Crítica de serie

Crítica final de '30 monedas': crónicas (satánicas) de un pueblo

Lo mejor de la serie de Álex de la Iglesia para HBO es que propone temas religiosos y filosóficos de enjundia a partir de una estructura de serial fantástico realmente entretenido

Megan Montaner y Miguel Ángel Silvestre, en '30 monedas'

Megan Montaner y Miguel Ángel Silvestre, en '30 monedas'

Quim Casas

Quim Casas

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En una entrevista reciente, Álex de la Iglesia decía que ’30 monedas’ era una historia muy trágica, muy dramática. Y lo es, porque a través del filtro del fantástico más o menos satánico, tan bien cultivado por él mismo en ‘El día de la bestia’, nos cuenta una historia inspirada en que las 30 monedas que cobró Judas por traicionar a Jesucristo sirven de pretexto para una conjunción apocalíptica de mucho cuidado. 

Pero De la Iglesia ha practicado siempre la comedia, como género puro o incrustándolo en otras dinámicas temáticas. Y ’30 monedas’ va sobrada de humor, en perfecta comunión con el drama, la tragedia, lo fantástico, el terror y las lecturas bíblicas en la que tienen cabida las interpretaciones religiosas de distinto signo: por ejemplo, que Jesús pactó con Judas la traición porque de este modo su sacrificio sería mayor. Pero, ¿por qué Dios permite el mal?, se preguntan en un momento de la serie. Lo mejor de ’30 monedas’ es que propone temas religiosos y filosóficos de enjundia a partir de una estructura de serial fantástico realmente entretenido.

La última entrega de esta primera temporada cierra algunos interrogantes y deja abiertos otros muchos. Así que toca esperar una nueva tanda de episodios para resolver qué pasa con Elena, Paco, Vergara, Laguna y otros personajes. Todos viven en el pueblo segoviano de Pedraza, y parece una reedición de las famosas ‘Crónicas de un pueblo’: Paco es el alcalde, Laguna el sargento de la Guardia Civil –que pidió el traslado a un pueblo tranquilo tras recibir un disparo en un atraco en las Ramblas barcelonesas–, Vergara el párroco enigmático y Elena, la veterinaria.

La mitad de la serie corresponde a una idea muy atractiva: la trama es general, pero cada episodio parece la ilustración autónoma de un concepto clásico del terror. El niño-monstruo parido por una vaca en el primero, la ouija en el segundo y el espejo en el tercero, el mejor de la serie: dicho espejo refleja un libro sobre la mesa que en realidad no está. No sería la única referencia, la de ‘Alicia a través del espejo’. En la serie hay planos y situaciones que nos hacen pensar en ‘Psicosis’, ‘Aliens’, ‘Basket Case’, ‘Twin Peaks’ (ese negocio con el hotel del pueblo) o incluso ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’ en la parte final.

Pero esto no es un tributo o pastiche, ni mucho menos. De la Iglesia hace fluir el relato con parafernalia endemoniada, tramas apocalípticas, tensiones sexuales no resueltas (entre alcalde y veterinaria), escenas en Ginebra, Nueva York, Roma, Jerusalén, Siria, París y una manera muy realista de filmar lo extraordinario excepto en los catárticos compases finales. Y el humor: “Es el tonto del pueblo. No lo digo porque sea retrasado, sino porque no me ha votado”, comenta el alcalde sobre un personaje. 

Suscríbete para seguir leyendo