ESCLAVOS EN EL SIGLO XXI
Una prisión con forma de hogar
Erwiana Sulistyaningsih pasó ocho meses de infierno en los que fue torturada y humillada por su empleadora
Adrián Foncillas
Periodista
ADRIÁN FONCILLAS / PEKÍN
Las fotografías a su entrada en el hospital sugerían una larga estancia en el infierno: el cuerpo deformado a golpes y salteado de heridas abiertas, los ojos hinchados y los pies y las manos chamuscados. Erwiana Sulistyaningsih, entonces de 23 años, era una de las cientos de miles de criadas indonesias y filipinas empleadas en Hong Kong. La isla quedó traumatizada con la descripción de ocho meses de torturas que incluyeron privación de sueño y comida, humillaciones y golpes rutinarios con perchas, palos de escoba o lo que tuviera a mano su empleadora e incluso la introducción en su boca del tubo de la aspiradora en marcha. Law Wan-tung, una antigua esteticista, fue condenada a seis años sin haber mostrado arrepentimiento ni compasión en el juicio, como si estuviera dispuesta a actuar del mismo modo si la historia se repitiera.
El caso ocupó portadas globales dos años atrás, obligó a intervenir al presidente indonesio y Erwiana acabó en la lista de las cien personas con más influencia de la revista 'Time' tras reunir el valor de sacar a a la luz pública su caso. “Como ser humano la he perdonado, pero tiene que afrontar las consecuencias legales por todo lo que me hizo y espero que sirva de lección a todos los empleadores”, señala en conversación teléfonica con este diario. Conserva aún el trauma psicológico y múltiples cicatrices físicas que la avergüenzan. “No pude denunciarla, me amenazó con pagar a alguien para que matara a mis padres en Indonesia”, añade. La jueza describió a Erwiana como una prisionera.
LEGISLACIÓN LAXA
La excolonia británica, uno de los lugares con más millonarios por metro cuadrado del mundo, atrae a las jóvenes del entorno asiático menos afortunado con ofertas que suenan bien sobre el papel: salario mínimo de 4.010 dólares de Hong Kong (456 euros, entre el doble y el triple de lo que ganarían en sus países), un día de descanso semanal y una semana de vacaciones. Pero la práctica revela un contexto legal que permite el desamparo y los abusos y desincentiva las denuncias. Las organizaciones de derechos humanos critican la obligatoriedad de vivir en el domicilio del empleador o de regresar a su país si rompen el vínculo contractual.
Un estudio de la organización Mission for Migrant Workers revelaba que el 58% de las criadas habían sufrido abusos verbales, el 37% trabajaban al menos 16 horas diarias, el 18% padecieron abusos físicos como bofetadas o patadas y el 6% fueron víctimas de violaciones, tocamientos o comentarios sexuales. Algunas habían dormido en lavabos o en cocinas.
POCO MÁS QUE BUENAS INTENCIONES
El caso de Erwiana desnudó ante el mundo el drama y estimuló las promesas de cambio. “Pudo tener un impacto a corto plazo en Hong Kong. La gente fue más consciente de los abusos y quizá disuadió a algunos empleadores de repetir esas prácticas. Pero nada más ha ocurrido”, señala por correo electrónico Hans Ladegaard, profesor de la Universidad Baptista de Hong Kong y estudioso del fenómeno.
Erwiana ha cumplido el sueño que la envió a Hong Kong. Estudia gestión empresarial en una universidad de su país y reparte el resto de su tiempo entre el oficio de maquilladora para pagarse los estudios y las organizaciones que defienden los derechos de las asistentas domésticas. “Mi mensaje a todas las jóvenes indonesias que quieran trabajar en Hong Kong o en otra parte del mundo es que aprendan antes el idioma, la cultura y las leyes de ese lugar y se preparen mentalmente para poder protegerse de experiencias como las que yo sufrí”.
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