¿Cómo podemos arreglarlo?

Llamada de atención sobre los móviles...con tono argentino

Una viajera del metro de Barcelona consulta su teléfono móvil

Una viajera del metro de Barcelona consulta su teléfono móvil / Ferran Nadeu

Damian Zelikman

Damian Zelikman

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cuando me tocó ser testigo por primera vez de una persona desconocida hablando por teléfono móvil (mucho tiempo atrás, cuando estos dispositivos no tenían nada de “nano” y mucho de ladrillo) me eché a reír. Una silenciosa pero convencida risa. Cuando, en cambio, esta situación involucró a una persona conocida y además querida (esta vez con un tamaño de teléfono un tanto más manipulable) me invadió un ataque de vergüenza desesperante. Estaba en el subte con José, mi primer jefe de trabajo, un viejito súper “canchero”. José recibe una llamada y, sin mediar palabra para conmigo, se levanta de su asiento y comienza a caminar por el vagón, avanzando hacia el siguiente y así…, gritando a su interlocutor e ignorándome.

Yo, buen empleado, iba tras él esquivando compañeros de viaje, algún que otro bolso apoyado en el piso y probables miradas a mi rostro rojísimo por el ejercicio físico pero sobre todo por el ejercicio de la vergüenza. Nunca imaginé que no tanto tiempo después ese fatal sentimiento cedería y los medios de transporte se convertirían en conversatorios abiertos al oído ajeno.

Y calculo que ni el bueno de José (a quien dejé de ver y jamás le confesé aquel anecdótico sentimiento) lo haría. Ni que aventuraría para el teléfono “celular” -como acá lo llamamos- un “ser”, por ejemplo, probable espejo de su cuidado bigote o hasta un “estar” entre las tetas de su dueña, ahí mismo donde mi abuela guardaba algún que otro pañuelo de tela junto al cambio del almacén.

De la risa a la preocupación

Cuando hoy en día veo a mi hija adolescente haciendo uso y abuso del móvil allí la risa y la vergüenza dan paso a la preocupación. Afortunadamente, dueña de un espíritu curioso, utiliza el “celu” para investigar asuntos de cultura general (una enciclopedia express). Y hasta resulta innegable el orgullo que siento cuando me dice que estuvo escuchando tal o cual disco de Rock Nacional.

MI hija adolescente usa el móvil para cuestiones de cultura general...y para buscar consejos sobre las uñas

Pero también la descubro mirando publicaciones de idiotas que elevan a su séquito de seguidores (y hasta les piden pronunciarse al respecto en lo inmediato) la duda respecto a si cortarse las uñas o dejárselas largas. Y su sociabilización de fin de semana “de cuerpo presente” es (excepto por planes familares) prácticamente nula. La acompañamos, le pedimos que use menos el móvil (hasta la amenaza de que le será retirado constituye un buen “elemento disuasivo” en toda discusión). Intentamos inculcarle el valor del esfuerzo, de la paciencia, de la espera.

Me jacto de propios y amarillentos pergaminos de un “todo-tiempo-pasado-fue-mejor” plagados de visitas a bibliotecas “de carne y hueso” para resolver trabajos prácticos del cole, de fotografías a revelar a ser retiradas varios días después de ser dejadas en el local correspondiente, de llamados (tras conseguirlo más o menos esforzadamente) al número “fijo” de la chica  que nos gustó – lo que traía adjunta la difícil pero hermosa aventura de esquivar obstáculos como madres, padres , hermanos para lograr hablar con ella-. Sin hacer alarde de nada: con nuestros defectos y más defectos tratamos de acompañar.

Prevención y educación

Pero la ecuación no cierra allí donde existe una mayoría a la que si Facebook no le avisa, no recuerda el cumpleaños de sus hijos. Allí donde el común de los mortales no podemos, los Estados (no precisamente los de las redes sociales) debieran hacerse cargo con prevención y con educación. Es una apuesta (y aquí otra vez la connivencia de la política al servicio de los sitios de ídem) urgente. La encerrona al respecto se da en que los jugadores más astutos en política aprovechan justamente ese rol “boludizador” de las redes sociales para ganar adeptos y hasta, por caso, encaramar en la presidencia a personajes-producto cada vez más inimaginables. Queda allí, creo, –y si mamá democracia nos deja- la mejor opción (en todos sus sentidos): salir a jugar a la calle.

Nosa queda, si mamá democracia nos deja, la mejor opción: salir a jugar a la calle

Quisiera terminar con una curiosa conexión: “celular” -modificador multitudinariamente asociado en Argentina al teléfono móvil- también -mayoritariamente ignorado- puede ser aquel vehículo de la policía que te lleva al encierro, te acota el movimiento, te detiene.

¡Chau!, me despido acá. Me estoy quedando sin bat…