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"Yo creía que era el único gay árabe del mundo"

Un inmigrante marroquí gay en Canarias

Marruecos considera tabú la homosexualidad

M. junto a su actual pareja.

M. junto a su actual pareja. / PALOMA ÁVILA

Chaima Laghrissi

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Se entiende que una frontera es una valla alambrada, un muro o una aduana. Una montaña que divide el territorio. O un río que separa naciones. La frontera de la que menos se habla es una línea inmaterial en mitad del mar que marca la diferencia entre ser libre o no serlo, entre el continente europeo y el infinito africano. Para quienes su sexualidad es pecado la frontera es un libro sagrado.

Casi sin aliento J. pide disculpas por el retraso. Nacido en Marrakech, tenía cinco años cuando se hizo la cicatriz que ha dejado al descubierto tras despojarse de su boina parisina. Fue un hijo no deseado y el menor de siete hermanos. Y eso, sumado a sus supuestas conductas "afeminadas", fueron, a juicio de su padre, motivos suficientes para un maltrato incesante durante toda su infancia: "Recuerdo que después de una paliza me colgó en una puerta y me dejo ahí horas, solo porque me vio jugando con unas niñas", confiesa.

El grado de intolerancia e ignorancia en su entorno era tal, que cuando J. se dio cuenta de que era homosexual, pensaba que no era algo natural: "Yo creía que era el único gay árabe del mundo", afirma con sarcasmo. Y añade: "En Marruecos creen que la homosexualidad es una enfermedad y por eso nos maltratan. Se enteraron de que tenía un amigo homosexual y me llevaron al médico. Le dije que o me dejaba ir o me suicidaba".

El primer amor

Fueron situaciones que le llevaron a marcharse de casa. Fue ahí cuando encontró a su primer amor. "Tenía que ser algo bonito y no un problema. Él era extranjero y trabajaba en un hotel de la ciudad. Para poder ir los dos juntos por la calle sin que la policía sospechara me tuvo que contratar en su empresa".

En 1990, la Organización Mundial de la Salud (OMS), eliminó la homosexualidad de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE). Sin embargo, en todas las sociedades existen colectivos que se refieren a la homosexualidad como una patología con cura. Sin ir más lejos, en diciembre pasadso la Policía Nacional desarticuló en Cáceres una secta que obligaba a tener sexo para "curar" la homosexualidad.

En Marruecos, el artículo 489 del Código Penal castiga con hasta tres años de cárcel la homosexualidad por "acto incívico y antinatura": "La policía en Marruecos no nos ayuda. Dejan que nos roben. Si ven que nos están pegando o insultando, se paran a mirar y a reír. Si les apetece, nos llevan al calabozo a pasar la noche y allí son ellos los que nos pegan e insultan", rememora.

J.nunca le ocultó su orientación. Aunque en Marruecos su libertad estaba cercenada, no permitía humillaciones, sin importar que conllevase un par de días en el calabozo.

A kilómetros de Rabat,  la historia se repitr con M. Este joven marroquí, que ronda la veintena, dejó atrás a su familia con apenas 14 años, cuando huyó a una ciudad al sur de del país: "Cuando se enteraron de mi sexualidad no podía sentarme en la mesa con ellos. Para mi padre era tal deshonra que mi madre me tenía que dar comida a escondidas para no desfallecer del hambre. Él me repudió. Mi infancia estuvo repleta de golpes e insultos. Aunque lo que más me dolía era la ignorancia", recuerda.

M. viajó hasta otra comarca, donde familiares de amigos se ofrecieron de manera desinteresada a acogerlo; convirtiéndose así, durante tres largos años, en su única familia: "Les debo mucho, gracias a ella pude acabar secundaria y buscarme un trabajo". Una tarea nada fácil: "Es imposible encontrar un trabajo siendo gay, si se enteran de tu sexualidad no tienes nada que hacer. Necesitaba ganar dinero de manera rápida y fácil", confiesa.

Una doble vida

Y fue ahí cuando comenzó a tener una doble vida: por las mañanas, era un chico sencillo que apenas salía de su habitación y por las noches, se convertía en Nadia, una chica de peluca rubia y resultante maquillaje. Durante los siguientes cinco años, la prostitución fue a lo único a lo que se dedicó. Hasta que enfermó, inesperadamente, de SIDA, un tema que sigue siendo "tabú" entre la sociedad marroquí: "Tenía que mantenerlo en secreto, si se descubría era como cavar mi propia tumba. La gente no te habla, no te toca, no comen contigo ni se sientan a tu lado por miedo a que los contagies. He escuchado barbaridades como ‘quemadlo’ o ‘dejad que se muera’. No quería que me pasase a mí. No me quedó otra salida que huir".

Tras sufrir todo tipo de discriminación homófoba J. decidió marcharse de su país natal para no volver jamás. Asfixiado como otros homosexuales por la persecución, el estigma y el rechazo, J. decidió buscar alternativas y una de ellas fue un matrimonio de conveniencia con una mujer.

Una vez en España, se divorció y conoció a su actual marido: "Mi condición me ha costado la relación con mis hermanos, pero no me arrepiento porque si no me quieren como soy no tenemos nada de qué hablar. Me costó 20 años decirle a mi madre lo que era, no entiendo por qué tardé tanto, si ella me aceptó siempre", asegura.

"Hasta que llegué a España era un cuerpo sin alma", afirma emocionado M. Para él la única salida fue su condición de refugiado. Desde 2009, se reconoce la persecución LGTBI como justificación para solicitar asilo político en España: "Aquí me siento seguro porque soy gay pero no pasa nada. Puedo hablar como quiera, ir donde quiera y puedo salir con un chico sin que pase nada, soy libre. Aún me falta un trabajo estable y una casa, pero estoy en ello".

Ahora tanto J. como M. detallan sus recuerdos; porque ya no tienen miedo. Porque ninguno volverá a cruzar la frontera, ni volverá a donde nacieron sin libertad.

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