ESTRENO
Crítica de 'Esta mierda me supera': brillante pero domesticada
Netflix adapta otro cómic del autor de 'The end of the f***ing world', con resultados a la vez admirables y frustrantes
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Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
Juan Manuel Freire
Tras el fenómeno sorpresa de 'The end of the f***ing world', Netflix puso en marcha no solo una segunda temporada de aquella, sino también la adaptación de otro cómic de Charles Forsman, 'Esta mierda me supera' (aquí en Roca Editorial), basado en el angst adolescente y un sentido del humor depresivo.
Suena a jugada segura, pero en realidad era un triple salto mortal. Hablamos de una colección de minicómics que ocultaba, bajo su trazo redondeado, una historia cargada de trauma y de dolor. Su heroína es Sydney, una adolescente incómoda en su propio pellejo, que se considera flaca hasta la náusea, mantiene oculta su bisexualidad y convive con un triste secreto familiar. Otro secreto: cuando se pone nerviosa, puede mover cosas con la mente.
En la adaptación de Netflix, casi lo único que sobrevive de esta descripción es la telequinesis mortal. Todas las esquinas incómodas o supuestamente incómodas del personaje y su periplo, incluyendo un lío con una lesbiana 'butch', desaparecen como por arte de magia. El algoritmo solo pedía algo que recomendar a los fans de 'The end of the f***ing world' y 'Stranger things', con la que, por cierto, comparte productores. Complicaciones fuera, como en la higiénica adaptación de 'Locke & Key'.
Si conseguimos olvidar, o ignoramos, la existencia del tebeo de Forsman, 'Esta mierda me supera' es fácil de disfrutar, incluso de admirar. Dirige y cocrea Jonathan Entwistle ('The end of the f***ing world'), quien de nuevo parece elucubrar sobre cómo rodaría Wes Anderson una historia de terror; para ser más precisos, 'Carrie'. Es difícil enfadarse mucho con una serie que arranca con música de The Kinks, introduce a Karen Dalton en un raro momento de paz y llega a su culmen cómico con 'The king of rock'n'roll' de Prefab Sprout.
Y aunque la serie no es del todo sincera, sus actores hacen que lo parezca: dos prodigios revelados en 'It', Sophia Lillis y Wyatt Oleff, se lucen como, respectivamente, Sydney y su amigo Stanley, un ultraísta de la cultura pop analógica que haría buenas migas con los vampiros de 'Solo los amantes sobreviven'. Cada personaje secundario tiene relieve y color, en parte por decisiones de adaptación, en parte por un casting ideal.
Este cronista lucha con sentimientos encontrados: quiere aplaudir la brillantez visual y eficacia dramática del producto, pero a la vez teme que nos dirijamos, cada vez más, hacia un entretenimiento homogeneizado, domesticado, sin sobresaltos ni preguntas inconvenientes.
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