Entrevista a Inés Sánchez de Madariaga

La pionera del urbanismo de género en España: "Los informes de impacto no sirven para nada"

La pionera del urbanismo de género en España denuncia que "no está definido su contenido y las administraciones no les dedican recursos"

Inés Sánchez de Madariaga.

Inés Sánchez de Madariaga. / M. A. MONTESINOS

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Que hombres y mujeres se mueven distinto en la ciudad —ellos cogen más el coche, ellas el transporte público; ellos van de casa al trabajo, ellas hacen muchos viajes pequeñitos para hacer la compra o llevar niños al médico— es algo que, en 2024, más o menos se sabe: que se estudia en la academia, se trabaja en distintas ciudades y se nombra en artículos sobre movilidad. Que la creadora de este concepto de alcance internacional (la llamada movilidad del cuidado) es una arquitecta española que lleva desde los años noventa, cuando aquí nadie hablaba sobre ello, desarrollando ideas sobre urbanismo y género, no tanto.

"Yo creé el primer grupo de investigación sobre el tema en 1999", cuenta al teléfono Inés Sánchez de Madariaga (Madrid, 1963). "Estuve en la Universidad de Columbia de 1989 a 1991 con una beca Fulbright. Vi que varias personas trabajaban la cuestión de las mujeres en la arquitectura y el urbanismo. Dolores Hayden publicó un artículo importante: 'Cómo sería una ciudad no sexista'. Y pocos años antes se habían publicado otros libros, de Daphne Spain, Leslie Kane... Como estudiante, organicé un congreso que se llamaba Mujeres en la Ciudad e invité a algunas de ellas. Vi que era un tema y volví a España con él en la cabeza".

Desde entonces, Sánchez de Madariaga se ha dedicado a estudiar y a introducir estos conceptos en nuestro país. Lo hace desde la universidad —es doctora en Arquitectura por la Universidad Politécnica de Madrid y dirige la Cátedra Unesco de Género en Ciencia, Tecnología e Innovación— y desde las instituciones. Entre otros puestos, fue asesora en el área de Urbanismo de la Comunidad de Madrid con Ruiz-Gallardón de presidente y en el Ministerio de Vivienda con Zapatero, además de estar detrás de la normativa del Gobierno vasco de agrandar las cocinas para combatir el machismo.

"En los 90 me invitaban a dar conferencias sobre género y formación muchos ayuntamientos españoles. Pero no las concejalías de urbanismo, que eran todo hombres y para ellos era inconcebible, sino las de la mujer. Hacían jornadas sobre salud reproductiva, violencia... y vieron que había algo en el urbanismo", recuerda. "Muchos de estos eventos estaban financiados por programas europeos de igualdad para incorporar a las mujeres al mundo laboral. Y yo vi que esa incorporación estaba relacionada con las infraestructuras. En 2002 y 2003 puse de manifiesto en algunos artículos que estas políticas tenían una vertiente urbanística. No se habían dado ni cuenta, porque eran políticas hechas por economistas que no conocen el tema espacial".

-¿Qué tienen que ver las infraestructuras con la incorporación de la mujer al mercado laboral?

-Son fundamentales. El transporte es claro para que las mujeres se puedan integrar en el mercado laboral. Si no hay transporte que te pueda llevar de donde vives a donde trabajas y con el que además puedas hacer todo lo que haces en la vida cotidiana, que estadísticamente sabemos que lo hacen las mujeres... Te puedes ver forzada a trabajar a tiempo parcial o a no aceptar una promoción, porque no te sea factible.

En 2007, el Ministerio de Transportes me pidió que hiciera un análisis de las encuestas de transporte. Vi algo: los ingenieros hacen una clasificación muy estándar en las encuestas de transporte para preguntar por los motivos del viaje: empleo, educación, compras, visitas, acompañar a otros, pasear. Debajo de esas categorías hay viajes que se hacen por lo que en los estudios feministas llamamos las tareas de cuidado, las que sostienen la vida. Desarrollé el concepto de la movilidad del cuidado como categoría que permite visibilizar esos viajes. Son trabajos que tienen que ver con sostener la vida: acompañar al médico a las personas que no pueden desplazarse solas, que haya comida, visitar a personas enfermas, arreglar lo que se estropea...

Es un concepto que ha tenido mucho impacto internacional. Me lo publicó la Comisión Europea en 2013, lo cogió el Banco Interamericano de Desarrollo y lo llevó por Latinoamérica. Ahora lo usan muchos gobiernos, como Ciudad de México o Los Ángeles. Te obliga a mirar de otra forma y trastoca totalmente la prioridad de las políticas de transporte: el diseño de las estaciones, las políticas de integración tarifaria, los recorridos, la posibilidad de que la bicicleta resuelva estos viajes, etcétera.

