MÚSICA

El coro de monjes de Burgos que vendió millones de discos hace 30 años pero no vio un duro

El canto gregoriano de los benedictinos del monasterio de Silos se coló en el top 3 del Billboard americano en 1994, por delante de Madonna o Pink Floyd

EMI obtuvo 70 millones de euros por las ventas y cientos de miles de personas peregrinaron a la abadía para escucharlos cantar

Vista del segundo disco Chant de grabaciones de canto gregoriano realizadas en la abadía de Santo Domingo de Silos. /

Vista del segundo disco Chant de grabaciones de canto gregoriano realizadas en la abadía de Santo Domingo de Silos. / / XAVI AMADO

Roberto Bécares

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Corrían los años 90 y Clemente Serna, abad del monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos), se lo dijo muy claro a Natividad, que regentaba con su marido un pequeño negocio hostelero. “Tú lo que tienes que hacer son cosas para que puedan venir turistas”. Y vaya que sí lo hizo. 30 años después, tiene un hotel con 140 camas y 16 alojamientos rurales. En verano, hay días, muchos, que están llenos.

“Sin ellos este pueblo habría muerto, seríamos un pueblo más de la España vaciada. Si es que esto antes era un barrizal”, revela Jesús, jubilado, mientras arregla su huerta al lado de un aljibe, en uno de los extremos de una bella plaza asfaltada de granito. En una pared, un anodino cajero del Banco Santander, justo enfrente de donde viven “ellos”, los monjes benedictinos del monasterio de Silos que, de forma inesperada, en 1994, pasaron de mantener una vida contemplativa, alejada del mundanal ruido, a convertirse en estrellas del pop. A su pesar, para algunos de ellos. 

Interior de la Iglesia del Monasterio de Silos, en Burgos, cuyos monjes vendieron más discos que Madonna entre 1993 y 1994. / ALBA VIGARAY

Cientos de miles de turistas

Su disco 'Chant', de cantos gregorianos, editado por EMI, vendió millones de copias por todo el mundo y se coló en el puesto número 3 del Billboard americano, por delante de Madonna, Pink Floyd o Mariah Carey. Decenas de miles de personas, cientos de miles, de numerosos países, acudieron en masa aquel año y lo hacen desde entonces a ver cantar in situ a los religiosos en este pequeño pueblo perdido de Burgos, enclavado entre bellas verdes montañas. 

“¡Joé!, cómo ha cambiado el pueblo. Nosotros vinimos en los 90, precisamente, y el pueblo parece otro, no había agua en los cuartos”, explican Jaime y Susana, que han venido desde Mallorca a ver a los monjes. “Venga, hasta luego, vamos a escuchar las jotas”, bromea él mientras se dirige a la iglesia del monasterio, a las vísperas de las siete de la tarde, uno de los seis momentos al día -site en fin de semana- en que los benedictinos cantan la misa (vigilia, laudes, tercia, eucaristía y completas). 

Menos vocaciones

Uno a uno van saliendo los monjes a los asientos de madera del presbiterio. Alguno, muy mayor ya, camina lentamente con su andador. No llegan a 20. El disco lo grabaron entonces entre 30 y 40 monjes que estaban en el coro. “Si es que ya no hay vocaciones”, lamenta Jesús. Los cánticos en latín resuenan en todos los recovecos de la iglesia, ante el silencio sepulcral de una treintena de personas que asiste al oficio. “A raíz de aquello se hicieron muy buenas casas. Vino muchísima gente. En julio y agosto el pueblo se llena de extranjeros”, cuenta otra hostelera, que prefiere no dar su nombre. 

Fue el de los monjes un éxito inesperado y en diferido, porque la grabación se había realizado 20 años antes, en 1973. Un triunfo que apenas reportó beneficios a la congregación. Según calculó en su día The Washington Post, el disco generó 70 millones de euros y ellos habrían percibido entre y un 4 y un 10% de los royalties. “Apenas vieron nada, muy poco”, dice, sin embargo, Ismael Fernández de la Cuesta, catedrático de Canto Gregoriano y miembro de la Real Academia de San Fernando. Entonces, él era el prior del monasterio y el director del Coro. Ahora, es uno de los musicólogos más importantes de nuestro país, y de Europa. 

Niño cantor

Fernández de la Cuesta era de Neila, un pequeño pueblo a 50 kilómetros de Silos, donde era monaguillo de la iglesia del pueblo en la que era “niño cantor”. Entró al monasterio a estudiar Secundaria en 1950, con diez años, y la intención que tenían sus padres era que se quedara “cuatro años”, pero aquel camino marcó su destino. Se convirtió en novicio y estudió Humanidades, para luego ir a estudiar Teología al monasterio de Solesmes, en Francia, donde se estaba tratando de “recuperar el canto gregoriano auténtico a través de los antiguos manuscritos”, algo que no era todo lo certero que debiera, según el experto, ya que partía “del concepto decimonónico de que en los manuscritos está la verdad, cuando la música realmente está en el aire y en el intérprete”. 

Al volver a Silos en el año 62 el padre Alonso le pidió que fuera el maestro del coro. Tras lo aprendido en Francia, desde el inicio tuvo claro lo que había que hacer. “Al volver me di cuenta de que se cantaba de manera individual, algo que no se hacía en Solesmes, donde el padre Cardin había hecho una pequeña escolanía. Allí yo también canté de solista”. 

