HOMENAJE

La generación de hierro que el coronavirus se ha llevado por delante

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Helena López

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La historia de Catalunya y de Barcelona no podría entenderse sin las historias de personas como Carmen, Manuela, María de los Ángeles o Eloy. Estas son solo cuatro de las miles de vidas anónimas de aquellos que ahora definimos como "población de riesgo" y fueron "los que arriesgaron, y mucho, hace ahora cuarenta o cincuenta años, pasando en muchos casos por situaciones más duras que las que estamos viviendo durante esta pandemia", reivindica el periodista e historiador Marc Andreu. Sobre todo las clases populares y de según qué barrios. Barrios como la Barceloneta Nou Barris, a donde migraron desde Cádiz, Granada, Lugo y Lleida los cuatro protagonistas de este texto, y donde murieron tras enfermar de covid-19 en las residencias en las que pasaban la última etapa de sus vidas, sin tener la despedida que merecían. Cuatro historias de vida que podrían ser las de prácticamente cualquiera de los más 19.500 ancianos fallecidos en las residencias españolas en los últimos meses. 

Carmen Maldonado (La Mamola, 1926-Barcelona, 2020)

Su imagen fregando de rodillas las baldosas del majestuoso Banco de España con una barriga de nueve meses le venía a la cabeza cada vez que cruzaba la plaza de Catalunya. En su vientre, ‘su Verónica’; la pequeña. El único de sus seis hijos nacida en Barcelona. Al resto los parió en La Mamola, el pueblo costero de Granada en el que nació el 14 de agosto de 1926 y donde vivió y luchó hasta los 42 años, cuando emigró definitivamente a Barcelona, su tierra de adopción, en 1968. 

Fue la mayor de cuatro hermanos a los que hizo de madre. La suya murió muy joven. En lo más crudo de la posguerra una traicionera aguja colchonera se le clavó en la pierna y la herida se infectó. Su padre la llevó al hospital para intentar que la curaran, pero pasaron tres días y tres noches en la puerta esperando a que les atendieran sin que nadie llegara a hacerlo. Eran pobres y por aquel entonces los hospitales estaban colapsados por el tifus. Regresaron a casa y su madre murió, dejando a Carmen al cuidado de sus tres hermanos pequeños. El menor tenía solo dos años.

Carmen no tuvo la oportunidad de aprender a leer, pero enseñó a sus hijos a no dejarse pisar. "Que nadie os achique", les decía

No tuvo la oportunidad de ir al colegio. Para sobrevivir, hacían kilómetros con el mayor de sus hermanos pequeños de cortijo en cortijo a buscar alimentos. Casi como la protagonista de un cuento, antes de perder la memoria Carmen siempre recordaba cómo una gélida noche de nieve perdió un zapato en la sierra y una señora de un cortijo les dio cena y cobijo hasta que amaneció. 

Cuando llegaba la temporada de la recogida de la caña de azúcar su padre, sus hermanos y ella se iban a ganarse la vida a Motril. 32 kilómetros a pie, ella cargando en la cadera a su hermano pequeño. Duras jornadas de trabajo; mientras su padre cortaba la caña ella la amontonaba. Las semanas que duraba el trabajo dormían donde podían, en barracas cerca del campo. También hacían ‘el boliche’ y vendían lo que pescaban por los cortijos. Así conoció al gran amor de su vida, Antonio, quien se convertiría en su marido. Un joven pescador del pueblo. Juntos tuvieron seis hijos, aunque solo pudieron ver crecer a cinco. El segundo murió a los dieciocho meses de meningitis.

Nodriza de los niños ricos del pueblo

Trabajó también limpiando la casa del médico e hizo de nodriza de los niños ricos del pueblo. Durante la temporada de verano, de mayo a septiembre, dejaban a sus hijos al cuidado de su abuela y de su tía y viajaban a Barcelona para reunir un dinero que les permitiera pasar el invierno con más desahogo. Trabajaban  en la Barceloneta, barrio al que se mudarían definitivamente en 1968, convirtiéndolo en su hogar. Ella trabajaba en los merenderos fregando platos y él, pescando en el mar. 

Emigrar no fue sencillo. Dejaban en el pueblo a familiares y amigos y cambiaban una bonita casa encalada por ‘un quart de casa’ de 30 metros en el que empezaron a vivir nueve personas -Carmen, su marido, sus cinco hijos, su hermano y su padre Miguel al que todos llamaban con cariño "papica Miguel"-.

"Que nadie os achique"

"Valéis más que las pesetas. Que nadie os achique", les decía siempre a sus hijos. Pese a que no sabía ni leer ni escribir, a Carmen le encantaban los refranes y siempre acababa las conversaciones con alguno. Una mujer buena y querida en el barrio, que siempre ayudó a todo el mundo. 'La casa de la Carmen y el Antonio', una planta baja, tenía siempre la puerta abierta y las Nochebuenas se celebraban en la calle, con medio barrio, cantando villancicos con la zambomba y la pandereta. Carmen se los sabía todos.

