PAISAJE CON FIGURAS, ARTÍCULO DE RAMÓN DE ESPAÑA
¡Bares, qué lugares!
Recuperar la terraza de bar favorita es un pequeño paso para la humanidad y un gran paso para el hombre que firma este artículo
Soy consciente de que puede sonar frívolo, en los tiempos que corren, celebrar que uno ha recuperado su terraza favorita del Eixample, pero eso es lo que hay. Cuando cerró el José Luis de Diagonal con Tuset -otro negocio madrileño que se estrella en Barcelona, como los VIPS: deseémosle mejor suerte a Rodilla y sus sándwiches-, me llevé un pequeño disgusto: le había cogido cariño a su terraza, que me venía de perlas para quedar con amigos o sentarme en soledad a papar moscas de tarde o de noche.
Los fines de semana, el espectáculo nocturno era muy entretenido gracias a los clientes de los diferentes bares y clubs de la zona, sobre todo (perdón por el comentario machista), la gran cantidad de muchachas recién duchadas y perfumadas y en diferentes grados de semi desnudez que se encaminaban sobre unos tacones imposibles hacia el Bling Bling. Los hombres oscilaban entre el hortera de bolera y el aspirante no muy logrado a gentleman del asfalto. Era divertido fantasear sobre los posibles encuentros de unas y otros, el inicio de las conversaciones, el choque de los respectivos perfumes, la servidumbre de la carne y cosas así, convenientemente aturronado en la terraza del José Luis, charlando con un amigo o una amiga (o con la estufa), hasta que las estrictas ordenanzas municipales te obligaban a desalojar exactamente a medianoche.
Tal cosa vuelve a ser posible desde no hace mucho, concretamente desde que Carles Abellán se hizo con el local y lo dejó prácticamente igual (bueno, la calidad de las tapas ha mejorado, pues hacía tiempo que la rutina se había instalado en la cocina del José Luís). Sostenía Valentí Puig -o eso me comentó nuestro común amigo Ferran Toutain- que lo único que le mantenía unido a Barcelona era la terraza del José Luís: por si no se ha enterado, aprovecho la ocasión para pedirle que evite adelantar su exilio, que hemos recuperado la terraza en la que se tomaba los whiskies.
Irrecuperables
Hay otras que nunca recuperaremos. Pienso en la mítica marquesina del Bauma (Diagonal con Roger de Lluria), que el ayuntamiento se empeñó en eliminar en los años noventa con la excusa de que dificultaba el paso de los viandantes. Se eliminó, las mesas fueron instaladas en la zona más cercana a la calzada y quedaron metros y metros de acera a disposición de ciclistas, devotos del patinete y demás sociópatas sobre los que debería caer todo el peso de la ley, gente que ha convertido en un peligro el recorrido de la terraza a la barra para pedir otra copa.
Antes de eso, en una época en la que uno todavía bebía, la marquesina del Bauma ofrecía un refugio seguro frente a un mundo hostil. Al otro lado de la Diagonal, una tienda anunciaba en neón sus productos: oro, plata, joyas…Y a la tercera copa, la cosa adquiría un encanto hipnótico. Cuando llovía, te sentías como en un barco en medio de la tormenta, calentito y a salvo, sin miedo al oleaje: un hogar lejos del hogar (o no tan lejos, pues en esa época vivía a dos pasos del Bauma).
Antes de esos tiempos, cuando bebía realmente en serio, mi refugio preferido había sido el bar del cine Astoria (ya no existen ni el uno ni el otro). Si la marquesina del Bauma te hacía pensar en un barco cuando llovía, el bar del Astoria -regentado por los inefables Aurelio y Adelina, siempre a la greña entre ellos, pero encantadores con los clientes- parecía un vagón del Orient Express inmune a la tormenta exterior y al que solo le faltaba un coche cama para alcanzar la perfección. Ya lo decía Gabinete Caligari hace treinta años: "Bares, qué lugares tan gratos para compartir. No hay como el calor del amor en un bar”. O el de la amistad bien regada, añado.
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