La movilidad en BCN

Sin hueco para las motos

Motos en la plaza de la Catedral con Via Laietana; a la derecha, en la zona reservada de plaza de Catalunya, y debajo, en Balmes.

Motos en la plaza de la Catedral con Via Laietana; a la derecha, en la zona reservada de plaza de Catalunya, y debajo, en Balmes.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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La relación de Barcelona con la moto se explica a través del clima templado, de las calles anchas, del urbanismo amable, de la tradición. También a través de las bondades y defectos del invento. Rápido, ágil, eficaz, económico, libre. Pero al mismo tiempo peligroso, correoso, a veces incómodo, voraz. Muchas calles ven a diario cómo sus aceras se convierten en aparcamientos para vehículos de dos ruedas. Es algo inevitable si se tiene en cuenta que la capital catalana dispone de 54.018 plazas de aparcamiento en superficie para un total de 300.000 motos, o lo que es lo mismo, solo hay espacio 'legal' para el 18% de los motoristas locales, a los que hay que sumar los 50.000 que a diario llegan de fuera de la ciudad.

El asunto no tiene una solución fácil. Retirar las motos de las aceras le quita al vehículo su principal virtud al margen de la rapidez: aparcar en la puerta del destino. Pintar más zonas para motoristas en el asfalto suprime espacio destinado al coche y reduce el volumen de zona azul y verde. ¿Hay que dejar las cosas como están y mantener esta tensa calma?

VALENTÍA U OSADÍA / En el mandato anterior, el PSC tuvo la valentía/osadía de prohibir que las motos aparcaran en las aceras del Poblenou, barrio de Sant Martí del que era concejal el también responsable de Movilidad Francesc Narváez. Los usuarios se le tiraron al cuello, mientras que la asociación de vecinos aplaudió la iniciativa. Cuando CiU se hizo con el poder, en julio del año pasado, Eduard Freixedes, heredero del veterano edil socialista, eliminó el veto apelando al sentido común: hay que prohibir las motos cuando sean una molestia para el peatón, y aceptarlas cuando no estorben. El proyecto del PSC tenía un buen fondo -evitar la invasión del espacio peatonal-, pero una forma discutible -dictar una norma universal sin reparar en si la acera tiene dos metros o diez-.

El mismo RACC, por boca de su presidente, Sebastià Salvadó, pidió al entonces alcalde Jordi Hereu que olvidara la idea de extender al resto de la ciudad la restricción de aparcar en las aceras, como había adelantado a este diario el propio concejal Narváez. Medidas «más creativas» y dejar de gestionar la moto «desde un despacho», le recriminó el automóvil club al consistorio socialista, que decidió aparcar su propuesta.

El equipo liderado por Xavier Trias prepara para enero una ordenanza de circulación con la que se pretende echar a las bicis de las aceras. Podría deducirse que lo siguiente será que las motos tampoco puedan entrar en los pasillos para viandantes, pero, según avanza Freixedes, eso es algo que no pasará. Como mucho, se recolocarán en aquellos lugares en los que se demuestre que son un engorro para el peatón. Así se hará en la Diagonal gracias a la «reforma blanda» que CiU tiene prevista y medio pactada con los comerciantes de la zona. También se llevará a cabo, aunque no se ha entrado al detalle, en el tramo de Via Augusta, justo por encima de la Diagonal, en cuya rambla central se hacinan motocicletas que hacen casi imposible pasear. Sí se puede leer el periódico en alguno de los bancos, reposando los pies sobre una rueda o usando un manillar como reposabrazos. «La zona de la Diagonal y alrededores sí generan problemas y ahí debemos actuar», admite el concejal Freixedes.

TRAMPAS HABILITADAS / Hay aceras en las que ya se ha pintado la zona habilitada para motos, pero aun así, sea por las prisas o la picaresca del gremio, muchos dejan la máquina en zonas que crean callejones sin salida para el viandante. Un buen ejemplo es la plaza de la Catedral, como puede apreciarse en imagen principal. El responsable municipal de Movilidad asegura que el motorista ya se está dando cuenta de que hay muchas zonas en las que no puede dejar su vehículo.

Es una cuestión de asumir el hábito, como cuando en los 80 se impuso el casco; primero pareció una locura y ahora a nadie se le ocurre pilotar sin él. «Saben perfectamente que en muchas áreas de Ciutat Vella o de Gràcia no pueden aparcar, y lo respetan. No solo por miedo a que se les multe. Poco a poco van dándose cuenta de que no siempre van a poder dejar la moto a dos metros del lugar al que se dirigen», resume el concejal. Queden a dos, tres o cuatro metros del destino, lo que nadie discute es que la moto es vital para garantizar una circulación digerible en Barcelona.