Entender más

Más de 22.000 ucranianos se han censado en la Comunitat Valenciana en 2022

Los refugiados integran tres tipos de familia: las que viven en la red asistencial, las que siguen en familias de acogida y las que pagan (o les pagan) un alquiler

Alona e Ilona, con tres de sus cuatro hijos, en el comedor de un piso de alquiler que paga un voluntario.

Alona e Ilona, con tres de sus cuatro hijos, en el comedor de un piso de alquiler que paga un voluntario. / LOYOLA PÉREZ DE VILLEGAS.

Mónica Ros

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Se llama Yuri. Estudia en una de las habitaciones de un pequeño piso en Massanassa. Saluda, educado, con una media sonrisa muy breve. Tiene 16 años y es alto, rubio, de ojos azules y claros. Su madre explica que continúa, online, con los estudios que cursaba en Ucrania, en Kiev, cuando su vida era muy diferente, en una casa grande y espaciosa. Cuando jugaba a la videoconsola, salía con sus amigos y sus preocupaciones nada tenían que ver con las de que tiene ahora, con la vida de un adolescente refugiado de guerra. Su expresión no verbal evidencia que el crío no está bien. Su madre lo confirma. “No quiere estar aquí. No sale, no conoce a nadie. Quiere regresar a Ucrania. Quiere irse con su padre, que está allí”, explica la mujer.

Alona y su hijo Yuri, en el piso de alquiler.

Alona y su hijo Yuri, en el piso de alquiler. / LOYOLA PÉREZ DE VILLEGAS.

Ella se llama Alona y tuvo claro que debía salir de su país con sus dos hijos. Y muestra una fotografía que explica el porqué. En ella se ve a un Yuri cabizbajo, abrigado hasta arriba en un sótano en penumbra. En una especie de camastro está su otro hijo, de 13 años, también abrigado con gorro, guantes y chaquetón. Las paredes, desnudas. En la sala, desnuda, solo hay una mesa y el camastro, sin colchón y sin mantas. Ese fue el refugio de la familia cuando empezaron a bombardear su ciudad. La mujer lo tuvo claro y huyó con sus dos hijos. Tras un viaje de 8 horas en tren se pusieron a caminar para llegar a la frontera con Polonia. Doce horas caminando para dejar atrás una vida que ya nunca será igual.

Alona y sus dos hijos subieron a uno de los autobuses donde la asociación Damark evacuó a 675 personas. Allí conocieron a la familia de Ilona. Desde agosto comparten un pequeño piso en Massanassa, un tercero sin ascensor, con una cama y dos neveras en el salón. No hay televisión. Ningún lujo. Una vivienda austera donde han vivido 11 personas. Hoy son seis. Las dos mujeres con sus dos hijos.

Salieron de Polonia un 12 de marzo y llegaron a València el 14, con una ciudad preparada para la fiesta, el ruido, el fuego y la pólvora. El impacto fue grande. “Los petardos sonaban como disparos. Huíamos del fuego y de las bombas y la llegada a València fue difícil”, explican las mujeres.

Casi un año después de que comenzara una guerra que ha truncado sus vidas y les ha obligado al exilio, las familias hacen balance. Se esfuerzan por aprender un idioma y reclaman un trabajo que les de independencia. Y es que los 350 euros de alquiler (en un tercero sin ascensor) los paga un voluntario de la asociación Damark, una entidad que trabaja con cerca de mil refugiados en València y vive con fondos propios sin recibir ni un euro de las arcas públicas.

Las familias han pasado de grandes casas en Ucrania a humildes viviendas en València.

Las familias han pasado de grandes casas en Ucrania a humildes viviendas en València. / LOYOLA PÉREZ DE VILLEGAS.

