entrevista con el Médico de familia. Director del CAP Raval Sud

Jaume Morató: "Llegan sanos al Raval y aquí van enfermando"

"Fracaso escolar: más paro, más delincuencia"

El doctor Jaume Morató, en el CAP Raval Sud, donde dirige a un equipo de 18 médicos y 18 enfermeras.

El doctor Jaume Morató, en el CAP Raval Sud, donde dirige a un equipo de 18 médicos y 18 enfermeras.

ÀNGELS GALLARDO
BARCELONA

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Riguroso, irónico, atento y especialmente tolerante. Sin esas cualidades, posiblemente el doctor Jaume Morató hubiera solicitado hace muchos años un cambio de destino en el Institut Català de la Salut (ICS), pero, ni lo ha hecho ni piensa hacerlo. Dice que su historia personal está vinculada a este barrio, donde dirige desde hace 22 años el área básica de salud más difícil de Barcelona, el único centro de asistencia primaria (CAP) del Raval Sud. El punto de la ciudad donde habitan los «pobres, pobres, pobres», como él los define.

-¿Cómo es la población a la que ofrecen asistencia sanitaria?

-Tenemos asignadas a 35.000 personas. El perfil ha cambiado mucho. Cuando inauguramos el CAP, en 1991, era la zona de Barcelona donde había más gente mayor. Vivían solos, y morían viejos y solos. Aquí teníamos el porcentaje más alto de presos, era donde había más delincuencia y más prostitución. Se llamaba Barrio Chino. La media de supervivencia de hombres y mujeres era 10 puntos inferior al resto de la ciudad. Eso son 10 años menos.

-Todo esto ha cambiado.

-Sí. Llegaron los primeros inmigrantes a Barcelona, y se instalaron aquí. Subsaharianos, de Gambia y Senegal. Poco después, llegó toda la vertiente de Pakistáan, la India y Bangladesh, que ahora es la mayoritaria. En el Raval Sud vive el mayor porcentaje por metro cuadrado, después de París, de población procedente de esos tres países. Los viejecitos autóctonos se fueron muriendo, o sus hijos se los llevaron a otra parte, porque el barrio se estaba convirtiendo en algo muy distinto.

-¿En qué se ha convertido?

-Tenemos el porcentaje más elevado de inmigrantes de España: un 60%. Se han sumado los de Rumanía, Este de Europa y Filipinas. Mucha población joven, muy pobre, y un 10% de autóctonos envejecidos y solos, los más pobres de los pobres. Como aquí los alquileres son más económicos que en el resto de Barcelona, van bajando vecinos empobrecidos de otros barrios. Vienen a pedirnos la tarjeta sanitaria.

-¿De qué barrios?

-Tenemos pacientes que habían vivido en Gràcia, el Clot, el Eixample y Sant Just Desvern. Suelen tener muchos problemas mentales. Los inmigrantes llegan sanos y jóvenes al Raval Sud, y aquí van enfermando, por la miseria y las condiciones alimentarias e higiénicas que soportan. Este sigue siendo el barrio de Barcelona con más tuberculosis. Y uno de los que tiene más hepatitis C. Pero, a pesar de todo, los inmigrantes utilizan poco los servicios sanitarios. Muchos son musulmanes y no fuman, ni beben. Al menos, al inicio.

-¿Continúan llegando?

-Siguen viniendo, sí, y no entiendo por qué, porque aquí no hay el más mínimo trabajo. Atendemos a un promedio mensual de 300 nuevos inmigrantes. Pasan por aquí y nos piden una tarjeta sanitaria. Saben que pueden hacerlo. Nosotros les atendemos siempre. Todos tienen historia clínica abierta. Así hemos podido acotar la tuberculosis.

-¿Cómo ve la salud del barrio?

-La salud de la población del Raval Sud está contenida, atendida. En el barrio saben que lo mejor que tienen es la sanidad pública. El CAP les ofrece una atención muy buena, con sus dificultades. No tienen parques,  no acceden a la mejor educación -y no porque los maestros sean malos-pero tienen una buena sanidad.

-¿Y los niños?

