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Gakuto Chiba, uno de los coautores del estudio

Gakuto Chiba, uno de los coautores del estudio / Gakuto Chiba

Michele Catanzaro

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Cuando escuchamos a alguien reconocemos inmediatamente si está hablando o cantando. Sin embargo, qué es lo que diferencia las dos acciones no está claro. La cuestión conecta con preguntas profundas. ¿Hay unos rasgos universales del canto, compartidos entre las distintas culturas del mundo? ¿Nació antes el canto o el habla? ¿Hay una motivación biológica para que cantemos, además de hablar? 

Un equipo de 75 musicólogos, psicólogos, neurocientíficos y otros investigadores ha llevado a cabo un estudio basado en 300 canciones en 55 idiomas para aportar algo de luz a esta cuestión. Su análisis, publicado en la revista Science Advances, señala que el canto tiende a tener un ritmo más lento respecto al habla y un tono más alto y estable (las “notas” que se entonan cantando suelen ser más altas respecto a la que se entonan cuando se pronuncian las mismas palabras hablando). 

Hay mil excepciones a esas reglas: desde las silabas disparadas a toda velocidad por los raperos hasta las hondas voces de los mantras budistas. Pero esas características son las más frecuentes, según el estudio.

¿De qué sirve cantar?

La etnomusicología tradicional afirma cada cultura hace música de una forma y con objetivos distintos. Sin embargo, “en los últimos quince años han ido emergiendo rasgos universales de la música”, observa Andrea Ravignani, neurocientífico de la Universidad La Sapienza (Roma) y coautor del trabajo.  Se trata de características recurrentes en buena parte de las música de todo el mundo: ritmos regulares, todos discretos, intervalos melódicos cortos y una predominancia del canto sobre la música instrumental. Esto sugiere que la música podría tener un componente biológico compartido y unas ventajas evolutivas concretas, o sea, que haya aparecido como resultado de la selección natural.

En este estudio, los investigadores se centran en el canto y en particular en lo que lo distingue del lenguaje hablado. Sobre la función evolutiva del canto se han ido formulando varias hipótesis: podría servir para fascinar a potenciales parejas sexuales; para comunicarse con los bebés cuando aún no entienden el habla; o para fortalecer los vínculos internos en un grupo, cuando se canta al unísono. 

“Estudiar la evolución de la cognición es complicado, porque no tenemos una máquina para ir atrás en el tiempo: tenemos que usar datos indirectos”, explica Ravignani.  Con este objetivo, los 75 coautores del trabajo cantaron y grabaron 300 canciones en sus 55 idiomas, tanto en formato cantado como en formato de lectura del texto. Los autores diseccionaron las canciones a mano una a una, para comprobar la presencia o no de ciertos rasgos musicales

El trabajo es mastodóntico, pero no deja de ser una visión parcial de la música. Culturas enteras son representadas por una sola canción. Los cantantes son los propios investigadores, que cantan en un contexto experimental (no cantantes espontáneos en el contexto real en el cual se suelen interpretar esas canciones). Finalmente, las grabaciones se han hecho en plena época de globalización, en la cual la idiosincrasia de los estilos locales puede haber sido homogenizada la música comercial. No obstante, los expertos independientes consultados señalan que el estudio es de lo más ambicioso hasta la fecha.

Más rápido y más alto

Entre los rasgos analizados en la muestra, los que distinguen el canto del habla son un tono más alto y más estable y un ritmo más lento,. Al contrario, el timbro y los intervalos (la distancia entre una nota baja y una alta en una frase) no son muy distintos.  Estos rasgos permanecen incluso si se descuenta la diferencia entre voces femeninas y masculinas y ciertas diferencias fonéticas entre los 55 idiomas. Y aparecen tanto en las grabaciones de los coautores como en las anteriores hechas por otras personas.

Ravignani advierte de que se trata de características universales estadísticamente, pero ello no impide que haya canciones que se salgan de esos parámetros. “Que en todo el mundo se compartan estos rasgos sugiere que hay alguna presión evolutiva en juego. La biología no lo explica todo, pero debe estar jugando un papel. Nuestras limitaciones mecánicas y cognitivas, por ejemplo cómo movemos la lengua o lo que conseguimos recordar, influyen”, afirma Daniela Sammler, neurocientífica en el alemán Instituto Max Planck para la Estética Empírica.

Si eso es cierto, ¿cuál sería la función biológica del canto? Juan Maniel Toro, psicólogo de la Universitat Pompeu Fabra advierte que incluso un estudio tan ambicioso como este no puede confirmar ni desmentir ninguna de las hipótesis en juego. Sin embargo, el ritmo lento podría facilitar la sincronización en el canto que serviría para usar la música como una herramienta de cohesión de grupo. Un tono más alto, por otra parte, podría servir para llamar la atención a un bebé, por ejemplo, y transmitirle que el adulto está pendiente, según observa Laura Ferreri, neuropsicóloga de la Universidad de Pavia. 

Desentrañar estas hipótesis requerirá mucha más investigación. Mientras tanto, Ravignani desaconseja utilizar su estudio para generar música enlatada supuestamente universal. “Lo que nos suele gustar es algo que está entre medio entre lo habitual y lo desconocido”, concluye.

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