Educación en Catalunya

Expulsión de clase a casa: ¿castigo o regalo?

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Jóvenes atentos a las pantallas de sus móviles a la salida del instituto.

Jóvenes atentos a las pantallas de sus móviles a la salida del instituto. / JORDI COTRINA

Helena López

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Prácticamente hay unanimidad en que la expulsión de un alumno del instituto raramente tiene valor pedagógico y acaba siendo el último recurso para un profesorado que se siente desarmados. También en que es una sanción a la que cada vez se recurre menos -la política del Departament d'Educació es optar por las prácticas restaurativas-, pero a la que se sigue recurriendo, pese a que, como en tantos otros temas, la conselleria no pone los datos sobre la mesa.

¿Sirve de algo expulsar a un alumno tres días a casa? ¿Tiene algún valor pedagógico? ¿Tienen los institutos recursos para evitar que actitudes disruptivas dinamiten cursos enteros en aulas cada vez más complejas? ¿Qué papel juega la salud mental de los chavales en todo esto? ¿Hay todavía centros que abusan de esta medida?

"La incidencia suele ser inocua o, cuando es una expulsión de tres días o más, negativa"

Miquel Àngel Alegre

— Fundació Bofill

"Su incidencia suele ser inocua o, cuando es una expulsión de tres o más días, negativa; no corrige la problemática que originó la expulsión y el chaval suele volver con las mismas ganas de liarla o más, porque ahora, además, está rebotado", resume el doctor en Sociología Miquel Àngel Alegre, jefe de proyectos de la Fundació Bofill, quien apunta, además, los peligros de que el adolescente expulsado pase más horas "de desidia en casa, sin saber qué hacer, o en la calle".

A ojos del sociólogo, normalmente "se piensa más en la clase que en el expulsado". En "darles un respiro a los compañeros", aunque, normalmente, suele ser "pan para hoy y hambre para mañana, ya que cuando regresen tendrán el mismo problema multiplicado por dos". "Es una medida claramente cortoplacista", reflexiona consciente de las dificultades de gestionar un aula, de que la diversidad conductual cada vez es más compleja y de que "siempre llueve sobre mojado". "Estas problemáticas tampoco se distribuyen de forma equitativa; los centros de mayor complejidad son los que concentran más este tipo de situaciones", destaca.

Mar Hurtado, presidenta de Rosa Sensat, apunta algo que señala también Alegre: el profesor debe tener herramientas -y recursos, la clave son siempre los recursos- para afrontar esas situaciones extremas. "Yo soy más partidaria de hacer un trabajo comunitario dentro del instituto, por ejemplo", añade.

"Para que la expulsión no sea un regalo, el alumno sancionado tiene que venir a las 8 al instituto a buscar las tareas y a las 14.30 horas a entregarlas"

Yolanda Cárdenas

— Directora del instituto Montserrat Roig de Sant Andreu de la Barca

En la misma línea se posiciona Yolanda Cárdenas, directora del INS Montserrat Roig de Sant Andreu de la Barca, centro que aprovechó para regular las cuestiones relacionadas con la disciplina aprovechando la redacción del Plan de Convivencia que los centros tenían que publicar en junio de 2021. Introdujo entonces una mirada restaurativa. De hecho, las expulsiones en este instituto se reducen solo a casos muy extremos en los que se cruzan tres líneas rojas: las agresiones -si hay agresión, no hay discusión, como medida cautelar para proteger a la otra persona-, grabar a otro menor sin consentimiento y difundirlo en las redes y las cuestiones de género.

Y, precisamente para que la expulsión no fuera un regalo, en el Montserrat Roig optaron por lo siguiente: hacer que el alumnado expulsado tenga que acudir al centro a las ocho de la mañana a recoger las tareas del día y volver de nuevo a las 14.30 horas para entregar los deberes hechos.

"Hay maneras mejores de enseñar que con el mensaje 'vete de aquí', que a veces es fruto de la desesperación del profesor"

Mar Hurtado

— Presidenta de Rosa Sensat

La presidenta de Rosa Sensat se pregunta también en qué mejora a la criatura una expulsión, qué supone para ella y si al final no se está castigando a las familias. "Hay maneras mejores de enseñar que con el mensaje 'vete de aquí', que a veces, además, es fruto de una desesperación del profesor", añade Hurtado matizando que la culpa no es del profesor, sino de que no tenga los recursos suficientes para hacer frente a esas tensiones.

El papel de la familia

A pie de aula, varios docentes afirman que la expulsión funciona como un toque de atención para los chavales que más o menos funcionan bien, y que tienen detrás a familias preocupadas que les darán un toque de atención para que no vuelva a pasar. En cambio, "con los chavales a los que les da igual, con familias a las que también les da igual, no funciona", coinciden.

"Con los chavales a los que les da igual, con familias a las que también les da igual, la expulsión no funciona"

Los docentes también subrayan que "las medidas restaurativas están muy bien", pero que como profesores tienen que velar por el conjunto del alumnado. "El resto del grupo tiene derecho a estar tranquilo y a aprender". "¿Qué pasa si tu hijo es el agredido y tiene que convivir con su agresor porque la familia de este no acepta la expulsión?", cuestionan. En muchos centros la normativa recoge que para poder expulsar a un alumno de clase su familia tiene que estar de acuerdo.

Cuestión de límites

"Si no se expulsa, los chavales tienen la sensación de que no hay castigo y hay impunidad. Dos más dos cuatro. Entonces, como hay impunidad, lo único que consigues es que cada vez haya más crispación. La expulsión es un límite. Si tú no pones límites, los chavales van a más y la situación se vuelve insostenible y tienes profesores de baja por depresión y a niños que se suicidan por 'bullying' y nos sorprendemos", señala un profesor de Historia en secundaria con 20 años de experiencia en las aulas. 

El problema, relata el mismo profesor, es que se pide al instituto que cambie la vida de estos chavales y el instituto no tiene recursos para cambiar la vida de estos chavales.

Enric Prats, vicedecano de la Facultat d’Educació de la Universitat de Barcelona (UB), apunta a la necesidad de que la sanción -en este caso la expulsión- tenga "un sentido" para el alumno. "Si el alumno se lo toma como tres días de fiesta, no tiene ningún sentido", asegura Prats, quien concluye que "una expulsión no tendrá nunca una utilidad pedagógica, pero la puede tener para restaurar un daño".

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