Gente corriente

Bàrbara Vidal: "La roca engancha por la libertad de dejar abajo la silla"

Matemática, escaladora, tenista, cantante, viajera y ciclista. Entusiasmo puro por la vida.

«La roca engancha por la libertad de dejar abajo la silla»_MEDIA_1

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OLGA MERINO

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A los 23 años, sufrió una lesión medular a consecuencia de un accidente de tráfico, un vuelco drástico en su vida que no la achicó.  Bàrbara Vidal Gaya (Barcelona, 1976) se atreve con todo. Trabaja, además, en el departamento informático del Institut Guttmann, que este año celebrará su 50º aniversario.

—Era diciembre y bajábamos de esquiar por la carretera de Canillo, en Andorra. Lo último que recuerdo es un adelantamiento, que apareció uno de cara. Dimos un volantazo.

—Y el vehículo cayó por un terraplén.

—Saltó 12 metros y se quedó encastrado entre unos árboles del barranco. En seguida pensé que debía decir algo para que los demás supiesen que estaba viva; sentía un dolor de espalda horroroso y no podía mover las piernas… Uno de mis amigos falleció.

—Vaya trago.

—Era un chico estupendo, de una generosidad inmensa… Los bomberos tardaron tres horas en rescatarnos.

—¿Cómo fue la recuperación?

—Estuve un mes y pico sin salir de la cama; eran las enfermeras quienes me daban la vuelta. A los dos meses, empecé a mover los dedos de los pies. Y al cabo de seis, fui recuperando movilidad de la pierna izquierda, y ahora la tengo bastante bien.

—¿Qué es más duro, la rehabilitación física o superar el golpe psicológico?

—No sé qué decirle. Al principio, había días con tanto dolor que no podía pensar más allá. Pero creo mucho en la fuerza del cerebro y en autoimponerte cosas.

—En el Guttmann la ficharon.

—Un día, en el gimnasio, el doctor Josep Maria Ramírez, me hizo un comentario: «Eres matemática, ¿no? Tú has de quedarte a trabajar con nosotros». Y pasado un tiempo, en la cafetería, cuando aún estábamos en la Meridiana, me anotó el sueldo en una servilleta de papel. Antes del accidente, trabajaba de programadora en una entidad financiera.

—El deporte la ha ayudado, ¿verdad?

—Sí, mucho, igual que la música. Empecé a jugar a tenis en la Teixonera y, como hay muy pocas chicas que lo practiquen en silla de ruedas, acabé en el equipo español que fue a los Juegos Olímpicos de Atenas, para que pudiera completarse la pareja de dobles. Fue un regalo que disfruté mucho.

—A partir de ahí empezó a entrenar duro.

—Sí, pero el ritmo de competición llegó a exigir una dedicación casi exclusiva, y acabé por quemarme de tantos torneos y desplazamientos. Además, ahora lo que me gusta es la escalada.

—¿¡Escalada!?

—Hace cinco años, mi pareja, Jordi, me animó a intentarlo. Como tengo mucha fuerza en los brazos, le dije que sí. Lo probamos en La Fuixarda. Y poco a poco, hemos ido haciendo vías más difíciles: Montserrat, Savassona y Chamonix, en los Alpes.

—Caray…

—La roca engancha. No voy tan a menudo como me gustaría, porque no todos los lugares de escalada son accesibles para mí.

—¿Qué siente colgada de las cuerdas?

—Libertad absoluta y poder. Es impagable la sensación de dejar allí abajo la silla de ruedas y las muletas, y estar en contacto con la naturaleza sin nada más.  También he reaprendido a ir en bici: me ato el pie derecho a un estribo y hago fuerza con la otra pierna. Lo difícil es arrancar.

—Y encima, canta.

—Sí, en un grupo que se llama Trenkaband y en una coral. La música es mi gran pasión; si no tengo ensayo, me deprimo.

—¿De dónde saca las horas?

—Tengo unos padres estupendos, que me ayudan muchísimo.