Cumbre del clima

Comprar menos comida, duchas de 5 minutos y huir del plástico y el coche: ¿cuánto cuesta ser un consumidor sostenible?

Ante las tímidas acciones de las administraciones y la inacción de las empresas, gran parte de la reducción de la huella ecológica depende de cada ciudadano

PLASTICOS

PLASTICOS

Juan Ruiz Sierra

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Todo empieza por comprar menos comida. No se trata de ingerir menos alimentos, aunque en muchos casos también, sino de adquirirlos solo en función de las estrictas necesidades de cada casa, porque los víveres desperdiciados suponen casi el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero en todo el planea, más que cualquier país con la excepción de EEUU y China. Cada español tira una media de 77 kilogramos de víveres al año, según la ONU. Pero cuando uno interioriza todos estos datos y llega al supermercado dispuesto a comprar solo lo que sabe que va a consumir, se encuentra con otro problema: casi todo está plastificado. 

Plátanos, tomates, acelgas, puerros, alcachofas descansando sobre bandejas de plástico, envueltas a su vez en más plástico, sean o no frutas y verduras de temporada, vengan de huertos cercanos o de Latinoamérica. También se puede comprar a granel, claro, pero las normas de este establecimiento concreto, como las de tantos otros, exigen que antes de tocar el género el cliente se coloque un guante hecho de plástico de un solo uso, uno de los mayores peligros medioambientales del mundo, al contaminar cuando se produce, mediante la extracción de combustibles fósiles, y también cuando se utiliza, ya que a menudo termina atascando pasos de agua y asfixiando a la fauna, o bien en llamas, lanzando nocivos humos.

Y justo antes de la entrada al supermercado, al llegar al colegio y dejar al niño, que hoy tiene visita a un bosque en un pueblo a las afueras de Madrid, la maestra le entrega una bolsa con la comida para la excursión. Una pieza de fruta y dos bocadillos (tortilla y jamón y queso) envueltos en plástico de un solo uso. 

En términos de contaminación, el día ha comenzado mal. Mejor dicho, ha comenzado como siempre, con todo tipo de riesgos para el impacto ambiental. Según las estimaciones de la empresa Tribaldata, cada español debería plantar unos 610 árboles para compensar su huella. 

Hay otra forma de verlo. Para alcanzar los objetivos climáticos internacionales, que a partir de este domingo se volverán a analizar en la cumbre del clima en Sharm el-Sheikh (Egipto), hay que reducir cuanto antes las emisiones per cápita a una tonelada de dióxido de carbono al año. En España, según los datos más recientes del Banco Mundial, cada ciudadano emite 5,1 toneladas, frente a las 14,7 de EEUU, las 7,9 de Alemania o las 1,8 de la India.  

La neutralidad climática

España se ha comprometido a lograr en 2050 la “neutralidad climática”: que sus emisiones de gases de efecto invernadero sean iguales o menores a las que se eliminan a través de la absorción natural. Aprobada en el Congreso de los Diputados el año pasado, la ley de cambio climático establece plazos intermedios y medidas concretas (como la necesidad de que todas las ciudades de más de 50.000 habitantes tengan zonas de bajas emisiones o el fin de los motores de combustión en 2030), pero ahora mismo gran parte del esfuerzo depende en el ciudadano: ducharse en menos de cinco minutos, reciclar, huir del plástico, desconectar los aparatos eléctricos cuando no se utilizan o comprar menos comida. 

Incluso cuando este tipo de prácticas individuales cuentan con un claro respaldo normativo, hay complicaciones. La nueva ley de residuos, por ejemplo, obliga a bares y restaurantes a “ofrecer siempre” a sus clientes agua del grifo gratis, como forma de evitar el consumo del líquido en botellas. Pero los establecimientos apenas lo cumplen. En el mismo sentido, el decreto de envases, cuya aprobación se suponía inminente, ha tenido que retrasarse ante las dudas de la Comisión Europea, que ha pedido al Gobierno que rebaje una norma llamada a prohibir las frutas y verduras envueltas en plástico. 

Motores de combustión

Y luego está el transporte. Coches, motos, camiones y autobuses suponen en torno al 25% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero en España, pero al menos en Madrid el motor de combustión sigue siendo un dios al que adorar. La presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, minimiza el cambio climático (“el discurso apocalíptico es irresponsable”, dijo hace un par de semanas) y considera que los atascos de madrugada son una “seña de identidad” de la capital. El alcalde, José Luis Martínez Almeida, ha reducido las restricciones al tráfico en la almendra central de la ciudad y elogia la motocicleta como ejemplo de “movilidad sostenible”. En la imagen de su perfil de Twitter, de hecho, aparece él conduciendo uno de estos vehículos. 

Así que resulta coherente que a las ocho de la tarde no haya ninguna bicicleta eléctrica municipal disponible en la estación de la plaza de la Independencia, junto al parque del Retiro. En realidad, hay dos. Pero están averiadas y no se pueden usar. El día acaba igual que empezó. Mal, poniendo de manifiesto la dificultad de ser sostenible en un momento en el que se han disparado todas las alarmas sobre el calentamiento global, con las temperaturas de Europa subiendo el doble que la media del planeta. Es decir, acaba como casi siempre. 

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