Desde la entidad explican que hay tres perfiles de familias: las que viven en un piso de alquiler, las que continúan de acogida con una familia valenciana y las que residen en los recursos que pone el Gobierno por mediación de entidades sociales, como Cruz Roja. Aseguran que, si les llegara financiación pública podrían hacer “muchas más cosas de las que hacemos. Trabajamos con los niños y niñas, que necesitan actividades y tener pertenencia de grupo, dan clases de español, ayudan en la búsqueda de empleo, reparten comida, ropa y enseres para las familias de aquí y de allí...”. Y todo lo hacen solos. Por eso piden ayuda, voluntarios y financiación. Para poder pagar alquileres como el de Alona e Ilona. Para poder llenar la nevera de estas familias, o comprarles ropa, o calzado a los críos. Ellas, por su parte, lo que piden es trabajo. Lo que encuentran les dura poco. “El idioma es un problema. Al poco tiempo te despiden porque la comunicación es difícil pero si no nos dan la oportunidad ¿cómo vamos a mejorar? Necesitamos un trabajo para valernos por nosotras mismas”, explican esas dos madres, mujeres trabajadoras en su país que, además, ocupaban puesto de responsabilidad en sus empresas.

Cuando la acogida se acaba

La familia de Alona estuvo, primero, de acogida en un hogar. Lo describe como una especie de granja en la montaña. Cinco meses después, el hombre que los había acogido les dijo que se tenían que marchar. Lo que se ofreció como un hogar provisional y ese tiempo tocaba a su fin. Desde la asociación Juntos por la Vida aseguran que son muchas las familias que aún continúan acogidos en hogares valencianos, compartiendo espacio y asumiendo los gastos que conllevan más personas en la casa. La entidad ha trasladado a más de 3.200 personas desde Ucrania a València.

El Gobierno prometió una ayuda de 400 euros a las personas que viven con estas familias de acogida, pero ese dinero no llega. Al menos, en la Comunitat Valenciana. “Sabemos que en otras autonomías ese recurso sí ha llegado pero aquí, no. El coste y la carga para las familias acogedoras es importante y necesitamos ese recurso”, explican desde Juntos por la Vida.

El pueblo valenciano es solidario. Y lo ha demostrado. Pero son muchas las familias que se han visto sin recurso porque la guerra continúa la familia acogedora quiere recuperar un espacio que cedió de forma altruista, pero por un tiempo. Ahí entra el tercer perfil de familias ucranianas en València.

Red asistencial para quien no tiene nada

Se trata de quienes residen, un año después, en recursos asistenciales del Gobierno que gestionan entidades sociales. Ese es el caso del antiguo hospital València al Mar, ahora reconvertido en un centro de acogida para 113 personas. El centro está financiado por la Generalitat Valenciana y gestionado por Cruz Roja.

Allí, en una de las habitaciones del hospital, vive Lidiia. El sábado 25 de febrero cumplirá 64 años. Su manera de vestir, de expresarse; su forma de sostener el bastón con el que se ayuda para caminar, recuerda a la abuela que cualquiera podría tener en una localidad rural. Si habla de su familia, llora. Llora ella y se emociona, a su lado, Khrystyna, la traductora y voluntaria. La mujer explica que vive pendiente de una llamada de su hijo, que está en el frente, en la guerra, pero no sabe en qué brigada combate. Hace dos meses y medio que no tiene noticias de él. Tampoco sabe dónde están su nuera y su nieto. El crío cumplía 3 años el 7 de febrero y lo último que supo de ellos es que habían huido tras el bombardeo de la ciudad en la que vivían.

Lidiia, en su habitación del hospital convertido en albergue.

Lidiia, en su habitación del hospital convertido en albergue. / GERMÁN CABALLERO

La guerra llegó a Ucrania con una Lidiia recién operada de la rodilla tras colocarle una prótesis. Imposible huir. Aunque ella tampoco quería abandonar su casa. De hecho sabe que sigue en pie y está dispuesta a regresar en cuanto finalice la guerra. “Pero esta guerra no se va a acabar nunca”, lamenta. La mujer vivió 10 meses entre bombardeos. Una de sus hermanas la animaba a huir. Cuando una bomba la mató a ella y a su familia, Lidiia entendió que debía marcharse. Pidió a los soldados que le dieran las cenizas de aquella masacre. Lamenta no tener una tumba que ir a visitar. La mujer recordó su estancia en València hace 21 años y decidió que ese sería su destino. Recorrió Ucrania y Polonia en tren hasta llegar a uno de los aviones gratuitos que trasladaban refugiados. Y así, sola, salió del país y así, sola, vive en València. Su pensión es de 70 euros. Esos son os ingresos que percibe. Por eso agradece a Cruz Roja y al Gobierno la ayuda prestada, la acogida, el techo y la cama que le brindan. La comida de cada día. Piensa en su otra hermana. Una mujer ciega que sigue en Ucrania. La única familia de la que sabe su paradero. Y no la puede traer. Y de nuevo, las lágrimas.

