho, comenzando por una amistad y una historia de amor. El amor mueve la vida, hay que cultivarlo y añadirle hojarasca para que prenda y después siga funcionando. La línea del alcohol bien controlada provoca las relaciones, si la sobrepasas creas una bola de hierro que a duras penas puedes arrastrar. Es iniciático, por eso me gustan los tragos que se pueden compartir, como las jarras de sangría, las catedrales de pisco sauer.

Algunos usan el alcohol para recordar y otros para olvidar.

Mejor no usarlo para ninguna de los dos. El lugar a menudo es más importante que el contenido, ahí puede estar el recuerdo.

Usted dice que los bares son parroquias y los clientes los parroquianos.

Hay parroquias, iglesias, catedrales y vaticanos. Algunos vaticanos pueden ser el American Bar del Savoy en Londres, el bar del Plaza en NY, hoy cerrado, el bar del Saint Regis de Manhattan. Son locales insustituibles. Y mi Gimlet, aunque ahora mi Vaticano sea el Dry Martini.

Mirando atrás, la vida de barrio ayudaba en el proceso de las relaciones humanas.

Mucho. Encuentro a faltar lo que hacía de pequeño con mis abuelos en Galicia, escuchar historias por la noche alrededor de un fuego, anécdotas, historias increíbles, de brujas. Las conversaciones alrededor de la lumbre.

El recuerdo es alimento emocional.

Recuerdo los ratos que pasaba en la bodeguita de delante de casa, cuando el vino se servía a granel y las neveras funcionaban con bloques de hielo. El olor de las barricas de madera y del serrín me evocaban mil historias.

¿Hay muchos locales barceloneses en su memoria?

Todo comenzó con Boadas, en la Rambla. A La Enagua, arriba de todo de la calle Casanova, iba a escuchar música. También La Araña, que luego fue El Casino, con una música espectacular. En esos lugares, impulsados por la gente más extrema de Medicina, es donde descubrí un mundo alternativo al mío, hippys pijos.

La música fue importante.

Prioritaria, trabajé para el programa de música El clan de la una, de José María Pallardó, y para Trotadiscos. Tengo otro gran referente, José María Iñigo, su conocimiento de la música era absoluto. Yo me convertí en el delegado de Clip Promotores y contacté con Gay Mercader.

También se puso a enganchar carteles publicitarios.

Sí, y como vi que eso era una profesión monté una empresa, Difussió Cartell Blau. Íbamos con monos azules de mecánico, y entramos en locales aún más alternativos. Alguna noche tuvimos ciento cincuenta personas trabajando.

Fueron años muy políticos.

Trabajé incluso para UCD, cuando llegó Tarradellas me pagaron por ir a los actos, con mis amigos nos tomábamos tres absentas y con los mecheros encendidos en alto nos hacíamos pasar por militantes.

¿En qué local descubrió su futuro?

En el Berinbao, en el barrio de La Ribera. La música se repetía en la máquina, eso me encantaba, y la luz era preciosa, embellecía a las personas. Un día suplí a un camarero y surgió la idea de montar un bar. Busqué un local en El Born que fue mi primer Gimlet. También entonces coqueteé con la Facultad de Arquitectura, iba de oyente.

Muchos recuerdan su Nick Havanna

Fue un gran local. Allí yo cantaba de noche, me gusta mucho cantar. Ese local lo monté con Lourdes, mi esposa, y me convirtió de pronto en un referente, la prensa me hizo un artículo. Monté un concurso de arquitectos para la decoración.

¿Sigue cantando?

Cada mañana en casa me afeito con Triana y canto con ellos. Me hubiera gustado ser cantante, pero sin que se me viera la cara.

Además de la música, ¿algún gran placer?

Estar solo (y eso no es soledad), almorzar solo en lo que yo entiendo un gran restaurante, pero ya no quedan. La modernización de la hostelería no me interesa. Por ejemplo Reno, La Puñalada, Finisterre, Drolma… Un buen servicio que no te agobie es primordial. Hay otros discursos, pero no me interesan.

¿Qué se ve desde dentro de la barra?

Hay que ser un poco 'voyeur' en mi trabajo, ir un poco más allá de servir copas, es literatura audiovisual.

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