Emociones en tiempos de guerra | Emilio Morenatti Fotoperiodista, ganador del premio Pullitzer

"Tras regresar de una guerra no consigo adaptarme"

Fidel Masreal

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Emilio Morenatti no solo es un fotoperiodista premiado dos veces con el Pulitzer y director de fotografía de la Associated Press para España y Portugal. Es, antes que nada, un padre de familia que ha de enfrentarse periódicamente con dilemas muy íntimos y que carga en sus espaldas las desigualdades inhumanas del mundo que lleva años retratando en conflictos como el de Palestina, Afganistán o las llamadas primaveras árabes, entre otros. En esta entrevista, fruto de dos largas charlas, Morenatti desnuda sus vivencias al filo de la muerte y su visión sobre la profesión, las prioridades y el género humano. Prefiere que para ilustrar la conversación usemos imágenes suyas de una víctima de Ucrania antes que fotografiarle a él.

-¿Cómo se vive, emocionalmente, el fotoperiodismo en tiempos de guerra?

-Si ahora un misil cae en Francia... mi teléfono va a sonar inmediatamente. Y antes de responder -será mi jefe preguntándome si estoy preparado para irme- hay una serie de preguntas y respuestas: ¿Estás preparado? No ¿Quieres ir? No ¿Qué le vas a decir? Que sí. Uno lucha contra esta contradicción, la de demostrar a la gente y a tu jefe que no tienes miedo. Y lo tienes que demostrar de una manera muy firme, aunque lo tengas. Si no vas tú, va a ir otro. Se impone cierta inconsciencia o valentía, que hace que esa respuesta sea sí, sí, sí a pesar de que dentro, profundamente, es un no, no, no.

Uno lucha contra esta contradicción, la de demostrar a la gente y a tu jefe que no tienes miedo

Emilio Morenatti

— Fotoperiodista

-Tú siempre has dicho que sí.

-Yo siempre he dicho que sí. Marta [su pareja] me acusa de levantar siempre la mano y siempre decir sí con mucha firmeza.

-¿Esta decisión ha cambiado, tras tener hijos?

-No es al tener hijos, sino cuando tus hijos son conscientes de donde tú vas. Al principio lo toreas, y es tu mujer a la que tienes que convencer para que no se note que no estoy. Ahora ya se complica la cosa con mi hija de diez años. Tiene miedo y me pide que no me vaya.

-¿Cómo es esa conversación?

-Es dura, porque lo hace llorando. Lo hace desde el terror y ella ve a su padre sin pierna, con conversaciones con Marta sobre el tema de los efectos postraumáticos, sabe que he enterrado a amigos. Sabe que estos lugares son complicados. Y hay cierta angustia. Y esa angustia, ella, que es una persona muy sensible, la ha sufrido con insomnios, con demandas del tipo 'no te vas otra vez'. Y por mi parte hay algo de 'ya lo entenderás, ahora no lo comprendes'. Pero el problema es que cuando más crece, menos lo comprende.

Mi hija me dice, llorando, que no vaya a las guerras. Le digo 'ya lo entenderás', pero cuando más crece, menos lo comprende

-¿Qué es tan importante para que pase por encima de la petición de tu hija?

-Es una llamada vocacional. Es tener la sensación, es muy ególatra decirlo, de que mi contribución allá, basada en mi experiencia, puede añadir elementos a un conflicto para un mayor entendimiento o una mayor reflexión. Sin el feedback positivo durante mi carrera, no tendría la seguridad de que un buen periodismo visual puede mover conciencias con una serie de imágenes verificadas. Esta dote o privilegio lo tenemos muy pocos. En el mundo conozco a unas 20 o 25 personas que pueden entrar en Gaza y hacer una foto que mueva conciencias. El resto son sucedáneos.

Es una llamada vocacional basada en la sensación de que mi contribución allá puede mover conciencias

-¿Intentas explicar esto a tu hija para que compense sus miedos?

-Intento compartir con mis hijos casos como el de una niña ucraniana amputada en las dos piernas por una explosión, de la edad de mi hija, que se llama Yana, que simboliza el sufrimiento de todo un país. Le cuento la historia a mi hija por video y hago que ella y Yana se hablen a su manera. Cuando llegó acá, la historia llega a oídos de la profesora de mi hija y voy a clase. Estoy en clase hablando de Yana y veo que la mayoría de los niños están con lagrimones que les corren por la cara.

-¿La estás haciendo madurar demasiado pronto, a tu hija?

-¿Qué es madurar, entonces? ¿Evitas lo que está pasando en el mundo? En esta casa se consumen noticias y somos muy conscientes de lo que está pasando en el mundo. Mis hijos saben qué está pasando en Gaza, no los detalles de los niños decapitados. Un niño con diez años debe saber qué está pasando en el mundo.

Me despedí del mundo, hice dos mensajes para mis hijos y para Marta; ese día yo muero varias veces

-Entramos en la segunda fase: ¿Cómo te resguardas psicológicamente cuando llegas al conflicto?

