CRÍTICA DE SERIE
Crítica de 'La peste', temporada 2: el hedor del hampa sevillana
Los protagonistas de esta serie oscura y telúrica se han acostumbrado al olor de la muerte, y aunque nosotros no lo percibamos, lo tenemos bien presente en cada imagen de la serie
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
Uno de los aspectos más interesantes de 'La peste' es su planteamiento de peripecia detectivesco-criminal en un contexto histórico y estético tan alejado del género policíaco clásico como puede ser la Sevilla de finales del siglo XVI. Ese tono prosigue en la segunda temporada de la serie creada por Alberto Rodríguez y su guionista habitual, Rafael Cobos, responsables de películas como 'La isla mínima' y 'El hombre de las mil caras', otras dos interesantes reformulaciones (con preciso contexto político más reciente) del 'thriller'.
Mateo Núñez, quien en la primera temporada buscó el perdón del Santo Oficio ayudando en la resolución de unos crímenes acontecidos mientras la ciudad era azotada por la peste, regresa del Nuevo Mundo. La secuencia en tierras americanas, en un campamento helado, con alucinaciones producto del frío y el hambre, recuerda un poco a la reciente 'The Terror'. Pero la luz de ese Nuevo Mundo que será pronto aniquilado por los conquistadores se torna rápidamente oscura, ominosa, en sombras, cuando Mateo regresa a Sevilla. Otra de las virtudes de 'La peste' es su sugerente trabajo de iluminación, esencialmente con débil luz de candiles en los realistas interiores.
Mateo debe enfrentarse a otro misterio criminal para ayudar al asistente de la ciudad, el encargado por la corte de salvaguardar su escaso orden, y de paso proteger a los suyos, a Teresa y su hijo Valerio, quienes también andan enfrascados en su odisea particular, la de salvar a las prostitutas que trabajan cerca del río y embarcarlas hacia las Américas. En un par de escenas del capítulo dos, en casa de un ahorcado y en la conversación con un jugador que le cuenta a Mateo como funcionan los ladrones, Rodríguez y Cobos apuntalan unos procesos deductivos dignos de Sherlock Holmes.
La Garduña, el hampa sevillana
La trama gira ahora en torno a La Garduña, el hampa sevillana, cuyos miembros llevan tatuados tres puntos en la mano. La ciudad parece haber sorteado el estigma de la peste, pero sigue poblada por prostitutas con sífilis, ladrones, comerciantes de mercurio y alcahuetes con tajos en la cara que van del labio a la oreja.
Sevilla está habitada por figuras siniestras y continua impregnada de un olor a muerte y desolación. “¿Qué es ese hedor?”, pregunta la esposa de Federico Arias, el asistente, al llegar a la ciudad. “¿Qué hedor, señora?”, le contesta un sirviente. Los protagonistas de esta serie oscura y telúrica se han acostumbrado al hedor, y aunque nosotros no lo olamos, lo tenemos bien presente en cada imagen de la serie.
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