-¿Es el urbanismo español feminista?

-Esa pregunta es una estupidez. Cuando yo empecé no había nada. Hablar de ciudades feministas en los noventa es un anacronismo, era una idea que en aquella época no existía. Si no había mujeres en la profesión, ¡cómo iba a haber feminismo! Cuando yo empecé a trabajar este tema estaba sola, éramos muy pocas, en las escuelas de arquitectura igual éramos un 10% y entre el profesorado, de 500 profesores quizá no había ni diez mujeres. Yo empecé a trabajar en la idea de que el urbanismo tiene un componente de género, llamémoslo feminista o no.

-Quizá lo he expresado mal: me refería a si el urbanismo de las ciudades españolas era bueno o malo para la mujer antes de que se incorporara la perspectiva de género.

-En los años noventa, las ciudades españolas aún tenían muchos déficits en términos de equipamientos y espacios libres. Eran herederas del desarrollismo. Compactas, pero el sistema de transporte no era como el de ahora, no había tantos equipamientos deportivos, educativos... La universalización de los servicios sanitarios es de los ochenta; la educación obligatoria hasta los 16, de los noventa. Ahí se empieza a consolidar. Ahora todo español tiene un centro de salud a diez o quince minutos de su casa. La llegada de la democracia fue un punto de inflexión. Se empieza el Estado del bienestar con su correlato espacial, y esos son los mimbres de la vida cotidiana: un buen espacio público y salud y educación cerca.

En perspectiva, las ciudades españolas tienen unos estándares para las necesidades de las mujeres muy por encima de las del resto del mundo. Sobre todo las de tamaño medio, donde todo está cerca.

-Entonces eran buenas antes de incorporarlas...

-Este es un punto muy importante. Las políticas universales, las que son para todos, tienen un impacto más positivo en las personas que tienen más necesidad de ellas. Así, las políticas universales del Estado del bienestar benefician mucho a las mujeres porque abordan el dar respuesta a todo el mundo. Es la gran diferencia de España con otras partes del mundo. En América Latina o India no puedes pagar el transporte público porque es carísimo.

Las políticas universales del Estado del bienestar benefician mucho a las mujeres

Inés Sáez de Madariaga

-Los planes urbanísticos en España deben incluir un informe de impacto de género. ¿Es la herramienta más importante para hacer ciudades inclusivas?

-No son más que una herramienta y pueden ser prescindibles. De hecho, su impacto real es cero. No se hacen de verdad porque la ley no dice exactamente en qué consisten. No está definido su contenido y las administraciones no les dedican recursos. Para hacerlo bien, hace falta pagarlo. De momento no sirven para nada más que para poner el tema en la agenda pública, para que tú me hagas esta entrevista. Los introdujo Aznar en el año 2003 al transponer una directiva europea. Están inspirados en los informes de impacto ambiental.

-¿Hay algún ejemplo en el que el informe haya servido para algo?

-Hicimos el de Madrid Nuevo Norte [la Operación Chamartín]. Hubo una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid que canceló varios planes urbanísticos (el de Boadilla y el de Loeches) por no tener informe de impacto de género. Después, el Supremo lo revocó y dijo que el informe no era obligatorio, que se tienen que aplicar solo en las comunidades que hayan legislado en género y urbanismo. Madrid no lo ha hecho, por tanto no aplica. País Vasco y Extremadura son las comunidades que mejor lo tienen. En ese ínterin nos lo encargaron.

-¿En qué se va a notar?

-En el diseño de las plantas bajas y su visibilidad, en la mezcla de usos, el diseño de los espacios libres en la estructura viaria, la longitud de las manzanas... Es un tema muy técnico. Hablamos de un plan general que establece condiciones generales, no del diseño formal de un proyecto de urbanización.

-¿Cómo influye la iluminación en la seguridad? ¿Es una calle segura la que tiene buena visibilidad nocturna?

-Las ciudades españolas están demasiado iluminadas. No se trata tanto de la cantidad de luz, sino de la visibilidad, porque demasiada luz a veces genera sombras y contrastes. Y después hay un tema energético. Hay cinco criterios de diseño seguro que se definieron en Canadá en los años 90 [la señalización: saber dónde está y a dónde se va; ver y ser visto; oír y ser oído; poder escapar, y vivir en un ambiente limpio y acogedor]. Esos criterios se aplican en los talleres de participación que hacen muchas cooperativas en España, donde recorren y mapean barrios con las mujeres que los conocen.

