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La lucha contra la desertificación, el cáncer del planeta

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Científicos y comunidades locales buscan soluciones a un problema que en España amenaza a más del 75% de la superficie.

Invernaderos en el desierto de Aqaba

Invernaderos en el desierto de Aqaba / EL PERIÓDICO

Heriberto Araújo

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La sequía que tiene en jaque a buena parte de los productores agrícolas de Catalunya es un mal que se expande a gran velocidad en la era del cambio climático. El último informe de la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (UNCCD, en sus siglas en inglés), publicado en 2022, alerta de que 2.300 millones de personas viven en áreas sometidas a estrés hídrico.  Para 2050, la sequía podría afectar a nada menos tres cuartos de la población mundial.

Para entonces, según el Banco Mundial, 216 millones de personas podrían verse obligadas a emigrar a causa de la sequía y de sus consecuencias socioeconómicas, como la reducción de la productividad de los cultivos. Quizá algunos cientos de miles sean españoles, pues la ausencia de lluvias y la sobreexplotación de los acuíferos —sobre todo para alimentar la agroindustria del regadío— han hecho que más de dos terceras partes del territorio español sean hoy áreas áridas, semiáridas o subhúmedas secas.

La desertificación es un mal inherente al cambio climático, a la mala gestión de los recursos hídricos y a la degradación severa de los suelos. Ha sido definida como un “cáncer que se expande por el planeta] y Naciones Unidas lo considera uno de los “mayores desafíos medioambientales de nuestro tiempo”. 

Contra ese cáncer que engulle más de 12 millones de hectáreas fértiles cada año han nacido una serie de iniciativas científicas que tratan de frenar su expansión y, a la vez, expandir la producción agrícola en los desiertos sin aumentar el consumo de agua.

Experimento en China

Uno de los experimentos más interesantes es el que ha llevado a cabo durante la última década el profesor Yi Zhijian, de la Universidad de Chongqing Jiaotong, en el oeste de China. Este ingeniero mecánico de 59 años y su equipo iniciaron en 2013 una serie de tests para comprender cómo podían revertir —de forma barata y ecológica— la desertificación, que afecta a casi el 20% de China. Experimentaron en el desierto de Ulan Buh, situado en la región autónoma china de Mongolia Interior, por medio de mezclar un material de celulosa vegetal con la arena antes de proceder a fases de riego controlado. De esta forma lograron convertir un estrato de entre 15 y 25 centímetros de arena desértica en tierra cultivable. Suficiente para producir —con la ayuda de la irrigación— hortalizas. Y también para lograr que esa tierra recuperara su capacidad de retener agua y acumular nutrientes.

 “Tres meses son suficientes para convertir un área de desierto en una zona cubierta por la vegetación”, escribió Yi en un reciente artículo académico en el que enumeraba sus hallazgos , que otros científicos chinos le discuten . Desde entonces, Yi ha llevado a cabo sus experimentos en más de 1.100 hectáreas desérticas repartidas por el planeta —el Sáhara, el desierto del Gobi, y regiones de Oriente Medio— y esas pruebas parecen confirmar sus hallazgos. El científico ha acuñado su técnica con el nombre de 'desert solization' o “suelización desértica”. Hace unos meses su proyecto quedó finalista del Earthshot Prize 2022 , el certamen creado por el príncipe Guillermo de Inglaterra para reconocer el trabajo de ecologistas y científicos medioambientales.

“El cambio climático está convirtiendo más partes de la Tierra en desiertos inhóspitos. Cuando tierra fértil deviene árida, los campesinos no pueden cultivar granos, lo que significa más hambre, especialmente en las regiones pobres del mundo. Nuestra solución transforma secarrales en pasturas productivas”, escribió Yi.

Cultivar lechugas a 55 grados en el desierto y sin pozos

Pasquale Musacchia

La oenegé para la que trabaja, Luciano Lama, acaba de concluir la fase experimental de un proyecto para introducir la agricultura hidropónica en los campos de refugiados saharauis localizados al sur de Tinduf, donde las inclementes condiciones que impone el Sáhara argelino se suman al déficit crónico de infraestructuras. “Durante el día aquí se llegan a los 55 grados y de noche la temperatura desciende a 10. No hay forma de extraer agua, que llega en camiones cisterna desde Tinduf, pues no hay pozos en la zona y los que existen están amenazados de quedar inutilizados por las tormentas de arena. La sequía de los últimos años ha sido dura y, en esas condiciones, la agricultura tradicional ha ido perdiendo espacio”, relata Musacchia.

Un primer invernadero de 240 m2 fue construido el año pasado por la oenegé y ahora, tras recibir fondos públicos italianos, cinco nuevos invernaderos con una capacidad total de 1.500m2 serán erigidos para producir tomates y lechugas. Se aplican las técnicas de la agricultura hidropónica (producción vertical y con un ciclo de agua controlado minuciosamente que aprovecha cada gota), pero Musacchia explica que han tenido que recurrir a técnicas locales para adaptar la hidroponia a las condiciones que impone el desierto. “Mezclamos estiércol de camello y de cabra, lo que aporta nutrientes al agua que usamos para irrigar”, relata el ingeniero, que planea formar medio centenar de técnicos saharauis para que aprendan las técnicas de la hidroponía. “Esta técnica nos ha permitido reducir el consumo de agua de un ciclo de producción de lechuga, que es de 400.000 litros en la agricultura tradicional, a apenas 5.000”, dice.

Con la proliferación de las sequías, como la histórica que actualmente afecta a Marruecos y Argelia , la hidroponía está arraigándose en zonas del Sáhara y de Oriente Medio. En el desierto de Aqaba, en Jordania, Noruega ha financiado por medio de su programa Sahara Forest Project una iniciativa para construir invernaderos ultraeficientes que han sido citados como ejemplos  por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). En ellos se usan paneles solares para desalinizar el agua de riego, mientras el agua marina sirve para reducir las temperaturas dentro de los invernáculos. El siguiente paso será reducir costes y ganar escala para diseminar estos oasis agrotecnológicos por la región.

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