Nuevo informe mundial

Peligro subestimado: 37.000 especies exóticas amenazan la economía y la salud

"Se buscan": el mapache o la ardilla gris de Londres, potenciales especies invasoras en Catalunya

Erradicada la rana toro en el Delta (o cuando el fin de una especie es una buena noticia)

Listas negras y brigadas ciudadanas: la nueva ofensiva contra el auge de las especies invasoras

cotorras

cotorras / Jordi Cotrina

Guillem Costa

Guillem Costa

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Cuatro años después, la amenaza se mantiene y crece. El último informe de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) constataba que las especies exóticas invasoras eran uno de los principales causantes de la pérdida de biodiversidad. Ahora, el nuevo dictamen de este prestigioso grupo del que son miembros 143 estados, incluida España, advierte de que esta grave amenaza se está subestimando, infravalorando, o directamente, ignorando.

Los datos aportados, tras la investigación más exhaustiva jamás realizada, son contundentes. Las especies exóticas ya son más de 37.000 en el mundo y se han cuadriplicado desde 1970. De estas, unas 3.500 se pueden catalogar como invasoras y tienen un papel clave en el 60% de las extinciones. Y todavía hay más: hasta la fecha, la presencia de estos animales y plantas ha supuesto un coste de más de 390 mil millones de euros.


Sin embargo, el último informe de evaluación, aprobado en Bonn (Alemania), dibuja el camino a seguir para revertir la situación. "Sabemos cuál es el problema y tenemos sobre la mesa los métodos para encauzarlo. Ahora toca aplicarlos para reducir el impacto de este fenómeno", dice Aníbal Pauchard, copresidente del informe y profesor de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción e Instituto de Ecología y Biodiversidad (Chile).

El informe propone realizar listas negras y controles fronterizos para la detección temprana

¿Y en qué se basa la receta? Pues principalmente en lo que se ha demostrado que funciona. El documento ha comprobado la eficacia de los controles fronterizos para lograr frenar la expansión sin control de ciertos animales. "Un mero trámite como revisar las maletas o impedir el paso de mascotas y alimentos como fruta de un país a otro en un aeropuerto o puerto puede ser determinante a la hora de frenar una invasión", destaca Pauchard. Otro ingrediente esencial es la detección temprana y la rápida (y contundente) respuesta. Esto solo se puede poner en marcha cuando, de antemano, se ha elaborado una lista con las potenciales especies exóticas invasoras.

Algunos ejemplos de buenas praxis están en Australasia, donde se ha reducido la propagación de la chinche apestosa (Halyomorpha halys). Y se habla de Australasia y no de un país concreto porque las especies exóticas invasoras se mueven, claro, sin tener en cuenta las fronteras políticas. Aunque parezca una evidencia, se requieren estrategias compartidas. Cuando la cuestión no se aborda de forma regional sino que cada país se enfrenta al problema a su manera, es mucho más difícil tener éxito.

Sin ley

Por este motivo, los 86 expertos reclaman una gobernanza integral y abogan por la colaboración entre sectores. Se pone el foco en los agricultores, en los comerciantes o en las comunidades indígenas. El objetivo es que el máximo de gente conozca el problema y pueda avisar cuando detecte a una potencial especie invasora.

"Las acciones centralizadas que no integran a todos los actores sociales dan éxitos momentáneos, pero no a largo plazo", avisa Evangelina Schwindt, coordinadora de uno de los capítulos e investigadora del Instituto de Biología de Organismos Marinos en el CONICET (Argentina). Es decir, los planes nacionales para la biodiversidad no solo se deben elaborar, sino que es necesario que estén en coordinación con los países vecinos. Europa, ante esta demanda, tiene todavía margen de mejora a la hora de regular.

Ya hay 306 especies invasoras en los ríos españoles y otras 272 están llegando

Cangrejo de río americano. / El Periódico

Para aplicar todo esto son necesarias leyes reguladoras que en muchos casos no existen. La mayoría de países sí disponen de objetivos relacionados con la gestión de estas especies, pero solo el 17% de los estados implicados en el IPBES sustentan sus actuaciones en un marco legal. "Debemos llegar a consenso, también para aplicar métodos de control que sean poco conflictivos a nivel ético", expone Pachuard. "La no-acción también tiene un componente ético interesante, porque no controlar a un predador exótico invasor (introducido por los humanos) en una isla puede conllevar el fin de las últimas poblaciones de una especie de ave del mundo. No actuar significa aceptar la pérdida de más especies", añade.

"Impedir el paso de alimentos en las maletas o no permitir el traslado de mascotas es determinante a la hora de frenar una invasión"

— Aníbal Pauchard, copresidente del informe

Los impactos de estas especies cambian en función del lugar donde ocurran. No es lo mismo en una ciudad que en una zona rural. Las islas, por ejemplo, son zonas muy sensibles a las consecuencias de estas invasiones, ya que su fauna endémica tiene poco margen de reacción ante una amenaza creciente. "Lo normal es fallar en la erradicación completa, pero reducir la población de la especie exótica ya es un pequeño éxito", apuntan desde el IPBES.

Mosquitos y jacinto

¿Y qué riesgos tiene dejar vía libre a estas especies que están lejos de su hábitat original? Cuando un animal o planta invasora se descontrola, puede tener consecuencias nefastas para la economía y la salud. Un caso mediático es el del jacinto de agua, esta planta original de Sudamérica que llegó a África y dañó lagos y cursos de agua. El jacinto creció tanto que hizo imposible el desplazamiento en barco por los lagos y también impidió la pesca, además de truncar la cadena trófica y perjudicar especies que los pescadores capturaban.

Las invasiones biológicas marinas, que a menudo pasan relativamente desapercibidas al principio, también pueden modificar ecosistemas enteros. Aquí, un buen ejemplo es el pez león y su dañina incursión en el Mediterráneo o los estragos que causa el cangrejo verde europeo en la costa sudamericana. Los expertos insisten en no culpabilizar a los animales: "Una especie, originalmente, no es invasora. Las dificultades empiezan cuando los humanos favorecemos su expansión en otros puntos del planeta".

En cuanto a la salud, la aparición de enfermedades poco habituales en ciertas regiones es la gran preocupación. Algunos mosquitos están penetrando en zonas geográficas poco habituales, lo que puede provocar la llegada de virus como la malaria, el dengue o el zika. "Muchos de los mosquitos que se están detectando son especies exóticas invasoras", determina Pachuard. Esto es solo un ejemplo de como las especies invasoras pueden perjudicar la calidad de vida: "De hecho, la esperanza de vida se puede ver afectada, si analizamos los efectos colaterales de la desaparición de especies".

Cuando una especie exótica (normalmente traslocada por los humanos) crece sin límites y triunfa, puede acabar simplificando los hábitats. Si hay menos variedad de especies, además del problema para la biodiversidad, los virus no tienen tantos posibles hospedadores. Además, como las especies invasoras suelen convivir fácilmente con la presión humana, puede existir más contacto y más posibilidades de transmisión.