Infancia en acogida

En la recepción del que fuera un hospital hay vehículos infantiles, clara señal de la presencia de niños en lo que hoy es un centro de acogida. Entre esa infancia en acogida se encuentran los hijos de Anna, una mujer de 41 años que se esfuerza por hablar español. Anna no es su nombre, pero quiere mantener el anonimato para que no haya imagen, ni señal, ni memoria escrita que relacione su vida (la de una mujer trabajadora, culta y solvente en un país en paz) con la realidad empobrecida de una familia exiliada en un país en guerra. Pero su desgracia, su historia y su exilio no arranca del 24 de febrero de 2022, sino el 6 de abril de 2014, cuando comenzó al guerra del Donbás. Ahí huyó de las bombas y la masacre y se marchó a Kiev a empezar de cero. El año pasado la historia volvió a repetirse como si de una pesadilla se tratara pero, en esta ocasión, además, se ha visto obligada a empezar de nuevo, de la nada, sin ni tan siquiera controlar el idioma. Ella, que habla inglés a la perfección, no encuentra interlocutor ni en la farmacia, ni en el cole, ni en la panadería… en una València, sin embargo, turística.

Anna necesita trabajar para tener la independencia económica que le permita vivir con una mayor autonomía. La familia ha pasado por diversos albergues de acogida por toda la Comunitat Valenciana. Al ser recursos estatales es el Gobierno quien desplaza a las familias y las reubica según las necesidades. Sus hijos, de cinco años y medio han estado en avriuso colegios. En el penúltimo, no pudieron celebrar la fiesta de fin de curso. Tenían, de nuevo, que marcharse. No se queja. De nada. Ni tan siquiera de lo sorprende que es que su hermana y su familia hayan sido trasladadas de València a Santander. El único apoyo que tenía cerca está, de nuevo, lejos. Tampoco se queja de los horarios o las normas de obligado cumplimientos que deben regir un centro de acogida para su organización y correcto funcionamiento. No se queja de nada y se centra en aprender un idioma “muy difícil”, recalca, pero que es su puerta de entrada al mundo laboral.

Cifras con rostro de mujer

El número de ucranianos censados en la Comunitat Valenciana supera las 44.000 personas. Y la mitad llegaron hace un año, cuando comenzó la guerra. En total, según datos del INE, hay un total de 22.000 nuevos ucranianos empadronados en toda la Comunitat Valenciana entre marzo y diciembre de 2022, de los cuales el 55% residen en la provincia de Alicante, cerca de 8.000 en la de València (35%), y casi 2.000 en la de Castelló (10%). Pero detrás de estas cifras hay un rostro de mujer. Fuertes, trabajadoras, entregadas. El pilar de familias destrozadas que se han visto obligadas a empezar, de nuevo, en un país prestado por tiempo indefinido.

El director general de Igualdad en la Diversidad, Jose de Lamo, explica que el sistema de protección internacional del Ministerio de Inclusión atiende a más de 2.000 ucranianos y ucranianas en toda la Comunitat Valenciana. Por parte de la Vicepresidencia y Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas, los albergues, el centro de diversidad funcional de Paterna y el antiguo hospital Valencia al Mar ha acogido a más de 1.028 ucranianos y ucranianas desde el inicio de la crisis, a los que hay que añadir los 248 que fueron atendidos en la antigua Escuela de Enfermería de La Fe de València por parte de la Agencia Valenciana de Respuesta a las Emergencias.

Suscríbete para seguir leyendo