-Ya no piensas como aquí, piensas de otra manera. Y aquí es donde deja de entenderte la gente. Allí hay necesidades que se anteponen a tu propia persona, las del grupo. No piensas en ti, piensas en otro tipo de cosas. Estás en un estrés y excitación que hace que no caigas. Piensas en ti cuando es demasiado tarde, cuando has cometido un error.

-Perdiste una pierna en Afganistán, empotrado con los militares, pero es en Ucrania donde te viste muerto...

-Tras más de cuatro horas y pico machacados con Ak-45 y con Machine guns, estaban dándonos. Hasta que se hizo de noche totalmente. Cuando estábamos intentando escapar, arrastrándonos por el suelo en la oscuridad total, en la cuneta, mientras disparaban... pese a que había siete kilómetros, cuando me iba arrastrando puse la mano y noté una plancha circular metálica. No me atreví ni a quitar la mano. Era una mina antitanque recién colocada allí. No podíamos seguir, tocaba volver al camino y a unos cinco o seis metros del coche, ponernos a correr. Hicimos dos kilómetros a toda leche, pensando que nos abatirían. No debieron de tener visión nocturna, porque no se escuchó ni un disparo. Y cuando volvimos a las posiciones ucranianas, empezaron a freírnos a tiros de manera loca. Pensaban que éramos espías. Nos identificaron y luego nos liberaron.

-¿Y en estas cuatro horas tampoco hubo tiempo para tener miedo?

-Durante cuatro horas que dura el tiempo en que nos ocultamos hasta que decidimos irnos, yo me despido del mundo. Ahí hay un daño psicológico muy grande que todavía no soy consciente que tengo. Ahí hago dos mensajes para mis hijos, uno en la GoPro en la que me despido de ellos y de Marta, literalmente, en el teléfono.

-¿Ellos no los han llegado a ver?

-No. Y es un mensaje, básicamente, de despedida. No sé en qué momento lo vais a ver ni si lo vais a ver, pero aquí se acaba todo. Ahí lo doy todo por perdido. Ahí mueres una vez. Luego mueres otra vez pensando en que al correr nos van a abatir. Y cuando caemos en manos de los ucranianos creía que eran los rusos. Ese día yo muero varias veces. Te has salvado, pero te has muerto. Es el estrés postraumático que todavía no está, porque estás bajo la euforia de haber sobrevivido. Llegué aquí, pero estaba bastante mal. Y ahí es donde realmente necesitas a alguien que te coja de la mano y te saque de ahí.

Te das cuenta de que eres un ser privilegiado, pero solamente tú lo sabes

-¿Lo peor es al regresar?

-Claro. Es una negación de 'estoy bien, solamente estoy cansado'. Es relativizar un momento tan delicado como es el morir varias veces en una, en el que hay un daño y no lo estás reconociendo. Lo relativizas, en lugar de hablar con alguien y hacer una catarsis. Y llega un momento en el que petas.

-¿Vas al psicólogo?

-Ahora lo he dejado, pero durante una época he tenido que ir.

-Luego está el contraste entre estar en una guerra y regresar aquí con Netflix, fiestas de cumpleaños...

-Esto te salva y te condena al mismo tiempo. Te das cuenta de que eres un ser privilegiado, pero solamente tú lo sabes. Ni siquiera la persona que vive contigo, lo sabe. Uno no quiere caer en esa insistencia para no quedar de pesado, para intentar asimilarlo. Empiezas a sentirte un bicho raro porque piensas si eres el único que tienes esta percepción. Y cosas muy banales, como que el jamón se deteriore en la nevera, te hacen mella de manera particular hasta que revientas, explotas y haces un comentario fuera de tono, como que estás harto de que se tire comida. Y sientes que no te entienden. No consigo adaptarme.

-¿Crees en el género humano?

-Con las facultades que tenemos de convertir el mundo más habitable, haciendo lo que estamos haciendo de él nadie puede creer en el género humano. ¿Cómo vas a creer en el género humano viendo como se pegan pepizanos a dos horas de avión o tienen sitiado a Gaza? Ahora bien, me voy al mercado de Poblenou o voy al cole de mis hijos y creo en el ser humano. Pero es que esa no es la realidad.

¿Cómo vas a creer en el género humano viendo como se pegan pepizanos a dos horas de avión o tienen sitiado al pueblo de Gaza?

-¿Aspiras a que cuando vuelvas a ir a una guerra, tu hija deje de llorar?

-En un futuro, confío en monitorizar a gente que vaya a estos lugares para trasmitir mi experiencia.

-Tu hija no llorará

-Mi hija no llorará.

-Pero si mañana suena el teléfono, irás tú.

-Sí.

-Y llorará tu hija...

-Y llorará mi hija. Dentro de dos años no lo sé, pero hoy por hoy sí iré, porque es apasionante esto de hacer la maleta en un momento de vértigo. Es algo muy adrenalínico, que engancha. Y prescindir de esto cuesta.