España no es Italia (aún)
El 'fenómeno Beppe Grillo' evidencia la delgada frontera entre regeneración democrática y populismo
Echemos los ingredientes a la olla. Para empezar, un país azotado por una profunda y larga crisis económica. Seguimos: una ciudadanía que sufre los duros efectos de esta crisis (paro, recorte de derechos que se daban por seguros, empobrecimiento...); un estado de opinión generalizado de que ha fracasado el modelo económico y político imperante; una desconfianza absoluta hacia los actores de este sistema (políticos, empresas, sindicatos, banqueros, medios de comunicación); gran indignación por políticas y decisiones que se consideran injustas y por la corrupción de esos mismos actores, sobre todo los públicos. Y frustración: no hay brotes verdes que valgan, ni una mejoría en lontananza, ni más plan de futuro que sacrificarse y resistir. Al menos así se ve a pie de calle.
Añadámosle ahora a este cóctel de la desafección la sal y la pimienta: aparición de movimientos sociales de una base muy amplia y difusa, con una heterogeneidad que es al mismo tiempo su fuerza y su debilidad y que plantean una moción a la totalidad al sistema pero escasas alternativas y casi siempre de carácter teórico. Y una guinda indispensable: un culpable externo de tanto sufrimiento al que las élites locales apoyan (Alemania y su cancillera, Angela Merkel). ¿Estamos hablando de la Italia de Beppe Grillo? Sí. Pero también de la España de los indignados. O de esa Grecia que, en los huesos, tirita en un invierno sin fin y que ha dado a luz al mismo tiempo a Syriza y a Amanecer Dorado.
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