-Antes, los niños pasaban las revisiones pediátricas habituales, y los médicos de familia apenas los veíamos. Ahora vienen muchísimos, de 14, 15 o 16 años, con mucha patología mental. Los padres no trabajan, ellos se sienten solos, rechazados en la escuela entre sus propios colectivos. Sufren mucha obesidad, depresiones, ansiedad. Son chicos muy ansiosos. Una de nuestras enfermeras va a las escuelas cada semana y ellos le hacen preguntas.

-¿De qué tipo?

-Sexual, casi siempre. La educación sexual de esos colectivos es muy complicada. Difícil.

-¿Complicada?

-En una misma escuela, en la misma aula, están los chavales de origen y cultura indopaquistaní, acostumbrados a una norma musulmana estricta, basada en el respeto a los padres. Junto a ellos, están los chicos sudamericanos, con unas muchachas que despiertan a la pubertad como puedas imaginar. Y después están los de cultura magrebí. Las chicas con el pelo cubierto. Todo eso, se ha de dirigir teniendo el mismo número de alumnos que en el resto de escuelas de Barcelona: 30 por aula.

-¿Les orientan sobre sexualidad?

-La enfermera intenta explicarles en qué consisten las relaciones sexuales, porque hay mucho concepto machista. Cada una a su estilo, las tres culturas -indopaquistaní, magrebí y sudamericana- son muy machistas. Es un pozo sin fondo. La tasa de embarazos en menores de 17 años es aquí de 17 por cada mil adolescentes, cuando la media de Barcelona es de una por mil. El nivel de pobreza de una sociedad también se mide por la cifra de embarazos entre las adolescentes.

-¿Y la educación?

-Atendemos a niños muy desestructurados. El fracaso escolar es altísimo, porque es muy difícil enseñar en esas escuelas. Este ha sido uno de los grandes errores de Barcelona: no haber cuidado las escuelas de este barrio. Eso quiere decir, dentro de pocos años, más paro, más delincuencia, más prostitución.

-¿No se han cuidado las escuelas?

-Nada. El final de la escolarización no tiene salidas en este barrio. De los alumnos que pasan por el instituto Mila i Fontanals, que fue muy puntero, no llegan más de tres o cuatro a la universidad en cada promoción.

-¿Qué servicios tiene el barrio?

-Ha desaparecido el comercio local, y ahora todas las tiendas son magrebís o paquistanís. Las carnicerías están orientadas a la Meca. El sector de la peluquería lo llevan sudamericanos y rumanos. La prostitución ya no es toda autóctona, ahora está clasificada por horarios. Las mujeres autóctonas, las más envejecidas, son las que tienen las horas punta.

-¿Y la dieta de sus pacientes?

-La de los que van a comedor público, buena. No es un tema de dieta. La comida casi es lo de menos. Cuesta mucho sufrir anemia. Puedes acceder a una mala alimentación a base de pizzas. Aquí la malnutrición no se mide por tener las costillas marcadas, sino por la obesidad, la irritabilidad, la agresividad y la depresión.

- ¿Son las principales patologías?

-Sí. Necesitamos más psicólogos y psiquiatras. El barrio no sale adelante. Los autóctonos que pueden se siguen yendo. No quieren que sus hijos crezcan aquí, con el peligro de volver de noche a casa.

-¿Qué pasa por las noches?

-A nosotros nunca nos ha pasado nada, pero es cierto que aquí de noche hay un ambiente distinto. Se levantan las persianas y empiezan a aparecer locales. Hay mucho trapicheo.

-Trapicheo.

-Mucha corrupción. Puede haber un autóctono propietario de un local que alquila por 800 euros a un inmigrante que instala una peluquería. Ese inmigrante, que seguramente no está legal, le cobra a otro 3.000 euros por el local. De esto, está lleno. El ayuntamiento lo sabe perfectamente, pero no se mete.

-¿Cómo sobrellevan ustedes, los sanitarios, esta situación?

-Somos mayores, y maduros. Somos 18 médicos y 18 enfermeras, más que en el resto de CAP de Barcelona. No se va nadie. Solo los que se han jubilado o muerto. Nuestra historia está vinculada a este barrio. Es muy enriquecedor. Tenemos la sensación de que servimos para algo.

-Sin duda.

-Sí. Estamos convencidos de que somos útiles. Es vocacional, aunque también nos cansamos de la miseria. Una doctora me decía el otro día que una de sus pacientes, desanimada, le confesó: «Doctora, es que ya no me apetece ni robar».