Una sola voz

“Costó mucho esfuerzo. Teníamos una sola melodía, pero si cada uno iba a su aire era una polifonía. Había que conseguir que las 30 personas fueran una sola voz y, tras un trabajo extraordinario, se consiguió”, recuerda el musicólogo en una época en la que el coro estaba al otro lado del presbiterio. 

Tras ensayos y ensayos, “conseguimos que los monjes cantaran mucho mejor; se consiguió buena calidad sonora”. Varios fueron los intentos por grabarlo, desde Fonopolis a Deustchse Gramophone -había un interés entre los expertos en que hubiera archivos sonoros de música antigua, tradicional-, pero finalmente fue Hispavox con quien se hizo la grabación, poco después de que los monjes dieran un concierto memorable en el Teatro Real de Madrid en el 72. 

Aquella salida a la capital provocó cierto malestar entre muchos monjes, que recordaron que habían elegido la vida en clausura por algo. “Era una crítica obvia y sana, de las que siempre hacíamos en el monasterio”, afirma el ex director del coro.  

Grabación difícil

No fue una grabación fácil. “Se hizo de noche para evitar ruidos. Los monjes se lo tomaron mal al principio porque era más disciplina y más trabajo a la vida monástica, pero poco a poco se convirtió en un acto de servicio”, recuerda el catedrático en uno de los elegantes salones de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, al lado de la Puerta del Sol. 

Para convencerles, contó con el apoyo del abad Clemente de la Serna, un líder carismático, fallecido recientemente y que tuvo también su gran parte de protagonismo en la historia. Igual que Roberto Pla, profesor del Conservatorio de Madrid y director de Hispavox, que con su presencia habitual en el monasterio y su persuasión consiguió que la grabación saliera adelante “pese a que nosotros éramos uno poco remisos a hacerlo”. 

El Long Play se publicó “y se vendió bastante”, sobre todo en nuestro país, pero nada que ver con el éxito que alcanzaría después. Poco después de la grabación, Fernández de la Cuesta pidió un tiempo de reflexión, y siguió formándose, pidiendo años después la exclaustración, que fue firmada por el Papa Pablo VI. 

En los canales de la música pop

En el 93, en un Congreso de la Sociedad Internacional de Musicología, un amigo, de la escuela Hungarica, le expresó al ex prior que el disco “había que seguir promocionándolo porque había un vacío muy grande en la música pop sin Los Beatles”. “¿Por qué no metemos tu disco y el mío por los canales de la música pop”, le sugirió. Y así se lo planteó el musicólogo a EMI, que había adquirido hace años las grabaciones de Hispavox. 

“Los ejecutivos, al principio, nos dijeron que no iba a cuajar. Nuestra tesis es que se había perdido el pop y venía una racha rítmica sin melodía. Había un vacío muy grande de melodías. En cuanto pasó de los canales de música clásica a música pop aquello fue la estampida”, recuerda el director del coro, que entre la multitud de galardones y reconocimientos que atesora está la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio. 

Una agresiva campaña publicitaria en EEUU, que proponía los cantos espirituales como vía de escape a los estreses de la convulsa y frenética vida moderna, les aupó a lo alto de las listas de venta. Fueron incluso número uno de los 40 Principales. Para Fernández de la Cuesta no fue tanto el marketing sino que la “música expresaba el verdadero significado de la palabra”, lo que aumentaba su mensaje. Lo cierto es que EMI dio un pelotazo histórico -70 millones de euros en ventas-, pero las ganancias para los monjes fueron muy exiguas, ya que no tenían los derechos de autor pues las canciones eran de dominio público. 

Contrato rechazado

“Yo lo único que tenía era de arreglista. La SGAE me dijo que tenía que registrarlo, pero hubo cierta controversia. Yo le dije en una reunión con EMI que rennciaba a eso y que se lo dieran a los monjes, pero recibieron poca cosa, algo menos que yo, era casi nada”. Se calcula que los monjes dejaron de ganar 700 millones de pesetas. 

Pero con el disco, y con las ediciones de otras grabaciones guardadas que vendrían después (Chant II, Chant III...), Santo Domingo de Silos se situó en el mapa mundial y cientos de miles de personas acudieron al monasterio y entraron al bello claustro, por el que se cobraba entrada. El dinero tampoco parecía importar en la congregación, a la que EMI ofreció un contrato de 7,5 millones de euros por grabar nuevas canciones, pero desistieron. El actual abad, Lorenzo Maté, explica por teléfono El Periódico de España, del mismo Grupo Editorial, que prefieren no hablar sobre aquello, que queda muy lejos en el recuerdo y ya no quedan casi hermanos que participaran en la grabación.  

La fama se mantiene, sin embargo, como si el éxito fuera una melodía sostenida en el aire de Santo Domingo. “Nosotros trabajamos mucho más que entonces, si es que aquello fue un bombazo. Crecimos mucho con ellos, aunque ellos no vieron un duro”, se sincera Juan Carlos, el hijo de Natividad, en la recepción del hotel Santo Domingo, mientras varios turistas pasean por el pueblo de los monjes que un día consiguieron batir a la mismísima Madonna.