Con la muerte de Antonio, Carmen cayó en una depresión que superó con el cariño de sus hijos, aunque jamás se olvidó de su compañero, como ella lo llamaba. A los 86 años llegó el alzheimer. Saltaron las alarmas el día en que su hija menor la llamó extrañada porque no lo hubiera hecho ella, como hacía a diario, y esta le respondió que no lo había hecho porque no recordaba cómo se marcaba el número de teléfono. Falleció a los 93 años el 20 de abril del 2020 en la residencia Bertran Oriola de la Barceloneta. Como su madre en la anterior epidemia, sin poder tener la atención que necesitaba.

Eloy Lurigados (Lugo, 1940-Barcelona, 2020)

Este Sant Joan habría cumplido 80 años. Eloy Lurigados (Lugo, 1940-Barcelona, 2020) era un hombre con una memoria prodigiosa. El padre y abuelo que nunca se olvidaba de los santos y los cumpleaños. Recordaba a la perfección su dirección exacta durante su idealizada niñez en Cuba. En la calle Luz, número 6, de La Habana Vieja, donde su padre montó una relojería y su madre una peluquería. Hijo de padres emprendedores, emigró a Cuba en 1949, con nueve años. Era hijo único y recordaba con especial cariño los juegos en las calles de La Habana con su primo Alfredo, de prácticamente su misma edad.

La etapa cubana fue breve. Poco más de un lustro. Cuando empezaron a sonar los tambores de la revolución sus padres decidieron volver a Lugo, donde se compraron una casa. A diferencia de otros allegados que se quedaron más tiempo, su familia regresó con todo el dinero ganado. Las cucharas de Cuba aún corren por la casa familiar, que no es la que sus padres compraron en Lugo al volver de la aventura americana, sino el piso que se compraron años más tarde en Nou Barris, tras su proceso migratorio definitivo.

En 1960, cuando Eloy tenía 20 años, su familia se instaló en Barcelona, en la calle de Casals i Cuberó, en el barrio de Verdum, donde Eloy pasaría toda su vida. Una calle en la que en aquellos años se oía hablar más gallego que castellano. Sus padres retomaron los negocios iniciados en Cuba y volvieron a abrir una relojería y una peluquería, esta vez en Barcelona, donde Eloy conoció a Magdalena, hija de Higuera la Real (Extremadura). El gran amor de su vida, con quien salía a bailar a un local en la plaza de Espanya. Se casaron en 1969 y formaron su familia en el hogar que Eloy compartía con sus padres.

A los pocos años de casado, en 1972 entró a trabajar en Correos, empleo que conservó hasta la jubilación. Primero, repartiendo, y, después, en la oficina. Unos años en Llucmajor, en la actual plaza de la República, en su distrito, y otros en la central, en Via Laietana.

Tranquilo y cariñoso, tuvo dos hijos, Carlos y Diana, y dos nietos, Aitor e Irene. Entre sus aficiones destacaba el cine, aunque también coleccionaba sellos y billetes y le gustaba leer el periódico. Sus hijos recuerdan cómo de niños su padre les llevaba a los cines del barrio a ver las películas de la época. Al Cine Cristal, el Roquetas, el Paladium… También disfrutaba caminando y le gustaba ir a la iglesia.

En los últimos años de su vida le tocó afrontar el alzhéimer de su mujer, al principio en casa, con la ayuda de sus hijos y de su cuidadora, Ana Maria, y finalmente en la Residencia El Molí, donde, a pesar de la situación de ambos, él estaba contento. Estaban juntos. Lo hicieron hasta el final. Eloy murió en el Hospital Sagrat Cor el 7 de abril de 2020 a causa del covid-19. Magdalena sigue en la residencia. La crueldad del alzhéimer le ha hecho más llevadera la pérdida.

María de los Ángeles Aguilar (Preixens, 1935-Barcelona, 2020)

María de los Ángeles era hija de una familia de trabajadores del campo de Preixens, un pequeño pueblo de Lleida. Emigró a Barcelona sola en 1962, pero regresó al poco tiempo a Lleida a cuidar a su madre enferma. Allí conoció a su primer marido y se mudaron a Barcelona. Alquilaron un bar en la Barceloneta y lo llevaron juntos, hasta que su marido se marchó y se lo llevó todo. A María de los Ángeles le tocó de nuevo empezar de cero, pero, mujer valiente, lo hizo. Se enamoró entonces de Manuel, un hombre a quien conocía porque trabajaba de camarero en un merendero de la Barceloneta que ella frecuentaba.

Junto a él pasó los mejores años de su vida. Entre los dos arreglaron aquella vieja taberna y la convirtieron en el bar Monferry, durante años icono de la Barceloneta. Pasaron cuatro décadas juntos tras esa barra, viendo cambiar el barrio y la ciudad. Al principio, cocinaba ella. Después el negocio creció y contrataron a dos mujeres para que la ayudaran.

