EXPEDICIÓN MALASPINA / 21 DE FEBRERO DEL 2011
Aquí manda el Índico
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EXPEDICIÓN MALASPINA / 20 de febrero del 2011
El temporal no afloja. La mínima tregua que los fuertes vientos insinuaron el domingo por la tarde acabó siendo un mero espejismo. El Hespérides sigue instalado en una montaña rusa permanente. Por segundo día consecutivo, ha habido que suspender las maniobras de extracción de agua, pesca de plancton y medición de radiación y de salinidad. Parece que la tempestad seguirá azotando al buque un par de días más.
“Le hemos gustado, no quiere abandonarnos”, sugiere el comandante, Juan Antonio Aguilar, en el puente de mando. El temporal avanza en la misma dirección que el barco. Es como si en este área tan poco frecuentada del Índico, alejada de las rutas marítimas convencionales, el océano no hubiera querido dejar pasar la oportunidad de divertirse con su único huésped, el buque oceanográfico de la Armada.
El primer día sin recoger muestras se sobrellevó bien. El segundo, ya pesa, sobre todo por la inquietante perspectiva de que el martes y el miércoles las cosas continúen igual. A bordo, los científicos matan el tiempo de múltiples maneras sucesivas: ordenan notas, planifican trabajos, hacen currículos profesionales, comprueban con disgusto a través de Internet que aún no han cobrado una beca por un descuido burocrático, ven películas, se aburren, escuchan música, se marean, se tumban en la litera, bajan a los laboratorios, repasan unas muestras de días anteriores, juegan a adivinar títulos de películas, comen chocolate o manzanas o cacahuetes, se repantingan en el sofá, rascan una guitarra con solo cinco cuerdas (como en los refugios de montaña, nadie lleva cuerdas de recambio), se levantan, deambulan por la cámara común, se lamentan del mal tiempo, se resignan, luego se vuelven a lamentar y a resignar, hacen limpieza en su camarote, escriben correos electrónicos, leen¿ Con este oleaje no se puede leer mucho, pues fijar la vista demasiado tiempo en las líneas es garantía de mareo. Salvo para algunos inmunizados, como el colombiano Federico Maldonado, absorto en un volumen sobre la herencia de Darwin: “¿Marearme por leer? Qué va, llevo muchos años de entrenamiento en el bus”.
Al jefe de la expedición, Jordi Dachs, y al comandante Aguilar les preocupa además otro asunto. Si el parón dura más tiempo, se quebrarán las rutinas de trabajo y, cuando llegue el momento, la reanudación volverá a ser problemática, como el primer día. Pero nadie a bordo puede hacer nada más, nadie tiene en sus manos la posibilidad de modificar la dirección del temporal ni de calmarlo. Solo cabe esperar. Aquí manda el Índico.
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