Sucesos
"Terrorismo del sushi": Japón persigue a jóvenes que hacen marranadas en restaurantes y las cuelgan en redes
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Terroristas del sushi / Agencias
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Adrián Foncillas
Periodista
Casi medio millón de euros por unos lengüetazos furtivos en una botella de soja en un restaurante parecen excesivos pero hablamos de Japón. La repugnante travesura es un crimen para sus leyes y un atentado para un pueblo que sublima la etiqueta en la mesa y el orden social. “El terrorismo del sushi”, lo llaman. Así que al gamberro le pide el restaurante ultrajado 67 millones de yenes (medio millón de euros) y pocos en Japón se compadecen.
Aquellos 48 segundos que han puesto en peligro a toda una industria fueron grabados a principios de año en la prefectura de Gifu. Es uno de esos restaurantes populares donde los platillos de comida avanzan entre los comensales por una cinta. Un jovenzuelo frota con sus dedos ensalivados el sushi y lo devuelve al platillo. También pasea la lengua por los bordes de una botella de soja. Y por los de un vaso que coloca de regreso a la estantería con risas cómplices a los que le graban. El vídeo apareció el 29 de enero en las redes sociales y se viralizó sin bridas.
Alarma social
La alarma social recomendó la rápida detención de los sujetos. Son Ryoga Yoshino, de 21 años, y sus cómplices, un chico de 19 y una chica de 15. Sobre los tres pesa el cargo de “obstrucción forzosa del negocio” que acarrea penas de hasta tres años de cárcel. Colgar el vídeo en las redes, señala la policía, fue “un acto de violencia”. Yoshino ha admitido los lengüetazos, pedido perdón y aclarado que nunca pretendió que la grabación circulara más allá de sus amistades.
Sus abogados culpan de la caída de clientes a las turbulencias del mercado y describen el suceso como el intento de un joven problemático de conseguir “la aprobación social” sin medir las consecuencias. La compañía ha rechazado cortésmente las disculpas y subrayado que esas actitudes solo terminarán con la “generalizada comprensión de que son un crimen”.
La compañía Akindo Sushiro, líder del sector con 600 locales en el país, perdió 16.000 millones de yenes (106 millones de euros) en los dos días siguientes por el derrumbe de sus acciones. La caída del número de clientes tampoco ha sido leve ni se ha limitado a la propietaria del restaurante de Gifu. Ha castigado a una industria valorada en 740 mil millones de yenes (más de cinco mil millones de euros),atareada desde entonces en una febril campaña de relaciones públicas para recuperar a los aterrorizados comensales.
Vigilar a los comensales por IA
Sus esfuerzos no son escasos. La compañía directamente afectada tiró todas sus botellas de soja, lavó de nuevo los vasos y ha levantado en sus cientos de locales unas mamparas de plástico para alejar la comida de los clientes. Las estrategias del resto varían. Algunas han sustituido el viejo sistema de cintas por la recogida en un punto tras completar la comanda en una pantalla. Kura Sushi, otro gigante del sector, confiará en la inteligencia artificial: la red de cámaras con la que desde 2019 cuenta los platos de cada mesa servirá a partir de ahora para fiscalizar los modales de los usuarios.
Los más pesimistas hablan de una amenaza existencial. Con el célebre vídeo de enero emergieron nuevos por el efecto contagio y regresaron otros de años atrás. No faltaron antes las fechorías culinarias, ni siquiera en Japón, pero nunca en tan alto número y con tanta repercusión. Contra el sector confabulan los jóvenes en busca de atención y clics, sin importar el demérito, y la acentuada aprensión a la falta de higiene en los tiempos postcovid. Aquellos salivazos atentaron contra la pulcritud y la comida, asuntos casi sagrados en Japón, así que no extraña que el país acabara en el diván ni al autor le pidan medio millón de euros.
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