-Hace poco entrevisté a una antropóloga que vivió durante dos años en un PAU para estudiarlo y concluyó que eran una especie de cárcel para las mujeres, "una continuidad de lo patriarcal".

-Son un desastre, todo está mal dimensionado y son particularmente malos desde el punto de vista del género. Pero eso ya lo dijo Dolores Hayden en 1979.

-Asesoró en la redacción de la ley del Suelo y en la de Igualdad, ambas de 2007.

-Yo ahí trabajaba en el Gobierno y asesoré en los artículos sobre género. La Ley del Suelo hace una referencia a la igualdad, pero muy ligera. Se rebajó mucho en la tramitación. De todas formas, esa ley tiene poca competencia porque el urbanismo es de las comunidades. Es en el anexo técnico de la ley extremeña donde está bien definido. La primera comunidad que lo hizo fue Andalucía en 2002 y la siguiente el País Vasco, pero donde hay que fijarse ahora es en Extremadura. La Ley de Igualdad hace una referencia amplia y genérica al urbanismo. Esa no la rebajaron.

-¿Hay alguna otra herramienta útil además del informe de género?

-La Junta de Extremadura aprobó una ley de urbanismo en 2019 con un anexo técnico sobre cómo incorporar el género en todos los instrumentos de planeamiento: en un plan general, en uno parcial, en un plan de reforma interior, en un proyecto de urbanización... Otra cosa que se puede hacer: manuales. Hicimos uno para la Junta de Extremadura y otro para el Gobierno vasco sobre cómo integrar el género. En Valencia hemos hecho uno de vivienda. También sirven los proyectos pilotos. Por ejemplo, un parque. Se aplican los criterios y se muestra.

-¿Y para las viviendas? ¿Tiene alguna normativa en cuenta el género?

-Euskadi tiene un decreto de habitabilidad que regula toda la construcción de vivienda y que hicimos nosotras. Que salieron titulares diciendo que el gobierno quería meter a los hombres en la cocina... (risas)

- Lo recuerdo, fue muy polémico.

-...Porque habíamos dicho que tuvieran más de siete metros cuadrados para que cupieran dos personas. Establecimos un tamaño mínimo de cocina más grande y de ahí salió ese titular. Qué bien hubiera venido durante la pandemia que todas las cocinas de España tuvieran más de siete metros cuadrados, cuando todo el mundo quería cocinar.

También pusimos un tamaño mínimo más grande, de diez metros cuadrados, para los dormitorios. Con la regulación que había, si la casa tiene un solo dormitorio tenía que tener un tamaño mínimo, pero habiendo dos, el segundo podía ser de ocho metros cuadrados y habiendo tres, el tercero de seis. En seis metros te cabe la cama y poco más. Los hicimos más grandes y todos iguales. Las estructuras familiares son variadas y en las casas ahora conviven muchas personas adultas, sean o no de la familia. Y los hijos viven más tiempo con sus padres. Todo el mundo necesita un espacio vital propio. Implantamos criterios de diseño para las escaleras y el entorno del edificio, que las casas tuvieran un espacio libre propio privado (terraza o patio) y que hubiera una relación visual o espacial entre la cocina y el lugar de estar, para que fuera más fácil compartir y cuidar de los niños mientras se cocina. Y eso beneficia prioritariamente a las mujeres, que suelen ser las que se ocupan de los menores.

-¿No 'condena' ese diseño a las mujeres, facilitando que hagan mejor las tareas que ya hacen por el hecho de ser mujeres?

-Esto me lo llevan preguntando toda la vida. Lo haces así para que las tareas se hagan mejor, independientemente de quién las haga. Quien quiera que esté cocinando o quien quiera que esté con los niños. La idea es que en la cocina quepan dos personas y que la persona que cocine no esté sola, aislada del resto, y que si además hay menores se les pueda vigilar. Las cocinas abiertas, o que tienen cierta visibilidad, serían más integradoras.

También ayudamos a la Comunidad Valenciana redactando una guía —"Proyectar los espacios de la vida cotidiana. Criterios de género para el diseño y contratación pública de vivienda"— que se aprobó en 2022.

-En los noventa no existía una reacción antifeminista como la que hay ahora. ¿Cómo le afecta a la hora de trabajar?

-Ahora los ayuntamientos están mucho más abiertos. Empecé sola y cada vez hay más respuesta. Desde 2016 hacemos muchísimos trabajos para empresas privadas y administraciones públicas. Esto es gracias a los informes de impacto de género, aunque no a través de ellos. Cuando se convirtieron en un requisito se empezó a hablar del tema.