Siempre les regalaba un bocadillo a los músicos que se ganaban la vida tocando entre las terrazas

No pudieron tener hijos, pero María de los Ángeles sentía el cariño de su barrio, que la recuerda como una mujer muy buena y querida por todos. A los músicos que se ganaban la vida tocando por las terrazas siempre les daba un bocadillo. Y cuando venía Amparo, una vecina del barrio, y le decía "me comería un bocadillo de anchoas, pero no tengo dinero", ella se lo daba. 

Pero pasaron los años y llegó primero el alzhéimer y después el covid-19. María de los Ángeles murió el 30 de marzo del 2020 en la residencia Bertran Oriola. 

Manuela Portillo (Cádiz, 1940-Barcelona, 2020)

Manuela nació en Cádiz, el 9 de enero de 1940, recién terminada la guerra. Con solo ocho días de vida, su familia se mudó a Barcelona, donde Manuela vivió hasta que falleció, en una residencia de la capital catalana, enferma de covid-19, el 9 de mayo del 2020.

Era la mayor de dos hermanas, nacidas en el mismo año. Ella nació en enero y su hermana en diciembre, ya en Barcelona. Además de la dureza intrínseca de la posguerra, su infancia estuvo marcada por los malos tratos a los que su padre sometió a su madre hasta que las abandonó. La separación de sus padres mejoró la situación por motivos obvios, pero, por otro lado, tener que levantar a dos hijas sola hizo que su madre tuviera que trabajar muy duro, muchas horas, y a Manuela y a su hermana las crió su abuela materna

Pese a la situación, pudo acabar la primaria y después fue a Lesseps, a 'Las Modistillas', como las llamaban, a formarse como aprendiz de modista, lo que le tocaba a las chicas en aquel momento. Su madre se casó con otro hombre, quien apuntó a Manuela a la Sección Femenina, donde aprendió a bailar sardanas, aunque las pasiones de esta mujer alegre y cariñosa eran la copla y los dulces, placeres de los que disfrutó hasta prácticamente los últimos días de su vida. Hasta que la pandemia obligó a cerrar la residencia en la que vivía y la privó de las visitas diarias de su hijo mediano, quien la sacaba todas las tardes a merendar un helado o una ensaimada. 

De muy joven entró en una papelería en la calle Gran de Gràcia, en la que trabajó hasta que se casó y lo dejó para dedicar su vida a cuidar a su familia, tarea que desempeñó con amor y coraje. Al que sería el hombre de su vida lo conoció en los viajes en metro entre el barrio y el trabajo. Ella vivía en la Barceloneta y él en Santa Caterina y ambos cogían el metro en Correos, en aquel momento estación compartida por los barrios. Los dos trabajan en Gràcia, así que hacían todo el recorrido juntos. Él, en un comercio de electrodomésticos. El hombre salía a fumar a la puerta de la tienda y ella pasaba por delante para verle. Para verse. 

La enfermedad de su hijo mediano creó un vínculo muy especial entre ellos, que creció con los años

Se casaron el 12 de septiembre de 1965 en Sant Miquel del Port. Manuela tenía 25 años y estaba guapísima. Con un vestido blanco de cuello redondo. Tuvo tres hijos entre 1966 y 1971, por los que no dudó en hacer lo que hiciera falta. Volvieron los años duros. Su marido perdió el trabajo y pasó un largo tiempo en el paro con los tres niños. Manuela lo pasó muy mal. Intentó ponerse a trabajar fuera de casa -dentro nunca dejó de hacerlo-, pero no pudo. Sufría esclerodermia, enfermedad que se lo impidió. Además, su hijo mediano sufría asma bronquial, que lo llevó a estar varias veces ingresado con oxígeno. Esa enfermedad de su hijo Xavier creó un vínculo muy especial entre ambos, que fue creciendo con los años. 

Xavier era el que siempre la acompañaba a comprar al mercado. Los sábados iban a Santa Caterina, donde tenía una amiga que les llenaba el cesto, conocedora de su difícil situación. 

A través de un contacto de su amiga del mercado, su marido encontró trabajo como administrativo en dos bazares del puerto y la situación económica familiar mejoró. Pudieron cambiar el ‘quart de casa’ por una ‘mitja casa’ y aquello fue como un sueño. Una casa que daba a dos calles, pese a ser un quinto sin ascensor. Manuela vivió allí hasta que, ya de mayor, logró un piso de protección oficial en el barrio de La Marina.

En el año 2000 murió su marido y su vida volvió a torcerse. Al poco tiempo, con 67 años, llegó el alzhéimer. Su hijo Xavier se la llevó a su casa, hasta que este también enfermó. Pasó por varias residencias, con la desorientación que eso comporta en personas con alzhéimer, hasta que al fin logró plaza en la de la Barceloneta, su barrio, donde falleció el 9 de mayo.