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Crítica de 'La casa de las flores': la telenovela posmoderna

Hay momentos en que mandarías a paseo la serie de Manolo Caro y otros en los que te hipnotiza de lo zumbada que es

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Quim Casas

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Manolo Caro lleva todo esta década dirigiendo peculiares comedias dramáticas en México, de títulos tan fogosos como 'No sé si cortarme las venas y dejármelas largas' (2013) y 'Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando' (2015). El año pasado dirigió la versión azteca de 'Perfectos desconocidos', la exitosa comedia italiana también adaptada para el mercado español por Alex de la Iglesia, y debutó en formato televisivo con 'La casa de las flores', una curiosa mezcla de comedia negra, retablo familiar y musculoso culebrón que ahora llega a su segunda temporada vía Netflix: la telenovela posmoderna.

Curiosa lo es. Hay momentos que la mandarías a paseo y otros en los que te hipnotiza de lo zumbada que es. En breve: detrás de la fachada de una distinguida floristería familiar encontramos más agujeros oscuros y personajes ambiguos que en 'Twin Peaks'. La segunda temporada arranca entre Ciudad de México y Madrid. Paulina de la Mora, que habla separando las silabas más de la cuenta, con una pausa entre alelada y pija, está en la ciudad española pero debe volver a México porque el testamento de su madre, Virginia, ha sido impugnado. En Madrid se queda parte de su familia, su hijo, el transexual que encarna Paco León y la hermana de este, tan protectora que es capaz de quemar los pasaportes para impedir que acompañe a Paulina.

Es el reencuentro con sus hermanos Julián y Elena. Es el intento de recuperar la floristería (la florería) que da título a la serie. Y por el medio, los deseos de la hermana pequeña de concursar en un programa televisivo sobre magia ("la magia está en el corazón y no en la televisión", le dice su padre, que de paso ha ingresado en una secta); las visitas de Elena a una peluquería cuya propietaria, exninfómana, ha montado una terapia de adictos al amor; un cabaret reciclado en casa de pollos; la hija recién nacida de Julián, a quien Elena llama Nairobi cuando en realidad le han puesto el nombre de Namibia, y algunas canciones de Mecano o de Pimpinela, el 'Vete' cantada en 'playback' en una sauna masculina.